lunes, 26 de enero de 2009

Transpirar la camiseta

El 11 de enero pasado, el New York Times publicó en su sitio web el resumen de una sesión de preguntas de los lectores al crítico Ben Ratliff. Allí, Ratliff menciona, entre los músicos de jazz más influyentes de la actualidad, a Guillermo Klein, y a su disco Filtros como uno de los diez mejores de los últimos años. Lo cual me recuerda una promesa incumplida respecto de ese disco, hecha en este blog: contar en exclusiva para estudio de noche algunos pasajes de la charla con Klein que quedaron fuera de la entrevista publicada en Ñ en septiembre.

Parte de la historia se cuenta en aquella entrevista, y tiene que ver con el regreso a la Argentina de Klein, después de su estadía en los Estados Unidos. Corría el 2001 y, al parecer, nadie se imaginaba que todo se venía abajo, aunque los antiguos romanos habrían considerado al Racing campeón de Mostaza Merlo como una inequívoca señal por parte de los dioses de un desastre inminente. En cualquier caso, todo se vino abajo, efectivamente, y Klein volvió a hacer las valijas y se instaló en España. Pero antes de irse, alcanzó a escuchar los cacerolazos y los gritos de “¡Ar-gen-tina! ¡Ar-gen-tina!”. Parece que lo atrapó esa cualidad un tanto elusiva que tiene la declamación al unísono de una multitud –ese pequeño desfasaje entre cada una de las voces que conforman el coro espontáneo– y decidió hacer el intento de transcribir esos ensalmos, con esos pequeños desfasajes incluidos. Claro: el desafío no era tanto reproducir eso mecánicamente (bastaría con escribir ligeros corrimientos en cada una de las voces, pero eso no era el caso), sino intentar dar cuenta de esa maleabilidad, de esa sensación de un sonido vivo, orgánico, capaz de esos pequeños movimientos, casi imperceptibles, que no suenan como la suma de cada una de las partes, sino que parece constituir la característica propia y única de la voz de una multitud en movimiento. Cuenta Klein:

La verdad es que me resultó muy difícil al principio. No encontraba la forma de capturar en el papel ese sonido, y al principio era muy frustrante. Ya ni sé cuántos intentos fallidos hubo, pero recuerdo que un día sentí que lo tenía. Miré lo que había escrito y dije, “no puedo creer que era algo tan sencillo”…

¡Ah, la humildad de los grandes! Como procedimiento, Klein tiene razón. El secreto es la subdivisión de los tiempos y no es algo tan complicado. Pero, por otra parte, los invito a escuchar Filtros y a decir si habían escuchado algo así antes. Ben Ratliff dice que no. Y tiene razón. También pueden escuchar el disco Una nave, en donde Klein incluyó la pieza inspirada en los cantos de “¡Ar-gen-tina! ¡Ar-gen-tina!”. En cualquier caso, en el programa escuchamos un par de canciones de Filtros, y seguramente escucharemos algunas más a partir del próximo miércoles 4 de febrero, cuando arranquemos la segunda temporada de estudio de noche. El año pasado escuchamos “Miula”, en la que es posible percibir ese trabajo de subdivisión de tiempos en el que, dicho se de paso, se inspira el nombre de Filtros, y “Va Román”, otra canción con una historia detrás:

Soy de Boca –dice Klein, pero bueno, nadie es perfecto: no todos pueden ser hinchas del verdadero Rey de Copas– y cuando volví de Nueva York a Buenos Aires era la época en la que ganamos la Intercontinental con el equipo de Riquelme y Palermo. Era el 2001 y a fin de año finalmente me mudé a Barcelona… Y a Riquelme lo compró el Barcelona. Al principio a él no le fue bien y la verdad es que yo también tenía esas sensaciones de sentirme extranjero y lucharla todos los días. Así que decidí escribir este tema, un poco para darle esperanza a Román, y otro poco para mí, para no bajar los brazos. En ese momento a Román lo transfieren al Villareal y yo pensaba que ahí la iba a romper, y así fue.

Curioso, Klein no parece ser el único artista argentino que busca y encuentra inspiración en Juan Román Riquelme como objetivo de sus búsquedas estéticas… Hace poco se estrenó en el Malba süden, notable película de Gastón Solnicki que registra el paso de Mauricio Kagel por Buenos Aires en ocasión del Festival que en su homenaje organizó el Centro de Experimentación del Teatro Colón, en 2006. A propósito: todavía pueden ver süden, los viernes y sábados por la noche en el Malba, y de paso escuchar un poco de la música de Kagel programada antes de la proyección. En cualquier caso, lo interesante de consignar aquí, también en exclusiva para estudio de noche, es el off the record que reveló Gastón Solnicki: el proyecto de una película que incorpore las figuras de su abuelo, el genial ajedrecista Miguel Najdorf, y… Juan Román Riquelme.

