miércoles, 26 de mayo de 2010

cultura para todos


Acabo de ver un informe de Duro de Domar acerca de la Gala de Reapertura del Teatro Colón. Supongo que pronto estará circulando en YouTube. Sólo transcribo -un poco de memoria, acaso alguna palabra esté ligeramente modificada- las dos participaciones de Mirtha Legrand. Comentarlas me parece ocioso.

Escena 1
Antes de ingresar al Teatro

Reportero 1: ¿Qué opina de esta fiesta, Señora?
Mirtha (vestida con sus mejores galas): Quiero decir que el Colón no es de una elite, como algunos piensan. Es de todos.

Escena 2
A la salida del Teatro

Reportero 2: ¿Qué le pareció la fiesta, Señora?
Mirtha: Quiero felicitar a Mauricio Macri por la organización de este evento. Estaba todo perfecto: había vallas, la gente no molestaba...
(Funde a amarillo)

Evidentemente, algo pasó ahí adentro.

martes, 25 de mayo de 2010

estridente sonó


Ante todo, y por eso de que nadie resiste un archivo -y para conjurar posibles falacias ad hominem- aclaro que participé en el libro sobre el Colón que distribuye Clarín y que escribí sobre la reapertura del Teatro el pasado sábado en la revista Ñ. Digo, para que lo que viene a continuación no sea leído como una muestra de cinismo o resentimiento. Que son dos ingredientes que suelen alimentar grandes páginas de la literatura mundial, pero que, por el momento, no tienen nada que ver con este blog. Así que ahí va: un comentario sobre lo que pasó ayer en Cerrito y Tucumán.

Cuando se promociona una celebración como "la fiesta de todos", es interesante detenerse en quiénes están incluídos en ese "todos". No voy a repetir lo dicho en la entrada anterior, o lo que óptimamente describe Diego Fischerman aquí y aquí. Baste con recordar que, en todo caso, de esos "todos" algunos estaban adentro del Teatro y otros estaban afuera. El diario Crónica tituló que, mientras las multitudes se agolpaban en el Obelisco, el Colón era "para unos pocos". Así dicho, suena un poco exagerado. Ni siquera en una cancha de futbol entran "todos". Los espacios, aún los de mayores dimensiones, nunca pueden albergar más que un número finito de invitados. El problema, como siempre, está en las palabras.

Y entonces, a juzgar por las palabras que se escucharon anoche en los alrededores del Teatro, la fiesta "de todos" fue la fiesta de Clarín. Me apena escribirlo así, por la gente que conozco allí y porque, bien que en forma intermitente, suelo colaborar con el medio. Pero si algo quedó claro anoche fue que la "agenda" de la fiesta, deliberada o inercialmente, estuvo marcada por las cámaras del 13 y TN.

Un adelanto de la disputa Gobierno vs. Clarín se pudo ver durante el partido de la Selección Argentina contra Canadá. Canal 7 ofreció un zocalito que anunciaba que no transmitiría la Gala del Colón porque el Gobierno de la Ciudad había cedido los derechos en exclusividad a un grupo privado de medios. La guerra de los zócalos continuó en la pantalla del 13, que entre los subtítulos de La bohème aclaraba que la transmisión estaba a disposición de quien quisiera solicitarla y que si un canal no la pasaba era porque no la había pedido. Otra innovación de la televisión argentina: la patria zocalera.

Pero lo más grave de todo es el tono entre paternalista y condescendiente con el que se habla en los canales de TV -y aquí sí, la responsabilidad no es en absoluto exclusiva de TN y el 13- sobre el Teatro Colón. Una catarata de lugares comunes que resulta pasmosa. "Cultura" es la única palabra que se les escuchaba a los comunicadores, una y otra vez, como si sólo pronunciarla concediera algún tipo de contraseña. Más grave que la pobreza conceptual de los comunicadores es la de los responsables de la organización, que repitieron en el video que se proyectó sobre la fachada todos los eslóganes del Centenario. Y no es una errata: el texto de la proyección atrasaba por lo menos 100 años, como si hubiese sido escrito por un representante de la generación del '80. En algún lugar, Horacio Sanguinetti, emocionado, debe haber derramado una furtiva lágrima.

