sábado, 27 de octubre de 2012

cerca de la revolución

Esta mañana falleció en Dresden el compositor Hans Werner Henze. Uno de esos personajes capaces de modificar, a fuerza de talento, creatividad y no pocos escándalos, el paisaje musical durante casi medio siglo. Haciendo click aquí se puede consultar un completo perfil de Henze. Lo que transcribo a continuación es un fragmento de una entrevista que Das Opernglas publicó en septiembre de 2001. En su momento, este pasaje apareció en El diario del Teatro Colón, un lejano pero simpático proyecto de los años 2003-2004.


Artista inclasificable y uno de los principales compositores de los útimos años, Hans Werner Henze, entre otras cosas, integra el Partido Comunista Italiano y escribió en Cuba un réquiem para el Che Guevara. En 2001, a los 75 años, Henze repasaba en una entrevista su relación con las revoluciones -musicales y de las otras- del siglo pasado.

A partir del escandaloso estreno en 1968 de La balsa de Medusa, comenzaron a circular todo tipo de rumores sobre su persona...
Sobre mí se han dicho las cosas más extraordinarias: especialmente rumores acerca de orgías que se realizaban en mi casa, de la que supuestamente entraban y salían a todas horas robustos hombres africanos semidesnudos. Hoy estas cosas resultan graciosas, pero en esa época la situación no resultaba tan divertida. La gente creía cualquier cosa: ¿un comunista que organiza orgías con negros homosexuales? Era un escándalo.

Pero lo de "comunista" no era un rumor...
Naturalmente, yo simpatizaba con las ideas de izquierda. Conocía mucha literatura marxista, me uní al Partido Comunista Italiano y viajé a Cuba, para interiorizarme en la música revolucionaria. En Cuba, me encontré fundamentalmente con música "militar", pero habiá también música electrónica. Fidel Castro conversaba con los músicos antes de la inauguración de una central de abastecimiento de aguas, un aeropuerto o un nuevo barrio. Generalmente, le encargaba alguna composición a mi colega Juan Blanco. Y él debía componer "música revolucionaria" -básicamente, música electrónica pomposa: nada muy refinado. La música moderna de Cuba estaba entonces, como hoy, orientada principalmente hacia Nueva York. Hacia John Cage y Steve Reich. De Darmstadt, ni noticias. Decidí establecerme un tiempo en Cuba, y allí estrené mi Sexta sinfonía en el Teatro García Lorca de La Habana, el 24 de noviembre de 1969, con la Orquesta Sinfónica Nacional. Las transformaciones motívicas de la sinfonía están inspiradas en un poema de Miguel Barnet llamado "Fe de erratas":

Donde dice un gran barco blanco,
debe decir nube;
donde dice gris,
debe decir un país lejano y olvidado;
donde dice aroma,
debe decir madre mía querida;
donde dice César,
debe decir muerto ya reventado;
donde dice abril,
debe decir árbol o columna o fuego;
pero donde dice espalda,
donde dice idioma,
donde dice extraño amor aquél,
debe decir naufragio
en letras grandes.

Su relación con la escuela de Darmstadt, fundamental en el panorama de la música del siglo XX, es bastante ambigua.
En un comienzo, integré la escuela de Darmstadt. Pero hubo una fuerte ruptura y no regresé nunca más. Ocurre que, en Darmstadt, la forma debía ser destruida. Y la ópera estaba terminantemente prohibida. El que pensaba en componer una ópera, debía hacer las valijas. Boulez, Nono, Stockhausen, todos eran grandes adversarios del teatro musical. Eso me parecía un poco estúpido. Y todavía sigo pensando que es algo bastante tonto. El propio Nono compuso tiempo después Intolleranza, y Boulez, que alguna vez dijo que había que hacer volar por los aires los teatros de ópera, está componiendo un Singspiel. Personalmente, siempre busqué mantener mi independencia: en mi trabajo hay una constante, que es la relación permanente con el arte del siglo pasado. En mis frecuentes visitas a Francis Bacon en su atelier de Londres, descubrí que, todavía mayor, seguía copiando a Velázquez. No para vender esas copias, sino como un modo de ejercitarse. Las obras clásicas de Picasso eran ejercicios, a pesar de toda su belleza y elegancia. Pero ya son las once... ¿no quiere tomar un Tío Pepe?

Cómo no... Pero, ¿no le parece que es un gesto de "socialismo de salón"?
¿Por qué? ¿Porque me gusta tomarme una copita a las once de la mañana? Recuerdo que, una vez, el crítico Carl Dahlhaus tuvo la gentileza de visitarme, y le llamó la atención -en otra ocasión, se burló de mí por eso- que yo tuviera sirvientes con guantes blancos, como acostumbra la alta burguesía de Italia. Pero observe, por ejemplo, el caso de Visconti: él, un aristócrata, era un respetado representante del Partido Comunista. Muchos no entienden eso y creen que un comunista debería ir de un lado al otro en harapos y comer del tacho de basura... Hacia fines de los sesenta, muchos comprendimos que la música tenía en el socialismo una misión especial: sensibilizar a los hombres. Desde luego, todavía hay mucho por hacer para mejorar la relación de los hombres con la música.

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