Así que ahí ven: parece que los artistas argentinos no tienen ningún problema en transpirar la camiseta.
Bonus track: en la entrada anterior se escondía un link a un incontestable éxito de The Who. Aquí va otro, cortesía del Dr. Gregory House, que se anima con la mímica de uno de esos comienzos épicos que marcaron la historia del rock.

martes, 20 de enero de 2009

Las mejores mentes de mi generación

Me la imagino a Simone de Beauvoir caminando con Sartre, unos minutos antes de encontrarse con el Che. En realidad, no me la imagino a Simone, sino a él, a Sartre, caminando con Simone al lado, a punto de enfrentarse al que él mismo describiría como "el hombre más completo de su generación". Me lo imagino pensando: "Pucha, tendría que haber venido solo... ¿a quién se le ocurre ir con su novia a visitar al hombre más completo de su generación? ¡Ni siquiera es mi generación!"



Como sea, lo que quedó de ese encuentro es, como ocurre en la mayoría de estas ocasiones, una foto. Y después -y a veces, mucho después- las interpretaciones, las señales… las palabras, en definitiva. Y de a miles, como si quisieran darle la razón al aforista con ADD que acuñó aquello de "una imagen vale más que mil" de ellas. Así que ahí está Sartre mirando al Che desde abajo, contorsionando su cuerpo para que sea el hombre de acción, el portador del fuego, el que desde arriba le conceda la llama que encienda su cigarro. "Otra vez quedo como un tarado al lado de Simone, 'chadigo... Es la última vez que salgo sin el encendedor", habrá pensado Sartre. De cualquier modo, la idea de que el filósofo está en un plano inferior respecto del guerrero (y de cualquier otro grupo humano, por caso) es moneda corriente en toda la historia de civilización occidental, así que no es cuestión de echarle la culpa al encendedor. De hecho, los únicos que creen que los filósofos son superiores a los guerreros (y a cualquier otro grupo humano, por caso) son los propios filósofos, o al menos algunos filósofos, y no necesariamente los mejores. Entonces, claro: "criticar es muy fácil" dicen algunos, y me gustaría que se lo dijeran a Immanuel Kant mientras escribía la Crítica de la razón pura. O la de la razón práctica (que se ocupa de razones morales), o la del juicio (de se ocupa de razones molares).

Quiero decir: que la posición del intelectual es sumamente ingrata. Por lo pronto, es muy, muy difícil. Implica un esfuerzo enorme de abstracción, de comprensión de realidades que son extraordinariamente complejas y que, se supone, el pobre intelectual debería hacer más claras para los demás, sin traicionar aquello a lo que dedica su atención. El tema es que ese análisis será siempre, por definición, provisorio. Siempre quedarán elementos fuera del análisis, siempre será posible llevar las cosas un poco más allá del punto en el que se detiene la mirada. Ese problema, desde luego, no lo tiene el guerrero, que a cada momento, en el fragor de una batalla, debe tomar una decisión que excluye la posibilidad de su contraria. Y si falla... bueno: siempre puede aducir que se trató de una decisión tomada en el fragor de la batalla. El error forma parte del horizonte de posibilidades de la acción. Más aún, el error o la posibilidad del error es lo que hace más honrosa la victoria. Y es, también, lo que ennoblece la derrota. Arriesgó... y perdió. Es un héroe.

Pero el intelectual que se equivoca no es un héroe. Es un completo idiota, porque se supone que él no puede darse el lujo de equivocarse. A diferencia del guerrero, él sí puede avanzar en una dirección, detenerse, volver sobre sus pasos, aventurarse por la senda contraria... Pero claro: como ese recorrido no sólo no es lineal sino que ni siquiera es un recorrido en el sentido tradicional de la palabra (se dijo: no tiene punto de llegada), cuando se le piden "resultados", se encuentra en problemas. Y es que, estrictamente, el intelectual siempre se encuentra en problemas. O entre problemas, para más precisiones. La imagen del intelectual como un tipo tranquilo es una grosera equivocación. Ahí lo ven al pobre filósofo de Rembrandt, que estará sentado, pero cuyo interior se adivina más tortuoso que las escaleras que llevan... ¿hacia dónde llevan esas escaleras?

