martes, 22 de noviembre de 2011

mr baricco




Hace poco más de un año, después de una distendida entrevista pública ofrecida en el marco de la Feria del Libro de Buenos Aires, Mr Baricco fue a cenar con Mr Piro y Mr Fischerman, entre otros comensales. Al igual que en la charla previa en el auditorio, la sobremesa incluyó, además de la inevitable literatura, algunas reflexiones acerca de la música y, habiendo italianos y argentinos en una misma mesa, el fútbol. En un determinado momento, el tema de conversación fueron los libros que cada uno de los comensales estaba leyendo en ese periodo. Y Mr Baricco respondió que estaba leyendo a Mr Bolaño.

Cuando terminó de comer, dejó la mesa tendida y se acomodó en el diván, mientras elegía los tres libros a los que les dedicaría la jornada. Eran una novela de Bolaño, la integral de las historias de Carl Barks con el Pato Donald y el Discurso del método de Descartes. Al menos dos de los tres habían cambiado el mundo. El tercero, al menos, lo había respetado.

Este ultimo párrafo no se refiere a Mr Baricco, sino a Mr Gwyn, el protagonista de la última novela del escritor turinés, publicada este mes por la Feltrinelli. La mención de Bolaño remite inevitablemente a aquella charla en una parrilla de Palermo, cuando apenas se había editado su anterior novela, Emmaús, y seguramente Mr Gwyn estaba ya, de alguna manera, en etapa de gestación. Pero, además de la referencia explícita al autor de 2666 (no sé si esa es la novela que leyó Mr Gwyn, aunque sí sé que es la novela que estaba leyendo, hace poco más de un año, Mr Baricco), todo el pasaje tiene algo de "bolañesco" que invita a que se lo considere una suerte de clave oculta para la lectura.

Y es que Mr Gwyn es, decididamente, el libro más "bolañesco" de Baricco. Aunque, desde ya, se trate, fundamentalmente, de un libro de Baricco: están los personajes extrañísimos, como el viejo artesano de Camden Town, o esas situaciones en las que lo aparentemente insensato se convierte en lo más natural del mundo. Y está esa manera ya clásica que tienen los personajes de Baricco de consumar un amor imposible: una sublimación desquiciada, a la vez absurda y conmovedora, como la pista de carreras de Esta historia, o los relatos, verdaderos o apócrifos (no pretendo adelantar el final de la novela) de esta otra historia.

Pero, a lo largo de toda Mr Gwyn, es inevitable encontrarse con el rastro de Bolaño: en la sucesión de pequeños relatos que ocupan la segunda parte, en la aparición de dos hombres misteriosos -y en su inmediata desaparición- en el centro mismo de la novela, y por supuesto en el protagonista, un escritor en crisis que decide abandonar todo para ir en busca de un escritor, que resulta ser él mismo.

Por estos días, Mr Baricco acaba de iniciar una serie de columnas en el diario La Repubblica en las que, una vez a la semana, durante todo el año, abordará uno de los cincuenta libros que le causaron algún tipo de impresión en la última década. Mr Baricco se apura a aclarar que no hablará de "los mejores 50 libros de los últimos diez años" ni nada por el estilo, sino simplemente de lecturas que, para bien o para mal, dejaron alguna huella. El primero fue la autobiografía -escrita, en rigor, por un periodista-fantasma- de Andre Agassi. Entre los próximos, es de esperarse que vuelva aparecer, casi como una contraseña, el nombre de Mr Bolaño.

En mi lista, al menos, habría libros de ambos.

lunes, 21 de noviembre de 2011

reconstrucciones


Cuenta la leyenda -es imposible hablar de los países nórdicos y no usar la palabra "leyenda"- que Jean Sibelius quemó íntegramente el manuscrito de su Octava sinfonía. Que estaba terminada, que incluso un par de orquestas se estaban disputando ya el honor de estrenarla -en Finlandia, en Londres, en los estados Unidos- pero que, en un rapto de perfeccionismo autodestructivo, la obra ardió en una célebre hoguera. Todo según el relato de Erkki Virkkunen, nieto de Sibelius, que llegó a la casa de su abuelo mientras todavía humeaban algunos restos y Aino, la esposa del compositor, lloraba desconsoladamente.

Lo cierto es que, desde el estreno de la Séptima en 1924 y la muerte de Sibelius en 1957, no aparecieron más sinfonías con la firma del compositor finlandés. Apenas un par de obras orquestales, entre ellas la genial Tapiola (1926). Nada más. La posibilidad de la reconstrucción de la mítica Octava a partir de las más de 800 páginas de apuntes que se encontraron en los cajones de Sibelius fue objeto de polémicas hasta no hace mucho. Y ahora, la cuestión parece (casi) definitivamente saldada: porque, aun si fuera verdad que los recientemente descubiertos fragmentos orquestales de Sibelius pertenecen a la Octava sinfonía, lo cierto es que a partir de ellos no puede reconstruirse absolutamente nada. Lo único que puede adivinarse a partir de los poco más de dos minutos de música es la promesa de una obra acaso perturbadora. Como si se hubieran desenterrado unos huesos ominosos de un animal desconocido. "Disonancias arcaicas" dice Sakari Oramo, director de la Orquesta de la Radio Finlandesa y reconocido intérprete de Sibelius. Algo de eso hay: sobre el arcaísmo de Sibelius, esa orquestación "granítica" que parece remitir a una época en la que el hombre todavía no deambulaba por la tierra, escribió aquí Diego Fischerman. En todo caso, en este video (a partir de los 2'10) se puede escuchar lo poco que se conserva de lo que, sí, pudo haber sido una sinfonía.

Una última observación: acaso la audición de esos pocos compases no pueda ser calificado de experiencia estética. Sea. Personalmente, y precisamente porque no estamos escuchando la Octava sinfonía, y ni siquiera se puede saber a ciencia cierta si esos pocos compases pertenecían a la obra, no creo que se esté violando el mandato póstumo del compositor. Dicho de otro modo: con esas pocas notas, desperdigadas en una orquesta que parece siempre incompleta, la Octava de Sibelius no pierde nada de su estatura de leyenda. Al contrario: una eventual reconstrucción podría ser algo así como Jurassic Park, una atracción de parque de diversiones. Pero estos pocos compases, así como se escuchan, se parecen más a esos huesos fabulosos expuestos en los museos de historia natural: vestigios de una época perdida, pedazos de historia rescatados del hielo o del fuego.