martes, 6 de noviembre de 2012

Luciano Berio contra el Ciclo de Música Contemporánea


Hoy, durante un almuerzo con Steve Reich y otros invitados en la Fundación Proa, tuve la oportunidad de revisar algunos prejuicios propios -y conocer, de paso, algunos ajenos- relativos al minimalismo. Más sobre eso en otra entrada. Ahora está por empezar el primero de los dos conciertos con música del compositor norteamericano en el marco del XVI Ciclo de Música Contemporánea y, ya transcurridos, habrá oportunidad de hacer un balance de su visita. Lo que me interesa compartir aquí, más como curiosidad, casi entre paréntesis, es un comentario vertido por Luciano Berio en la Intervista sulla musica publicada por Laterza en 1981 y comentada anteriormente aquí. En esas páginas, Berio se carga a Reich y Morton Feldman, dos de las principales figuras del Ciclo, en términos poco amistosos:

Existen algunos músicos (o bien, "operadores musicales") que, como un cierto número de pintores esclavos de sus marchants, deben ser heroica e indefectiblemente fieles a sí mismos - deben mantener y perpetuar los procedimientos y los gestos que les generaron el primer éxito en su carrera: para evitar la pérdida de reconocimiento, la pérdida del mercado y, naturalmente, su puesto asegurado en los ámbitos en formación de la neovanguardia. Tengo la impresión de que detrás de la insensatez musical fundamentalmente desesperada de un Morton Feldman y de un Steve Reich (el primero escribe todo pianissimo y el segundo escribe gags vagamente encantadores sincronizando y repitiendo con testarudez escuálidos patterns sonoros que poco a poco se van desfasando) subsista todavía el temor de dar un paso fuera de la neovanguardia y de poner descaradamente un pie en esas regiones que en los viejos mapas llevaban la leyenda "hic sunt leones", en donde se abre la música con todos sus volcanes, sus mares y sus colinas. En fin, tienen miedo de ser comidos vivos. Ello no quita que la indigencia semántica de la minimal music de Steve Reich, en las manos de un músico como el holandés Louis Andriessen -lleno de energía y sin complejos de mercado- pueda aportar construcciones musicales mucho más atractivas y significativas. Por un extraño diseño del destino, tanto Reich como Andriessen fueron alumnos míos, uno en California y el otro en Milán. La distancia produce extraños juegos.

Desde ya, es discutible la posibilidad de que estas palabras, vertidas en 1981, puedan ser traídas hasta este 2012 como si nada hubiera pasado en el medio. De cualquier modo, aun con todas las salvedades del caso, no deja de ser interesante recordar hasta qué punto estéticas que hoy pueden compartir cartel fueron alguna vez objeto de discursos de barricada.

Noviembre, con su profusión de conciertos, parece ser el mes ideal para volver a visitar viejas trincheras.

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