Todo esto viene a cuento porque en los últimos días se produjo una polémica epistolar en Página/12 a raíz de una columna publicada por Pino Solanas, en la que mencionaba el "silencio cómplice" de los intelectuales ante las inadmisibles condiciones de indigencia de miles de niños argentinos. Y ahí entonces está el problema, porque nota va y nota viene, en una de las últimas manifestaciones de esta polémica, Julio Raffo deplora "la escasa o nula cantidad de líneas que Carta Abierta le ha dedicado a la escandalosa concesión del yacimiento de Cerro Dragón, a la proliferación del negocio del juego y sus ribetes de corrupción, al veto a la ley que prohibía la explotación minera en los glaciares, a las prometidas ventajas del tren bala", entre muchas otras críticas lanzadas al gobierno, entre las que estaban, claro, el INDEC, el Tren Bala y el inefable Aldo Rico. Y entonces lo que decía antes: la posición del intelectual es sumamente ingrata. Hasta donde se sabe, Carta Abierta fue una movilización espontánea de un grupo de intelectuales a los que la inusitada violencia del discurso agromediático de aquellos idus de marzo (discurso que no se privó ni siquiera de comentarios abiertamente racistas y de una cobertura de la información abiertamente sesgada) les encendió la señal de alarma. Curioso: en ningún momento se mencionó a Carta Abierta como un ejemplo de "autoconvocatoria", eufemismo que se empleó con mucha más libertad a la hora de caracterizar a las agrupaciones de propietarios que, casualmente, son representados por las cámaras rurales que entraron en conflicto con el gobierno. (O sea: los hinchas de futbol que van a ver a su equipo cada domingo, ¿son o no son autoconvocados? ¿Dónde trazar esa delgada línea que separa a las voluntades libres de las víctimas del clientelismo? Y peor aún: ¿quién las traza? ¿Joaquín Morales Solá? A propósito de Morales Solá, tengo todavía grabada la voz de David Viñas en la Biblioteca Nacional diciendo: "Morales Solá: usted no puede llamar a su programa Desde el llano, porque usted no habla desde el llano, usted habla desde el multimedios más poderoso de la Argentina. Déjese de joder.")

Y ahí está entonces el problema: uno intenta exponer en qué medida los vericuetos de la realidad nacional esconden intereses solapados que ni siquiera son rozados por el discurso dominante acerca de determinados problemas, y si ese análisis alcanza para inclinar un ápice la balanza a favor del gobierno, ¡zas!, te tiran por la cabeza dos o tres palabras: Rico, Tren Bala, INDEC. Y listo, se supone que eso anula un razonamiento más o menos complejo. O sea: el abordaje de un determinado problema, a menos que resulte en un anuncio del inminente Apocalipsis, convierte al autor en un cómplice del gobierno (o peor, uno de sus mercenarios) que calla todo lo que queda por afuera del tema del que se está hablando. Es una especie de donjuanismo argumentativo: así como el personaje de Mozart aseguraba que comprometerse con una sola mujer era serle infiel a todas las demás, aquí parecería que a los intelectuales se les exige disponer de un Aleph en las escaleras de su casa que les permita hablar de todos los temas al mismo tiempo, desde todas las perspectivas, so pena de que su visión sesgada los convierta en funcionales a los espurios intereses del gobierno, que como todo el mundo sabe, son el horizonte incuestionable de absolutamente todo lo que acontece en el país. Piove, governo ladro; non piove, governo ladro. Así ni se puede ni empezar a discutir.

Pero volviendo a Sartre y el Che: el que la tenía clara, parece, era Allen Ginsberg, que con su pinta de zaparrastroso se tomó un avión a Cuba sin que le temblara el pulso. Y tratándose de un norteamericano homosexual, combinación terrible en la isla por esos años, eso era una señal de valentía o de locura lisa y llana. Probablemente esto último, porque cuando los oficiales le preguntaron para qué había viajado a Cuba, respondió muy suelto de cuerpo: "Vine a chingarme al comandante Guevara." De más está decir que lo mandaron de vuelta a los Estados Unidos ipso facto, dando aullidos, "famélico, histérico, desnudo". Y a juzgar por este video, Ginsberg no se andaba con chiquitas (chiquitos, en su caso) a la hora de las conquistas amorosas...

Y ahora que lo pienso, creo que la anécdota de Ginsberg y Guevara ya la conté en el blog, señal de una precoz senilidad para una página que todavía no cumplió ni un año. Para la próxima entrada prometo más música, más libros y menos discusiones bizantinas. Pero es que en este receso de verano de estudio de noche (agenden: volvemos el miércoles 4 de febrero a las 22, por el mismo baticanal) estoy aprovechando para hacer un poco de catarsis. Por lo pronto, ahí les dejo un capricho. Más exactamente, el último capricho de Paganini en las manos mágicas y misteriosas de Hilary Hahn, de quien hablaremos más, mucho más en el futuro inmediato.

Y como posdata, a modo de F. Méride: vaya esta genial viñeta de Rudy&Paz que salió en Página/12 como saludo al compañero Obama que hoy asumió la presidencia de EE.UU. .

martes, 13 de enero de 2009

Cazafantasmas


De todas las posibles interpretaciones de Hamlet, las más interesantes son las que buscan su clave de lectura en la aparición del fantasma: no sólo por la posibilidad de que se trate en última instancia de una creación del propio Hamlet -algo que, en cualquier caso, es la única opción posible, a menos que uno crea verdaderamente en los fantasmas- sino, y muy especialmente, por los interrogantes que esa creación sugiere. Se sabe que Hamlet simula su locura como parte de su plan de venganza, pero... ¿cuándo comienza verdaderamente esa simulación? ¿La aparición del fantasma de su padre debe incluírse en ese plan o es, como parece a primera vista, lo que determina a Hamlet a llevarlo adelante? O bien, como lo expresa claramente Bart Simpson en esta notable adaptación del clásico de Shakespeare: ¿Could that fat ghost be telling the truth? ("¿Estará ese gordo fantasma diciendo la verdad?")