Después, a medida que los funcionarios del Gobierno de la Ciudad ingresaban al Teatro, los periodistas les pedían, sin excepción, un comentario respecto de la ausencia de la Presidenta. Un detalle de buen gusto, eso de preguntarles a los invitados a una fiesta por la ausencia de otros. Me imagino a los cronistas en una fiesta de casamiento, preguntándole a la novia qué opina de la ausencia de la ex del flamante esposo. Si hasta Horacio Rodríguez Larreta tuvo que equilibrar el mantra insidioso de la periodista de TN que le preguntó tres veces por la ausencia de Cristina Fernández: palabras más, palabras menos, el Jefe de Gabinete porteño reconoció que, si se celebra la reapertura del Teatro con 2700 invitados, poner la lupa en el que no vino a la fiesta es, por lo menos, exagerado. Como igual de exagerada fue la reacción de una Magdalena Ruiz Guiñazú que, fuera de sí, se quejaba de las "pendejadas" del Gobierno. Una reacción un tanto destemplada para lo que ella misma definía como una "fiesta". Curioso que ni aún la ausencia del oficialismo logre conjurar la tan mentada "crispación". Siempre alguien entra en el Colón a las puteadas.

Y si en estos días hubo algo de preocupación en la Iglesia respecto de la posibilidad de que el Te Deum en la Catedral Metropolitana se convirtiera en un acto opositor por la acción de diversas fuerzas políticas, lo de ayer fue indudablemente resignificado por algunos medios como un verdadero acto opositor, hecho y derecho. Con la presencia, claro está, de eminentes figuras de la oposición como Susana Giménez. O de un Rocardo Fort capaz de eclipsar nada menos que al carismático vicepresidente de la Nación.

Bienvenido el Colón abierto, entonces. Pero la reapertura no es, como parece desprenderse del relato oficial, el fin de las obras y el retorno al pasado. Debería ser, más que nunca, una invitación a discutir el futuro.

miércoles, 19 de mayo de 2010

RSVP


Parece una escena tomada de una de esas películas épicas à la Cecil B. De Mille. Una marcha de los pueblos originarios de la Argentina llegando a Buenos Aires mientras la ciudad prepara con pompa y circunstancia la reapertura de un teatro que lleva el nombre de aquel Cristóbal Colón que empezó todo, allá por 1492. Pero lo más interesante del asunto son los afiches promocionales del Gobierno de la Ciudad, que invitan a la gente ver la función... desde afuera.

La idea de que el Teatro Colón es un reducto de la oligarquía más rancia, una especie de monumento a la exclusión en donde sólo unos pocos pueden entrar -por derechos adquiridos en la cuna o en el mercado- es una de esas falacias que el sentido común imperante construyó con algunos datos ciertos y muchos más de fantasía. Aún así, erradicarla es muy difícil (como comentario al margen: esa es también, entre otras, la tarea de la crítica musical por la que tantas veces se pregunta). Requiere de mucho esfuerzo, de una tenaz voluntad de desarmar demasiados prejuicios. Pero es una tarea que, de un tiempo a esta parte, muchas personas vienen intentando. Y la Gala del próximo 24 no ayuda en absoluto.

Y es que invitar a una "reapertura" para presenciarla del lado de afuera es casi una broma de mal gusto. Es decirle a la gente que se acerque a ver cómo sólo unos pocos invitados pueden entrar. Y encima -en una muestra de cinismo impenitente- afirmando que "no se suspende por lluvia". Más vale: la lluvia no afecta a los organizadores, a resguardo dentro del Teatro, sino a las multitudes que la miran de afuera.

Es cierto, no se puede meter a toda la ciudad en el Teatro el día 24. Pero se la puede invitar a conocer por dentro un espacio que hasta quienes jamás lo visitaron sienten como propio. No hace mucho, una gestión invitaba una vez por año al público a ingresar gratis para presenciar conciertos, funciones de ballet, o incluso visitas guiadas. Es probable que esta gestión considere ese gesto como una variante más del populismo. Pues bien: nadie les pide que refloten esa iniciativa. Pero al menos se les puede pedir una redacción un poco menos ofensiva en sus campañas públicas.

O acaso los afiches -recordar aquella involuntaria autocrítica "en los últimos dos años hicimos más que en los últimos diez"- sean verdaderamente la manifestación más acabada de eso que algunos todavía llamamos "ideología".