lunes, 29 de noviembre de 2010

bad religion


Cito a Alex Ross, que cita a su vez a Dave Hickey (al final, este resultó ser un blog de citas... y ahora que lo pienso: un blog con fragmentos de Borges, Homero, Milton, etc. ... ¿sería un blog de citas a ciegos?):

La presunción de la "bondad" esencial del arte no es más que una ficción política que utilizamos para solicitar la financiación de la educación artística pública y para la producción estatal de obras de arte que amamos en tal medida que su existencia nos resulta inseparable de la textura del mundo en que vivimos. Estos son proyectos valiosos e indispensables. Ninguna sociedad con un mínimo de sensibilidad pensaría siquiera en ignorarlos. Pero la presunción de la "bondad" esencial del arte es un tropo convencional. No describe nada. La educación artística no resulta redentora para la mayoría de los estudiantes, así como tampoco la práctica artística resulta redentora para la gran mayoría de los artistas. Las "buenas" obras de arte que encontramos en nuestros museos están allí no porque sean "buenas", sino porque nos gustan. La ficción política acerca de la virtud del arte sólo quiere decir lo siguiente: la práctica y exhibición artística ha demostrado tener consecuencias públicas beneficiosas en el pasado; puede ser así también en el futuro. De modo que financiarlas es una apuesta que vale la pena. Ese es el argumento: es arte es bueno en un modo vago y general. Autoseducirse para creer en la "bondad" intrínseca del arte, sin embargo, es sencillamente mala religión, no importa cuál sea la recompensa. Y es mala religión de tinte sectario cuando profesar la propia creencia en la "bondad" del arte se convierte en condición para ser miembro de la comunidad artistica.

Amén.

jueves, 25 de noviembre de 2010

consejos de un discípulo de Cage a un fanático de Dylan


Como coincidencia, es bastante modesta. No es de esas que lo obligan a uno a revisar toda una concepción del mundo o a confiar su suerte a una inteligencia o voluntad superior. Pero no deja de ser curiosa: ayer a la mañana me desperté con dos noticias, aparentemente muy diversas. Una, debía entrevistar al compositor Alvin Lucier en el Auditorio de la Fundación Proa (en el marco del Ciclo de Música Contemporánea del San Martín) y, otra, en enero se lanzará mundialmente Los sinsabores del verdadero policía, otra novela póstuma de Roberto Bolaño (espíritu tutelar de este blog, como todos saben).

No voy a transcribir algunas de las muy divertidas respuestas de Lucier en la charla, porque seguramente en breve podrá verse el video en el sitio de la Fundación Proa. Pero la curiosidad de la noche -insisto, modesta y absolutamente personal- no será televisada. En estricto off the record, Lucier comentó que es un lector voraz (amigo de Jonathan Franzen y otras plumas rutilantes) y fanático confeso de Roberto Bolaño. Menos sorprendente resultó que su novela favorita del corpus bolañesco sea Nocturno de Chile: fue el título con el que Bolaño ingresó con honores en el mercado norteamericano, con el espaldarazo de una recomendación entusiasta de una Susan Sontag prácticamente desde su lecho de muerte.

Antes de comenzar la entrevista, Lucier comentaba que cuando estuvo en Darmstadt en los años '50, la música de las vanguardias europeas lo fascinaba como oyente pero no sentía esos lenguajes como propios: "No creo que un análisis de la música europea de los '50 pueda prescindir de la experiencia de la guerra... Creo que allí radica la diferencia entre el escenario europeo de las vanguardias, y lo que hacíamos nosotros en los Estados Unidos, más despreocupadamente, si se quiere. Supongo que en parte ello se debe a que los músicos europeos parten de una tradición con la que dialogan, mientras que la música norteamericana no dialoga con otras músicas: personalmente, yo camino por la delgada línea que separa una composición para una sala de conciertos de una mera experimentación acústica."

Caminando hacia el auditorio, la traductora de la charla le preguntó si no temía que sus obras fuesen malinterpretadas. La respuesta de Lucier ilustra perfectamente a qué se refiere cuando habla de la "despreocupación" norteamericana: "Si lo pensás, en este momento se está haciendo música en todo el mundo: aquí, en Japón, en Berlín, en California... De modo que si en un lugar en particular algo sale mal, la verdad es que no importa demasiado."