Lo más interesante del asunto es que la respuesta, en cualquier caso, la da el propio Hamlet en uno de sus arrebatos de locura: "Palabras, palabras, palabras", dice, y esas textuales palabras recupera Nicolás Casullo en su Peronismo. Militancia y crítica, que alguna vez mencioné ya en este blog. Es precisamente ahí, detrás de las palabras -y no sería entonces tan extravagante el hecho de que el veneno que mata al Rey se introduzca precisamente por los oídos- que hay que buscar la clave del asunto. Y si Bart Simpson les resulta un improbable Hamlet (digan lo que quieran, a mí me resulta mucho más creíble que Mel Gibson), qué decir de la propuesta de Casullo, que se pregunta en una poderosa carta escrita en 1974, incluída en el libro, si no habrá que ver en Perón, como creen algunos, "un insólito Hamlet dado vuelta como un guante." Perón como un enigma a resolver. Ser o no ser peronista como la pregunta fundamental para los militantes de izquierda que ven cómo el mítico líder se convierte poco a poco en un fantasma que deja el poder (años out of joint en los que, sin ninguna duda, "había algo podrido" en la Argentina) en una pareja oscura, una Gertrudis y un Claudio tercermundistas, grotescamente trágicos. ¿Hamlet y Perón, un sólo corazón? Explica Casullo:

Como si en la historia de Shakespeare, desde lo que sucedió en la explanada e involucra a los amigos del príncipe, la palabra y la figura de Hamlet se nos revelase en un momento falsa. Es decir, una empresa que no apunta donde dice Hamlet. Un objetivo que no busca lo que él insinúa. Ni se encamina a una venganza asumida. Imagino a un Hamlet traidor a su propia causa. Asesino de su padre. Que trama, con un actor de la troupe de teatro, el personaje de la sombra del padre (...) Hamlet, una suerte de Macbeth pero infinitamente solapado.

En este contexto, la frase de Cooke respecto del "hecho maldito del país burgués" suena poderosamente shakespeareana. El peronismo, y fundamentalmente la figura de su líder, ese padre cuyo fantasma reaparece una y otra vez para exigirles a sus descendientes, si no venganza, al menos lealtad, es sin ninguna duda el desafío más grande para cualquier analista, historiador, filósofo o poeta. Las claves de interpretación posibles son, como para Hamlet, muchas. La historia es igualmente trágica, y también tiene sus propios Rosencranz y Guildenstern, personajes tan pequeños que su cercanía a los verdaderos protagonistas termina por destruír, reducirlos a un modesto pie de página.

Resulta revelador, en cualquier caso, complemetar las palabras de Casullo, palabras urgentes, escritas en el fragor de los años de militancia, con el monumental trabajo de Horacio González, Perón. Reflejos de una vida. Monumental por su extensión, pero fundamentalmente por su fenomenal capacidad de extraer de las palabras con las que se fue forjando el derrotero del peronismo todos los significados posibles, todas sus complejidades (habría que decir "contradicciones", si se le quitara a esta palabra su pátina de moral y se la redujera a su núcleo, más que lógico, metafísico). Escribe González:

El peronismo son cartas. La historia de la civilización, quizás, es un manojo de cartas. Cartas clandestinas, cartas perdidas, cartas chamuscadas. Cartas de amor que buscan que la mediación de la escritura no las convierta en signos inevitables de impostura o artificio. Es que la escritura es un fingir necesario, y el fingimiento es el precio para ver belleza en una de las mayores rutinas espirituales concebidas por la cultura.

Casullo dijo en una conferencia que los buenos libros se reducen a "dos o tres grandes ideas y el resto... bueno, el resto es un libro" (otra vez las resonancias shakespeareanas), y en ese sentido Perón. Reflejos de una vida es un libro extraordinario, porque prácticamente en cada página es posible encontrarse con una de esas ideas que justificarían una discusión extensa. Pero si aquí incluyo el párrafo anterior es porque en él aparece, otra vez, la idea de la impostura. Y el esfuerzo de comprensión de la realidad como un trabajo, en última instancia, de crítica textual. Hamlet, otra vez. "Palabras, palabras, palabras".

No sé si el libro de González puede recomendarse como lectura para la playa. Pero hay que recomendar su lectura, de cualquier manera. Lo mismo puede decirse del segundo número de la revista El rio sin orillas, entre otras cosas porque incluye una entrevista muy extensa y muy, muy interesante con Eduardo Rinesi, que es el autor, entre varios otros libros, de uno que remite a todas estas cuestiones: Política y tragedia. Personalmente, recuerdo una clase de Rinesi en la que mencionó el célebre comienzo del Manifiesto Comunista ("Un fantasma recorre Europa...") como un ejemplo de la incidencia de Shakespeare en el pensamiento político.

