Se veía venir, dirán algunos. Tanto movilero poniéndole el micrófono a "la gente", tantos "llamados de los oyentes" en las radios, tanto comentario salvaje en las páginas online de los diarios (la palabra "moderador" parece tener allí un sentido radicalmente diverso del que uno esperaría), que al final el periodismo se convirtió en un mero reproductor de una indignación pequeñoburguesa disfrazada de información independiente. O sea: diarios y noticieros nos dicen "¡Qué barbaridad! ¡No hay nafta!", "¡Horror! ¡No hay billetes!", "¡Consternación! ¡Un muerto!" Y allí se agotan las noticias: nadie se toma el trabajo de explicar las posibles causas de todas esas cosas, como para intentar entender por qué pasa lo que pasa. Para ese tipo de periodismo, la noticia es casi una paráfrasis de la célebre expresión de la mamá de Mafalda: "¡sunescán dalúna búso!".
A propósito, el caso de los trabajadores santiagueños sometidos a poco menos que esclavitud por grandes empresas trasnacionales es un buen caso testigo: la investigación de Horacio Verbitsky fue publicada hace una semana como nota de tapa de Página/12. El diario La Nación entrevistó al responsable de Recursos Humanos de la empresa en cuestión, que se defendió de las acusaciones. Hasta ahí, todo bien: todo el mundo tiene derecho a defenderse de imputaciones de ese tipo. Pero para La Nación, el tema se acabó ahí. Uno dice una cosa, otro dice otra, y todo queda en palabras, en las celebres dos campanas que supuestamente dan cuenta de la neutralidad del "periodismo independiente". Parece una obviedad, pero lo que hizo Página/12 en estos últimos días casi provoca nostalgia, como escuchar un vinilo de los Basement Tapes de Dylan & The Band: mandaron un periodista al lugar en el que se realizaba el trabajo esclavo y otro a Santiago del Estero para investigar cómo funcionaba la red mediante la cual se reclutaban a los trabajadores/esclavos. No es que los muchachos de Página sean la reencarnación de Richard Kapuscinski, pero bueno... ¿tan difícil era ir al lugar y ver qué estaba pasando?
Y digo todas estas cosas porque estoy a punto de caer en el mismo tipo de perversión que denuncio en los medios de hoy en día. Pero bueno, se ve que también soy hijo de mi tiempo. Y es que acabo de leer la noticia que cuenta que el antiguo piso del Teatro Colón se ha convertido en regalo empresarial y mi primera reacción fue la de la mamá de Mafalda. Bah, en rigor, esa fue la segunda. La primera fue la incredulidad, la risa lisa y llana del que está seguro de que está presenciando una broma de mal gusto (especialmente si a uno, como yo, le gustan las bromas de mal gusto). Después, sí: ¡sunescán dalúna búso! y todo eso.
Pero lo que más me impactó -y aquí viene mi aflojada, mi caída más vergonzosa en la indignación pequeñoburguesa- es que ese regalo empresarial, tipo souvenir, que consiste en un pedazo de madera del escenario del Colón con una reproducción de la publicidad de la empresa responsable del nuevo, tiene además un coqueto recuadro que reza lo siguiente:
Este tablado es un fiel testigo del sublime arte que nos brindaron personalidades como Julio Bocca, Mijail Barishnikov, Rodolf (sic) Nureyev, Leonard Bernstein, Herbert Von Barajan (sic), Zubin Mehta y grandísimos artistas.
¡Rodolf Nureyev! ¡Herbert von Barajan! ¡El horror! ¡Oh, la humanidad! ¡Juicio y castigo al que escribió esa aberración -a menos que sea un trabajador esclavo reclutado en Santiago del Estero-! ¿Qué sigue? ¿Regalarán las astillas de los huesos rotos de las primeras figuras del Ballet Estable? ¿Sus rótulas y tendones, que deberán ser reemplazadas por prótesis fabricadas por empresas vinculadas al grupo SOCMA? (¿Qué pasa? Les dije que me gustaban las bromas de mal gusto...)
En fin, el nuevo piso del Colón no servirá para bailar, pero al menos sirve para jugar al polo. Y el viejo... bueno, el viejo sirve para un buen asadito. Los responsables del asunto, mientras, "barajan" y dan de nuevo.
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