El tipo de cosas que uno aprende en la Universidad Desconocida.

viernes, 19 de noviembre de 2010

hoy las ciencias adelantan / que es una barbaridá


Lejos de mí criticar el financiamiento de disparatados proyectos de investigación -a menos que me nieguen la beca del CONICET; ahí ya es otro cantar-. Pero convengamos en que construir los instrumentos musicales que Hieronymus Bosch pinta en la sección "infernal" de su tríptico El jardín de las delicias es, por lo menos, una muestra de la poca capacidad que algunos científicos tienen a la hora de enfrentarse a metáforas, analogías, alegorías y etcéteras varios.

Porque, así como lo leen -y lo pueden corroborar en esta entrada del blog de Pablo Gianera, o en esta otra del británico The Guardian-, varios especialistas de la Universidad de Oxford trabajaron durante meses en la reconstrucción de los instrumentos que se pueden ver en imágenes como la reproducida aquí arriba. La conclusión: la mayoría de esos instrumentos son intocables y, los pocos que pueden tocarse, "suenan horriblemente" (sic).

El hecho de que varios de los integrantes del grupo oxoniense sean musicólogos bastaría para hacer algunos comentarios despiadados que me voy a ahorrar. En todo caso, es bastante lapidario el irónico comentario de Sam Leith en The Guardian: "Es como intentar construir los relojes derretidos de Salvador Dalí y después quejarse porque las agujas no se mueven adecuadamente". ¡Son los instrumentos del Infierno, muchachos! Como bien apunta Leith en su texto (adecuadamente titulado "Shocking news from Oxford: you can't play a flute with your bottom"), algo en la obra del Bosco les debería haber alertado a estos cráneos acerca de la posibilidad de que los modelos para la obra no hayan sido tomados precisamente de la vida cotidiana del artista: "algo, no sé, como un pájaro gigante y monstruoso con una marmita de sombrero, masticando la cabeza de un tipo que expulsa bandadas de pájaros de su trasero", por caso. ¿Cómo esperaban que sonara esa célebre gaita? (Ok, tal vez no haya elegido el mejor ejemplo: todas las gaitas suenan como si hubiesen sido construidas en el mismísimo infierno).

En todo caso, ahora lo imagino a Sheldon Cooper explicándole a Silvio Rodríguez que el ADN de los unicornios hace científicamente imposible que un espécimen pueda adquirir el color azul.

Mientras, en algún lugar de Oxford, el comité encargado de asignar los subsidios a las investigaciones se está encargando de pedirles a los responsables del estudio que posen para la reconstrucción en 3-D del Jardín de las delicias.

Ya saben qué hacer con sus instrumentos...

sábado, 13 de noviembre de 2010

polémica polaca


OK, ahora sí. La música. Me remito a la entrada reciente del blog de Diego Fischerman, y al link que pueden encontrar en ella, que reenvía al blog de Tom Service, crítico musical de The Guardian. Ambas entradas aluden al recientemente fallecido Henryk Gorécki y hay allí un par de interesantes reflexiones acerca del compositor, desde ya, pero también acerca de los usos y costumbres de la crítica musical que, como cualquier visitante más o menos regular de este blog sabe, es a esta altura una especie de obsesión personal. (Y ahora me viene a la mente una frase genial de House, MD: "sólo un idiota se interpone entre Ahab y la ballena". Que es otra forma de decir que no esperen que cambie de tema, al menos por ahora.)

Y el tema es que si el nombre de Gorecki es mínimamente conocido a lo largo y a lo ancho del planeta, ello se debe a su Tercera sinfonía, aunque, claro, el sólo hecho de que se llame "tercera" debería llamar la atención sobre el hecho de que existen otras dos (y sólo dos: la Cuarta, que debía estrenarse este año, nunca pudo ser terminada), por no hablar de piezas de cámara, solistas o, como bien apunta el bueno de Service (cómo no hacer un chiste con ese nombre), este concierto para clave y orquesta.

Ahora bien, si uno se detiene en los comentarios a la entrada de Tom Service, lo que en boca del autor era un intento por llamar la atención sobre el resto de la obra de Gorecki, se transforma, por obra y gracia de la turba enfurecida que suele comentar en los blogs, en un ataque frontal a las vanguardias musicales a las que alguna vez perteneció Gorecki (y de las que supo tomar distancia) y, por supuesto, a los críticos que atacaron la supuesta apostasía que significó la composición de la Sinfonía de canciones tristes (y no, esta traducción libre del título de la Tercera no es un guiño a Rodrigo Fresán). Lo curioso es el hecho de que, en defensa del desaire de Gorecki a Boulez & co., los comentarios aluden al hecho de que la grabación de esa sinfonía se convirtió en uno de los discos más vendidos de la historia de las grabaciones clásicas. Curiosa defensa: esos mismos comentaristas deberían entonces concluir que el cd con la Filarmónica de San Francisco interpretando las canciones de Metallica es mucho más recomendable que toda la obra de Gorecki, puesto que vendió muchos más discos.