Así que Shakespeare, Marx, Perón y Los Simpsons. Si les parece que algunas de estas comparaciones son forzadas... tienen razón.

viernes, 9 de enero de 2009

I got the blues


Hace muy poquito Página/12 transcribió en su suplemento de verano estas agudas observaciones de W. H. Auden acerca de la música en general, y de la ópera en particular (digo "agudas" porque todos sabemos las notas que puede alcanzar una soprano en una función de I Puritani, por ejemplo). La edición online sólo consigna el comienzo del artículo, pero la recomendación vale para la versión completa, y ya que estamos también para el libro que la incluye, que es La mano del teñidor, editado por Adriana Hidalgo.

Ocurre que Auden, además de ser un gran poeta -muchos deben conocer, por ejemplo, Funeral Blues, infaltable en todo obituario que se precie- escribió algunos libretos de ópera, entre ellos el de esa obra maestra de Igor Stravinsky que es La carrera del libertino. Aquí, pues, pueden ustedes disfrutar un pasaje de la ópera, cantado de manera extraordinaria por Dawn Upshaw.

Y hablando de funerales y de extrañas coincidencias: como bien señala alguien a continuación del video en cuestión, no deja de ser un detalle un tanto macabro que allí Dawn Upshaw le cante esa canción de cuna a Jerry Hadley, que poco tiempo después moriría en su casa de Nueva York.

Ya sé que estamos de vacaciones y que podría haber elegido un tema un poco más light para esta entrada, pero bueno... Prometo algo más jovial para el fin de semana. Mientras, les dejo un más que apropiado link a una de esas canciones por las que uno agradece que existan los Rolling Stones.

Hasta dentro de un rato.

domingo, 4 de enero de 2009

Ítaca

Ahora escribo esto desde el aeropuerto de Santiago, antes de emprender el regreso a Buenos Aires. Lo que pasa es que quiero ver qué se siente escribir en los aeropuertos, e incluso arriba mismo del avión, que es donde pienso terminar esta entrada. No es que me quiera hacer el Rodrigo Fresán, aunque pensándolo bien puede ser que sí, que eso sea exactamente lo que estoy haciendo. Perdón, entonces, por las turbulencias. Y ajústense los cinturones, respiren normalmente y todo eso.

UNO. Y cuando prometí comentar brevemente algunos hallazgos trasandinos que pensaba compartir en la segunda temporada de estudio de noche no necesariamente hacia referencia a música trasandina. De hecho, no traje nada de música chilena, aunque sí mucha literatura. Pero ahora estoy hablando de música, así que la literatura queda para dentro de un rato, en el avión. Más noticias adelante. O más arriba. Como sea, la música involucra a un par de mujeres ilustres de las cortes europeas del Barroco. A una de ellas, Barbara Strozzi, seguramente la conozcan los lectores de este blog amantes de la música antigua. El disco en cuestión se llama To the unknown goddess, e incluye piezas de Strozzi interpretadas por Catherine Bott, a quien ya escuchamos en el programa, y en más de una oportunidad, por la sencilla y caprichosa razón de que canta como los dioses, o las diosas, en este caso. Por si no tienen la suficiente paciencia como para esperar a que empiece la segunda temporada, pueden ir escuchando esta muy bonita pieza, maravillosamente cantada por Anne Sofie von Otter. Y a ver qué les parece.

DOS. En cuanto a la otra dama barroca, debo decir que fue un feliz descubrimiento. Jamás había oído hablar de Wilhelmine von Bayreuth, condesa de esa ciudad legendaria del sur de Alemania en la que aparentemente había vida antes de Richard Wagner. Según dicen, era la hija más joven de Federico Guillermo I de Prusia, lo cual la convierte en hermana menor de Federico II, el mismísimo responsable del tema de la Ofrenda musical de Johann Sebastian Bach. Así de pequeño era el mundo de las cortes europeas, o así de endogámico. En cualquier caso, el descubrimiento se lo debo a Gonzalo Cuadra, que además de pasarme estos discos también me adelantó parte de dos grabaciones editará a lo largo de 2009, dedicadas al barroco latinoamericano, en sus versiones sacra y profana. En cuanto a Wilhelmine, seguramente escucharemos algún aria de su ópera Argenore. Será una manera también de homenajear a todas las compositoras que pasaron por estudio de noche, difundiendo la música de una princesa que opera de algún modo como eslabón perdido entre Barara Strozzi y Clara Wieck, en esa genealogía de mujeres compositoras que es mucho más rica y extensa de lo que se suele reconocer. Y que hoy cuenta con personajes como la finlandesa Kaija Saariaho o la tártara Sofia Gubaidulina, a quienes menciono sólo por el placer de escribir, respectivamente, "Kaija" y "tártara".

