foto de Máximo Parpagnoli |
En el teatro de la intemperie no hay telones,
esa función la asume la marea.
Las palabras son de la pianista Silvia Dabul, escritas hace poco más de un mes, al iniciar su Diario de fuga. El diario de Silvia, estructurado de una manera que permite leerlo hacia adelante o hacia atrás, es una suerte de bitácora personal del proceso de gestación de El arte de la fuga, el espectáculo que el Centro de Experimentación del Teatro Colón ofrece por estos días, creado a partir de la obra póstuma de Bach.
Y la palabra "intemperie" no desentona con El arte de la fuga, una creación que persiste como una suerte de enigma: la aparente indefinición del instrumento para el que está escrita -y digo "aparente" porque, tratándose de Bach, es casi inevitable asociarla a un teclado, aunque no han faltado versiones más que interesantes para diversos orgánicos-, la aparente rigidez de la forma de la fuga -y digo una vez más "aparente": basta escuchar a Silvia para advertir que El arte de la fuga es, también, un catálogo de las posibilidades expresivas de la forma "fuga"- y, sobre todo, ese final que quita, literalmente, el aliento. Una de las pocas piezas musicales inconclusas, acaso la única, que nadie se animó a terminar.
Y atención: ¿por qué nadie se animó a terminar los compases ausentes de El arte de la fuga? El temor reverencial ante el opus magnum del compositor al que invariablemente se menciona como "padre de la música" seguramente tiene algo que ver. Pero, si la fuga fuese esa forma rigurosa, cerebral, fría y matemática que algunos dicen que es, ¿no sería lo más sencillo del mundo completar ese contrapunto suspendido? ¿No sería cuestión de resolver esa ecuación apelando, por ejemplo, a los conocimientos matemáticos y musicales de un tecladista con oído absoluto como el querido Adrián Paenza? La respuesta, desde ya, es que no.
Entonces, el "arte" de El arte de la fuga ya no es, como quiere la filología, una traducción más o menos directa del griego téchne, un repertorio de saberes prácticos puestos en movimiento; sino que adquiere, bajo los ojos que miran la partitura, bajo las manos que recorren el teclado, esa otra acepción de "arte" que permanentemente se nos escapa. La intemperie, otra vez. La angustia de esa otra página en blanco: no la que antecede a toda creación, sino la que viene después. La que se despliega ante nuestros ojos cuando la mano de Bach se detiene, en medio de un movimiento ascendente.
puerta lateral de la Thomaskirche |
Esa intensidad es la que se respira en el subsuelo del Colón. Uno tampoco sale de ver y escuchar El arte de la fuga igual que como entró.
Eso, si es que uno logra salir.
1 comentario:
es cierto, no se sale como se entró, me encantó!
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