miércoles, 13 de mayo de 2009

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Hay algo de justicia urbano-poética en el hecho de que Ornette Coleman se presente en una ciudad tramada por diagonales. La gramática del sonido de Coleman es tan singular como el trazado de las calles de La Plata, en las que tantos desprevenidos se perdieron, confundidos por esos números que parecen aludir a un orden infalible, pero que en realidad son la cifra de una ecuación caprichosa y elusiva.

Lo de Ornette Coleman en el Teatro Argentino fue sencillamente deslumbrante. Dicen que lo del Gran Rex fue fabuloso. Es muy probable, y ya circulan los videos pluricelulares en YouTube para intentar lo imposible: capturar algo de esa magia que se produjo allí y entonces. El cuarteto de Coleman sonó en La Plata como si así hubiera sonado la música -toda la música- desde siempre. La referencia a Bach reforzó incluso esa sensación de atemporalidad, y el contrabajista Tony Falanga se llevó una ovación memorable después de su ataque de la Suite para cello N° 1. Al McDowell hzo que todos se preguntaran cómo había hecho para esconder una o dos guitarras en su bajo. Y lo de Denardo Coleman fue, de principio a fin, demoledor. Fue el segundo Coleman más aplaudido de la noche.

Es imposible señalar puntos sobresalientes en un recital tan extraordinariamente parejo, pero el comienzo de "Sleep talking", con su cita a La consagración de la primavera, la mencionada aparición de la Suite de Bach o el conmovedor bis de "Lonely woman", con un Coleman imponiendo su fragilidad en el centro del escenario, tocando de pie por primera vez en la noche, serían, en cualquier caso, los candidatos ideales.

El secreto -dicen- está en el puchero que preparan en Benavídez.

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