TRES. Y en Chile se vendía como pan caliente (o como Cola de Mono, que en estas épocas de brindis en cadena es un item obligado en las tierras de Manuel Montt, de quien toma su nombre la bebida) el número aniversario de The Clinic, que incluye varias predicciones para el 2009, entre ellas el descubrimiento de que Leonardo Da Vinci habría inventado, también, el iPhone. En ese mismo número se repasan los grandes momentos de la publicación en 2008. Y entre ellos aparece una foto de Lautaro Bolaño, a quien muchos conocerán por las dedicatorias de los libros de su padre, Roberto. Lautaro sigue viviendo en Blanes, tiene 17 años, y armó una banda de rock que se llama Asfalto Blanco. Habla, por supuesto, de su padre:

Le creía todo de pequeño, cosas realmente imposibles. Me decía que cuando fuéramos grandes, compraríamos un barco y viviríamos en el mar, o me decía: cuando tengas 18 iremos tú y yo al Amazonas a cazar anacondas.

Y unas líneas más tarde, conversando con el enviado de The Clinic:

LB: He estado pensando musicalizar poemas de Roberto… Coincidíamos en algunos estilos, cuando escuchaba su música me gustaba Bob Dylan...
TC: ¿Y de música chilena escuchaba algo?
LB: ¿Qué es música chilena? Lo único que recuerdo es un CD con poemas de Nicanor Parra.

Y la verdad es que hay que reconocerle a Lautaro que no le haya puesto a su banda “Los Perros Románticos” o “Los Detectives Salvajes” o algún otro nombre referencial por el estilo. Por ahí deja caer, como un guiño secreto, la idea de estudiar criminología. Como si quisiera cumplir ese destino que su padre dejó pendiente. O, mejor, como si, también como su padre, se divirtiera lanzando una consigna exagerada que los que escuchan no pueden evitar tomarse en serio.

CUATRO. Otra de las grandes entrevistas del año, según The Clinic, tiene como protagonista a Roberto Torretti, a quien los que nos dedicamos a la filosofía, también conocida como el arte de volar por las nubes sin necesidad de aviones, conocemos por tratarse de una de las máximas autoridades kantianas en lengua española. Y como era de imaginarse, don Roberto deja un párrafo imperdible:

He hallado siempre tan ridículo hablar del materialismo de sociedad moderna. Materialistas somos los asalariados que queremos la plata para gastarla en cosas que, como vivimos en un mundo material, tendrán que ser materiales. Pero el capitalista está movido puramente por fines ideales: el número, la acumulación.

Lo cual me recordó varios diálogos que solía entablar en épocas de secundaria con algunos compañeros que se permitían cuestionar la solidez de la carrera a la que tenía planeado dedicarme. ¿Pero por qué insisten en creer que una hipoteca subprime es algo más sólido que un imperativo categórico, o que un índice de la Bolsa de Nueva York algo más tangible que el mismísimo Dasein? Un filósofo muy antipático dijo alguna vez que la filosofía ofrecía una pequeña isla de tranquilidad en medio de un mar embravecido, y que desde ese lugar estratégico él podía mirar con desprecio los manotazos de los que se retorcían entre las olas. No es esa mi idea de la filosofía, y en cualquier caso estamos todos de acuerdo en que quienquiera sea el que dijo eso –afortunada o piadosamente no recuerdo su nombre, y ni siquiera su nacionalidad; acá cada uno imaginará la que su prejuicio le dicte: para mí, por ejemplo, seguro que fue un francés– era una mala, pero muy mala persona. Y donde quiera que esté -seguramente NO en la isla de Lost-, se debe estar descostillando a carcajadas, por cómo viene la mano.

CINCO. Y mientras escribía estas cosas, un empleado del aeropuerto pasaba al lado mío con una silla de ruedas...

SEIS. Y en Chile pude también conseguir algunos libros difíciles de encontrar en Buenos Aires, a pesar de que muchos autores chilenos fueron publicados aquí antes que en Santiago. De Enrique Lihn, por ejemplo, De la Flor publicó en los ’70 Batman en Chile. Pero no fue esa novela lo que conseguí en Santiago, a pesar de que hace muy poco fue reeditada, algo que The Clinic rescató como uno de los acontecimientos literarios de un 2008 por demás fome. Lo que conseguí fue un poemario de 1979, annus mirabilis en el que se festejaba el cincuentenario del poeta. Para la ocasión, se editó en Valparaíso este A partir de Manhattan, una suerte de diario de viaje, atravesado por la memoria y la distancia, con versos como estos:

Vino por casualidad y fue voluble
en quedarse: el lugar se le parecía
o así lo creyó y tenía razón
Manhattan en sí mismo carece de realidad
aquí también en cierto sentido
no pasa nada.

