A diferencia de lo que ocurre con el jazz, cuya historia es, en cierta medida, la historia de sus discos, la música llamada "clásica" trasciende con creces el universo de los sonidos grabados. Y, sin embargo, nadie pondría en duda que los registros discográficos constituyen un pilar fundamental en la educación musical, desde mediados del siglo pasado hasta estos últimos años signados por términos como 'mp3', 'mp4', 'youtube', 'iPod' y demás. Ahí está, por ejemplo, la flamante y muy recomendable nueva sección del blog de Diego Fischerman para dar cuenta de ello.
Esa presencia constante de los discos, aun en su versión virtual, explica por qué la muerte de Dietrich Fischer-Dieskau (1925-2012) repercutió de manera viral en las redes sociales, que hoy amanecieron inundadas de registros del extraordinario barítono alemán. No se trata simplemente de la muerte de un gran artista, acaso una de las voces indispensables del siglo pasado. El que se fue es, además, el que tal vez sea el cantante que más discos grabó en la época de oro de los discos. Es decir, no sólo se trató de un cantante excepcional: fue además un cantante que, literalmente, "formó" una audiencia. Nos enseñó a escuchar.
Dos anécdotas vienen inmediatamente a mi memoria. Una tiene que ver con el documental que registra la primera grabación completa del Anillo wagneriano, con un elenco multiestelar comandado por Sir Georg Solti en Viena. Allí, Fischer-Dieskau interpretaba a Gunther en El ocaso de los dioses. En el documental, entre las diversas tomas, se lo ve de muy buen humor, fumando. Lo escribo de nuevo: FUMANDO. El cantante más exquisito del mundo, con un cigarrillo en la mano y, lo que es peor, en la boca. Cuenta Marcelo Lombardero que, durante una masterclass, y aprovechando la proverbial bonhomía de DFD, le preguntó por el famoso cigarrillo y sus posibles consecuencias para la voz, instrumento de todo cantante. La respuesta de DFD, al mejor estilo Carlín Calvo, fue la siguiente: "lo único que le hace mal a la voz es cantar mal". O sea: vos, pibe, fumá.
La otra no lo involucra directamente a DFD, pero sí da cuenta de esa presencia constante como modelo de cantante. En mis lejanas épocas como aprendiz de barítono hice el riguroso curso de música de cámara con Guillermo Opitz. Lo disfruté mucho, y además me di el gusto de cantar en público, en una Liederabend grupal con compañeros realmente talentosos, dos hermosas canciones de Schubert: "Lied eines Schiffers an die Dioskuren" y "Wohin?". Pero antes de ese final feliz, en la primera sesión, me tocó estudiar "Die Forelle". Opitz me escuchó sin decir palabra. Cuando terminó la canción, me preguntó: "Usted tiene los discos de Fischer-Dieskau, ¿no?" Con orgullo, respondí que sí. "Muy bien. Pero ahora deje de querer imitar a Fischer-Dieskau y cante usted".
Y así, gracias al gran Dietrich Fischer-Dieskau, me convertí en crítico.
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