miércoles, 5 de diciembre de 2012

la(s) París de los argentinos













El título de esta entrada, además de oficiar como evocación del libro del amigo Jorge Fondebrider, alude a dos experiencias musicales recientes que tuvieron lugar en Buenos Aires. En ambos casos, se trató de estrenos locales de piezas originalmente presentadas en Francia. Y, en ambos casos, los compositores son argentinos residentes en París (o, al menos, residentes en París a la hora de estrenar estas obras: uno de ellos ya se mudó a Berlín).

En todo caso, lo que me interesa comentar aquí, más que la extraordinaria calidad de ambas, es el efecto que provoca el haberlas escuchado con pocos días de diferencia. Y es que Cachafaz (2010) de Oscar Strasnoy y La rosa... (2011) de Martín Matalón no podrían ser más distintas. Aún así, si existiera la categoría de "compositor-argentino-residente-en-París" cualquiera de estas dos obras podría funcionar como ejemplo de lo que produce esa "argentinidad" pasada por el filtro de la distancia y, por qué no, también de una cuota de nostalgia.

Quiero decir: son obras casi diametralmente opuestas estilísticamente (y digo "casi" porque no estoy seguro de que se trate de una verdadera oposición), y sin embargo cada una se las ingenia para ser indiscutiblemente actual, dramáticamente efectiva, musicalmente impactante. Y, sobre todo, ambas son profundamente "argentinas", en ese sentido en el que Borges se animaba a definir como "argentino" prácticamente cualquier acontecimiento que tuviera lugar en cualquier parte del mundo o, puestos a exagerar (otra gran característica local) del universo.

Para darse una idea de la distancia entre las obras, baste con comparar estos versos de Borges que aparecen en los primeros minutos de La rosa...:

Soy la fatiga de un espejo inmóvil
o el polvo de un museo.
Sólo una cosa no gustada espero,
una dádiva, un oro de la sombra,
esa virgen, la muerte. (El castellano
permite esta metáfora).

Con estos otros del Cachafaz de Copi:

¡Para mí vos sos milonga,
no me importa que seas puto,
pues yo soy un César Bruto
de un patio del arrabal!
¡Qué bien que tenés el culo!

Leídos sucesivamente producen el mismo efecto que una canción de Luis Almirante Brown, la parodia de Capusotto. Musicalmente, el contraste es similar. De la reescritura paródica de Mozart y Verdi en Cachafaz al virtuosismo electroacústico de La rosa..., cada compositor parece haber encontrado el mejor vehículo para completar el sentido de los textos elegidos. En el caso de La rosa..., por ejemplo, la escritura de Matalón parece funcionar, alternativamente, como uno de esos poderosos microscopios electrónicos capaces de desnudar los componentes mínimos de las cosas (en este caso, de los sonidos), o como un telescopio capaz de proyectar las constelaciones más lejanas. No encuentro por el momento otra metáfora para aludir a la experiencia de La rosa... que, en todo caso, pueden comprobar personalmente esta noche, en sus dos últimas funciones (20.30 y 22 en el Centro de Experimentación del Teatro Colón). La selección de versos borgeanos es efectiva en el despliegue de las habituales obsesiones: están los espejos, el ajedrez, la sombra, el doble... La puesta colabora en generar una atmósfera particular, la sensación de que estamos atrapados en un reloj de arena.

Las fotos de París que ilustran esta entrada también pretenden dar cuenta de ese contraste, que permite que tanto Copi como Borges sean perfectos argentinos.

Como Gardel, que nació en Francia.

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