miércoles, 19 de mayo de 2010

RSVP


Parece una escena tomada de una de esas películas épicas à la Cecil B. De Mille. Una marcha de los pueblos originarios de la Argentina llegando a Buenos Aires mientras la ciudad prepara con pompa y circunstancia la reapertura de un teatro que lleva el nombre de aquel Cristóbal Colón que empezó todo, allá por 1492. Pero lo más interesante del asunto son los afiches promocionales del Gobierno de la Ciudad, que invitan a la gente ver la función... desde afuera.

La idea de que el Teatro Colón es un reducto de la oligarquía más rancia, una especie de monumento a la exclusión en donde sólo unos pocos pueden entrar -por derechos adquiridos en la cuna o en el mercado- es una de esas falacias que el sentido común imperante construyó con algunos datos ciertos y muchos más de fantasía. Aún así, erradicarla es muy difícil (como comentario al margen: esa es también, entre otras, la tarea de la crítica musical por la que tantas veces se pregunta). Requiere de mucho esfuerzo, de una tenaz voluntad de desarmar demasiados prejuicios. Pero es una tarea que, de un tiempo a esta parte, muchas personas vienen intentando. Y la Gala del próximo 24 no ayuda en absoluto.

Y es que invitar a una "reapertura" para presenciarla del lado de afuera es casi una broma de mal gusto. Es decirle a la gente que se acerque a ver cómo sólo unos pocos invitados pueden entrar. Y encima -en una muestra de cinismo impenitente- afirmando que "no se suspende por lluvia". Más vale: la lluvia no afecta a los organizadores, a resguardo dentro del Teatro, sino a las multitudes que la miran de afuera.

Es cierto, no se puede meter a toda la ciudad en el Teatro el día 24. Pero se la puede invitar a conocer por dentro un espacio que hasta quienes jamás lo visitaron sienten como propio. No hace mucho, una gestión invitaba una vez por año al público a ingresar gratis para presenciar conciertos, funciones de ballet, o incluso visitas guiadas. Es probable que esta gestión considere ese gesto como una variante más del populismo. Pues bien: nadie les pide que refloten esa iniciativa. Pero al menos se les puede pedir una redacción un poco menos ofensiva en sus campañas públicas.

O acaso los afiches -recordar aquella involuntaria autocrítica "en los últimos dos años hicimos más que en los últimos diez"- sean verdaderamente la manifestación más acabada de eso que algunos todavía llamamos "ideología".