Mi favorito, de todas maneras, es este “Voy por las calles de un Madrid secreto”. Un poema casi eleático en su demostración de la imposibilidad del movimiento:

Voy por las calles de un Madrid secreto
que en mi ignorancia sólo yo conozco:
nadie que lo conoce lo ve así
ni en su ignorancia ignora lo esencial.
Ariadna - mi memoria laberíntica -
me tiende el hilo de su pobre ovillo
hecho de telarañas hilachientas.
Creo ver lo que vi: es una creencia
y de improviso, es cierto, lo estoy viendo
pero en otro lugar. Y ¿por qué en otro?
más bien todo en un sitio sin lugares
ni estables perspectivas ni, en fin, nada.
La ciudad es hermosa ciertamente
pero debo inventarla al recordarla.
No sé qué mierda estoy haciendo aquí
viejo, cansado, enfermo y pensativo.
El español con el que me parieron
padre de tantos vicios literarios
y del que no he podido liberarme
puede haberme traído a esta ciudad
para hacerme sufrir lo merecido:
un soliloquio en una lengua muerta.

SIETE. También en Chile pude escuchar Il ritorno d’Ulisse in Patria de Monteverdi, y no fue sino hasta mucho más tarde, ya arriba del avión, que descubrí el hilo secreto que unía el destino de Ulises con el de todas las personas que en ese momento cruzábamos Los Andes con un café caliente en la mano. Recién entonces volví a pensar en el primer monólogo de Ulises, una pequeña obra maestra de Monteverdi en su caracterización del viajero, en la euforia de las aventuras que uno encuentra en el camino, en la nostalgia por las cosas que nos esperan en tierra firme.

OCHO. Aterrizaje perfecto. Otro vuelo sin sobresaltos. Respiro normalmente. Vuelvo a tomar aire. La próxima vez, viajo con la guitarra.

jueves, 1 de enero de 2009

par avion

No pensé que este blog se iba a trasformar en uno de esos ejercicios de autocomplacencia y narcisismo, pero llega un momento en el que uno se pregunta por qué no. Además, como el programa ingresó en esa zona nebulosa conocida como “receso de verano”, no parece conveniente dejar inactiva esta página tanto tiempo. Como cualquiera sabe, la blogósfera exige una permanente alimentación a base de comentarios, confesiones, y todo tipo de manifestaciones verborreicas. Cualquier vacío, por ínfimo que parezca, puede transformarse en el punto a partir del cual se empieza a deteriorar la maquinaria del universo...

Así que decidí viajar a Chile para recibir el Año Nuevo con amigos, allende la cordillera. Señal de alerta: será el primer viaje en avión desde que empezó Lost. Todos mis viajes anteriores, incluso el primero, que además fue el más extenso de todos, hace ya muchos años, fueron casi imperceptibles de tan tranquilos. Ninguna angustia, ni siquiera en el despegue o en el aterrizaje… Tampoco en un ocasional “pozo de aire”, una expresión que siempre me sonó más incomprensible que amenazadora. A lo sumo, un único inconveniente, una vez, volviendo de Montevideo, obligados a permanecer en el aire más de lo esperado, con la consiguiente amenaza del combustible cada vez más escaso. Pero ni siquiera esa amenaza, o la imagen de dos o tres aviones volando en círculos cerca de mi ventanilla, lograron perturbar lo que siempre fue una experiencia cordial, casi hospitalaria por parte del aire. Y ya que estamos, ¿por qué siempre se habla del “respeto que infunde el mar” y nunca del “respeto que infunde el aire”? Supongo que si Moby Dick hubiera transcurrido en el cielo, o si el Pequod hubiera sido un 747, las cosas serían muy, muy distintas.

Los viajes en avión, de cualquier modo, ya no son lo mismo. Y es que Lost modificó todo dramáticamente. En primer lugar, el momento previo al embarque: escrutar uno por uno a los inminentes compañeros de viaje, atento a ver si entre ellos se esconde algún cirujano con tatuajes en los brazos, alguna convicta escoltada por un carabinero (lo siento por él, en ese caso), algún hombre en silla de ruedas equipada con cuchillos de todos los tamaños y colores, algún cantante de rock con su guitarra al hombro, alguna rubia embarazada, o hasta Jorge García, el actor que interpreta a Hurley, que es chileno y que tal vez decide pasar Año Nuevo en Santiago, previa escala por Buenos Aires. Difícil, pero quién sabe. Podría pasar.

