martes, 19 de julio de 2022

Orfeo en las pampas


Mi abuelo solía contarme la historia de un violinista perdido en la selva, que de pronto se encontraba frente a un puma hambriento. Perdido por perdido, el violinista se despedía del mundo tocando una melodía de Bach (el relato de mi abuelo no especificaba al autor de la melodía, pero yo siempre imaginaba que lo que sonaba era algún movimiento de las partitas) y el puma, embelesado, se quedaba escuchando con atención. Emocionado, el puma se alejaba y el violinista recuperaba el aliento y seguía su camino. Al rato, dos pumas aparecían ante él, que volvía a tomar su violín y repetía el número. Los dos pumas se balanceaban al ritmo de la música y, cuando concluía la pieza, se alejaban. El violinista seguía caminando hasta que tres pumas le cortaban el paso. Otra vez: violín al hombro y a encantar a las fieras. Los pumas disfrutaban mansamente de la música, hasta que un cuarto puma, más viejo que los otros tres, saltaba sobre el violinista y lo devoraba. Los tres pumas se miraban y uno decía: "Vámonos, muchachos, que el sordo nos arruinó el concierto".

Hoy recordé la historia (que mi bisabuelo le había contado a mi abuelo, como parte de la tradición oral de relatos familiares) mientras revisaba versiones del mito de Orfeo y me encontraba con un epigrama de Marcial en el que el poeta describe una curiosa dramatización del sangriento final del poeta tracio:

Adfuit inmixtum pecori genus omne ferarum
et supra uatem multa pependit auis,

ipse sed ingrato iacuit laceratus ab urso.

Haec tantum res est facta par' historían.

[A su alrededor, todo tipo de bestias salvajes se mezclaban con animales domésticos, y muchas aves estaban suspendidas sobre el bardo. Él, en cambio, yacía despedazado por un oso desagradecido. Sólo esto último se hizo por fuera del mito.]

Me llamó la atención la aclaración final de Marcial, reconociendo (en griego) que la representación era fiel al mito, a excepción del detalle del oso (en el breve epigrama que sigue a este, Marcial incorpora el relato de una osa que habría despedazado a Orfeo, enviada desde el más allá por Eurídice –en una curiosa inversión del mito, no es Orfeo el que quiere recuperar a Eurídice en el mundo de los vivos, sino Eurídice la que quiere apresurar el reencuentro con su esposo, en el mundo de los muertos.)

Más me llamó la atención la extensa bibliografía secundaria que discute algunos detalles de los versos de Marcial: ¿se trataba de un oso o de una osa? (Respuesta: no importa, la variación de género al referirse a animales no es rara en la poesía latina) ¿Cómo se representaba la escena pastoral en el teatro? ¿Las aves estaban pintadas en un lienzo o pájaros muertos pendían de hilos invisibles sobre la escena? (Respuesta: no importa, pero si les da curiosidad, busquen en Room to Dream cómo fue que David Lynch se las ingenió para filmar la escena final de Blue Velvet). Lo inesperado del final, ¿se refiere a que había un oso verdadero que mató al actor que interpretaba a Orfeo, o al hecho de que un actor disfrazado de oso fuera el que despedazaba a Orfeo, en lugar de las Ménades, como en las versiones clásicas del mito? (Respuesta: lo segundo; el espectáculo al que se refiere Marcial no sería otra cosa que una versión en clave órfica de la damnatio ad bestias romana.)

Pero más allá de esas eruditas discusiones, la pregunta que todavía me da vueltas en la cabeza es otra: ¿cómo llegó un epigrama de Marcial a convertirse en un chiste contado en General Alvear, provincia de Buenos Aires, por varias generaciones de inmigrantes irlandeses?

viernes, 17 de junio de 2022

"He turned around and he slowly walked away"

Ya habrá tiempo de comentar todo lo sucedido entre la última entrada y esta. Pero no quería dejar pasar más tiempo sin anotar rápidamente lo que recuerdo del sueño que tuve anoche, porque ya se sabe lo frágil que es la memoria de esas imágenes que, en el momento, parecen detener el tiempo pero que, al final, como todas, se debilita hasta desaparecer completamente. Quiero decir que ya van varias situaciones muy particulares que me toca vivir en los sueños y que creo inolvidables y que, antes de la primera taza de café, se esfuman para siempre. (Me consuela, en esos casos, la seguridad de que otras imágenes vendrán a reemplazar a aquellas, tan imprevistas como las que, con igual imprevisión, desaparecieron).

En este caso, estaba con varios amigos trabajando en la redacción de una revista que, por alguna razón, estaba ubicada en el Dakota Building. John Lennon estaba con nosotros, rasgando algunos acordes en la guitarra, tarareando melodías desconocidas (o al menos irreconocibles para mí) y actuando un poco como pelmazo, criticando casi todo lo que hacíamos. Pero era Lennon y le perdonábamos cualquier cosa. Cada tanto, deteníamos lo que estábamos haciendo para mirarlo y escucharlo con absoluta devoción. Él parecía enfrascado en sus cosas y no se interesaba demasiado por nuestra revista.

De pronto, mientras revisaba unas pruebas de imprenta de nuestro próximo número, caía en la cuenta de que era 7 de diciembre. Apartaba a algunos de mis amigos y, en voz muy baja, les comentaba: "¡Hoy es 7 de diciembre! ¿Se dan cuenta? ¡Mañana lo van a matar!" Como se saben estas cosas en los sueños, yo sabía no sólo que al día siguiente Mark Chapman iba a matar a Lennon, sino que también sabía que no había absolutamente nada que pudiéramos hacer para evitarlo. Así eran las cosas.

"¿Qué hacemos?" preguntaban mis amigos y me miraban como si yo pudiera dar alguna respuesta (supongo que, tratándose de mi sueño, no les faltaba razón). El tiempo se detuvo aún un poco más; yo miré a Lennon, que tocaba su guitarra vestido de blanco. Muy emocionado, les dije a mis amigos: "Disfrutemos que podemos pasar todo el día de hoy con él. Cantemos con él, escuchemos todo lo que nos diga y llevemos ese recuerdo con nosotros, todo lo que podamos."

Me desperté y me sacudí la fina capa de melancolía que me había dejado el sueño.

Roll on, John.