Pero no.

Porque, claro, lo que también está operando allí es la ficción según la cual escuchar la Tercera sinfonía de Gorecki (o la Novena de Beethoven, por caso) "hace mejores" a las personas. El mismo prejuicio que mueve a los suplementos culturales de los diarios a festejar que "los jóvenes" asistan a los teatros de ópera: la humanidad, gracias a ellos, está salvada. De más está decir que semejante antropología estetizante no se sostiene. Sin embargo, persiste una cierta visión acerca de la crítica -emparentada con este prejuicio- que impugna discursos como los que en su momento recibieron la Tercera de Gorecki: que los críticos confunden "complejidad" con "valor" y que la rápida difusión de la obra de Gorecki los obligó a concluir, consecuentemente, que era una obra decididamente mala. Según esta visión, los que no entienden nada son los críticos, mientras que el público que corre a comprar el disco de Gorecki realiza, con ese acto, un juicio de valor mucho más acertado.

No me detengo en el punto de la complejidad y el valor, porque para eso pueden leer Efecto Beethoven de Diego Fischerman. Pero sí me permito señalar el punto en el que la crítica a los críticos no se sustenta (y no porque me anime un espíritu corporativo: los críticos se equivocan mucho, incluso demasiado, pero por otros motivos): las razones por las que la obra de Gorecki fue criticada no tienen nada que ver con aquellas por las que fue acogida por las masas sedientas de canciones tristes.

Como sugiere la entrada en el blog de Diego, la época en la que surgió la sinfonía era ciertamente compleja. Y, si como apunta Alessandro Baricco en Los bárbaros, el discurso musical de nuestro tiempo (y no sólo el musical, si bien es el que aquí nos importa) se maneja estableciendo relaciones y series de relaciones, las tramas en la que los críticos y el público insertaban la obra de Gorecki eran decididamente diversas. En rigor, entonces, podría decirse que no estaban hablando del mismo objeto: el crítico que destrozó la Tercera sinfonía de Gorecki afirmando que era "basura", estaba sin ninguna duda todavía inserto en una matriz historicista: se trata de un discurso de barricada, para el cual la obra del compositor polaco era, por lo menos, anacrónica.

El millón de personas que compró el disco, por su parte, seguramente establecía otro tipo de relaciones con la obra de Gorecki: en su matriz probablemente no estuvieran las Notations de Boulez, sino Bohemian Rhapsody de Queen. O la música de películas. O cualquier otra cosa, menos la historia de la música. El éxito de la obra no es entonces una demostración de que los críticos estaban equivocados. Apenas es la demostración de que estaban hablando de otra cosa.

Pero ese es otro problema.

la familia


Yo quería escribir sobre música, pero acabo de ver la nueva tapa de la revista Noticias y se me hace irresistible compartir algunas impresiones. Breves, eso sí.

¿Se acuerdan cuando "et tu, Clete" votó contra la 125 alegando que su hija se lo había pedido? Parece que, como en aquella oportunidad funcionó, la editorial Perfil busca recuperar el argumento ad familiam: ahora dicen que los hijos de Cristina le estarían pidiendo a su madre que no se inmole en pos de la actividad política, como su padre. O sea: que renuncie a la candidatura a la reelección en 2011. Curiosidades de la Argentina: si nuestros representantes fuesen célibes, otra sería la historia.

Al final, Platón tenía razón: nada de familia para los guardianes de la polis.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

el último anarquista


Habrán pensado que era el único aniversario que faltaba celebrar en el año del Bicentenario. El horno no está para bollos, además, habrán pensado. Ahora sí que se puede decir que el Colón, finalmente, volvió a funcionar con normalidad: conflictos, cancelaciones, módicos escándalos, y ahora una caja misteriosa, el recuerdo del atentado anarquista de 1910, durante el segundo acto de Manon.

Pero no.

Cuando la Brigada de Explosivos desalojó el edificio y procedió con el desmantelamiento del objeto no identificado, se encontró con el saludo póstumo de Julio Kaufman. O, mejor, de las cenizas de Julio Kaufman, que murió el 22 de agosto pasado y al que sus amigos imaginaron descansando en paz en el Teatro Colón. Obviamente, sus amigos no conocen el Teatro. Serían capaces de levantar el maravilloso piso de madera del Colón para hacerle un asado de despedida a don Julio, el hombre-bomba.