Pero no. Ni uno sólo que se ajuste a alguna de esas descripciones. Alivio, por un momento, pero también algo de decepción. Es que, ciertamente, no es que uno quiera que su avión se estrelle en una isla misteriosa, pero, si eso llegara a ocurrir, es difícil imaginarse algún tipo de aventura sin al menos alguno de aquellos personajes. Uno empieza a mirar a su alrededor y piensa, “¿Con esta gente me va a tocar compartir meses y meses en una isla del Pacífico? ¿Quién va a cazar jabalíes? ¿Este flaquito con la camiseta de los Lakers?” Además, para mí era un vuelo atípico: por lo pronto, era la primera vez que tenía que abordar el avión por la escalera, cruzando la pista a pie, caminando entre los aviones. Siempre me pareció bastante claro que la tradicional manga por la que se suele abordar, y que hace virtualmente imposible determinar el momento en el que uno cruzó el umbral que separa la estructura firmemente establecida sobre la tierra de la que en breve estará, literalmente, por el aire, tenía como objetivo ofrecer algún tipo de resguardo psicológico. Los cinco sentidos, que no sólo nos engañan sino que a veces pueden ser incluso bastante estúpidos, parecerían no registrar que están ingresando a un ambiente que, si bien no es hostil, al menos es lo suficientemente extraño como para que la sensación de peligro o amenaza no esté del todo fuera de lugar. Y no es que adscriba a esas frases excesivamente ingenuas del tipo “si Dios (o la Naturaleza, o el Gran Arquitecto, o Papá Pitufo, lo que cada uno quiera) hubiese querido que los hombres volaran, les habría dado alas”, frases que en todo caso demuestran un desprecio por todo lo que en el sentido más amplio llamamos “cultura” porque, de ser así, si Papá Pitufo hubiera querido que los hombres comieran con utensilios les habría dado manos con dedos en forma de cuchillo, tenedor, cuchara y espátula, y si hubiese querido que hicieran música los habría creado con una trompeta en… Bueno, ya ven más o menos por dónde va mi razonamiento. Como sea, no es ese el tema. El tema es que, aparentemente, la manga es un dispositivo eficaz para que la transición tierra-aire sea lo más leve posible. Claro, después está el momento de la aceleración, ese punto exacto en el que todo el cuerpo percibe (los sentidos no eran tan estúpidos, después de todo) que uno ya está en el aire. Ese será siempre el momento traumático por excelencia, independientemente de la familiaridad o de la tranquilidad con la que uno esté acostumbrado a lidiar con él. Pero, en cualquier caso, lo que aprendí en este viaje es que ingresar al avión por la escalerita que uno a veces puede ver en películas o coberturas de viajes de presidentes, estrellas de rock o deportistas (en orden de importancia), es que es mucho mejor ser plenamente consciente de que uno está ingresando a un aparato inverosímil desde todo punto de vista. Hay una sensación de euforia casi infantil en el momento en el que uno sube uno a uno esos escalones, mientras puede abarcar de un solo golpe el avión sobre la pista, como si uno estuviera en un parque de diversiones, a punto de subirse al juego más divertido de todos (por eso las largas colas, por eso los boletos más caros), para un paseo que podría ser inolvidable.

Pero claro, después las cosas son bastante menos divertidas. Por lo pronto, lo primero que te explican, invariablemente, es cómo comportarse en caso de emergencia. Evidentemente, si eso es lo primero que te explican, probablemente se deba a que la posibilidad de tener que aplicar todos esos conocimientos no es tan lejana. En cualquier caso, de todas esas instrucciones, mi preferida es la de las máscaras de oxígeno: siempre explican que en caso de despresurización, caerá la máscara (de hecho, eso es lo que pasa, incluso en el plano metafórico: “se cae la máscara, todo era mentira, es evidente que este aparato no puede volar”), uno tendrá que colocarla sobre las vías respiratorias, ajustarla y “respirar normalmente”. Siempre me gustó que dijeran “respire normalmente”. Se supone que se acaba de desprender una parte del fuselaje, el avión va cayendo en picada en el medio de la Cordillera de Los Andes, llueve sobre mi persona el equipaje del tipo de adelante, que por alguna razón viajaba con una colección de cascos prusianos que ahora caen de punta, y se supone que gracias a esa mascarita yo puedo “respirar tranquilo”. Qué alivio, muchas gracias.

Recomendación para futuros usuarios: si la compañía lo permite, hagan el check-in desde sus casas, via Internet. Yo no lo hice, pero todos mis compañeros de vuelo sí. Consecuencia: ocupé el último asiento del avión. Otra vez pensé en Lost: “Epa, tail section, estos son los que se llevaron la peor parte. El único que se salvó fue el dentista”. Y yo le tengo horror al dentista. Me tranquilicé cuando vi que a mi lado se ubicaba una chica muy bonita y delicada, con un iPod que me obligó a intentar descifrar, durante la mitad del viaje, la música que estaba escuchando. La otra mitad del viaje me entretenía con pensamientos como: “Con esta chica sí que podría compartir un accidente aéreo, siempre y cuando no sea mortal. Medianoche en la Cordillera, al calor del fuselaje en llamas, el cielo estrellado sobre el avión idem… Tal vez así tendría una oportunidad…” Pero no. Un viaje sin sobresaltos.

Y así volví “a pisar las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada”, como reza la canción que recuerdo cada vez que vengo a Chile, y especialmente en esta ocasión, porque estoy parando muy cerca de La Moneda, o al menos más cerca que las últimas veces que estuve por acá. La verdad es que gracias a la infinita generosidad de muy buenos amigos acá en Santiago estoy disfrutando de una estadía muy grata, con compañeros de habitación muy particulares.

También pude hacer acopio de material musical para compartir en la próxima temporada de estudio de noche, pero ya les contaré de eso en otra oportunidad, después de disfrutar unos buenos piscos, paltas, locos y todas las cosas ricas que se consiguen por acá.

Que tengan un muy feliz Año Nuevo.