sábado, 26 de abril de 2014

cuatro hombres-orquesta



A esta altura del partido, la referencia al "estilo tardío" de un compositor, mecanismo inaugurado por Adorno en referencia a Beethoven, es prácticamente un lugar común. Aún así, es casi imposible no caer en él después de escuchar los cuartetos para cuerdas de Mauricio Kagel, que el Cuarteto de la UNTREF ofreció en el marco del ciclo Integrales del Centro de Experimentación del Teatro Colón.

Me apuro a aclarar que lo de "lugar común" se aplica a esta entrada, y en particular al parrafito que, en breve, le dedicaré al extraordinario Cuarteto Nº 5 (2006) y su descripción como "obra tardía". Porque si hay algo que el ciclo Integrales del CETC evita, son precisamente los lugares comunes. Lo dije el año pasado al referirme a las sonatas para piano del gran Gerardo Gandini, y lo repito ahora: no hay en estas integrales una mera recolección de obras con denominador común, sino el trazado de un particular recorrido, un relato o "paisaje sonoro" en el que cada obra ilumina aspectos inesperados de las otras.

La excepcional interpretación del Cuarteto de la Universidad Nacional de Tres de Febrero le dio forma a un programa intensísimo. El cuarteto evitó el orden cronológico, que habría resultado excesivamente didáctico, y se despachó con un panorama de la obra de Kagel que funciona casi como manifiesto de su poética: desde la radicalidad de los primeros cuartetos, escritos en pleno furor de los cursos de Darmstadt en la década del '60, hasta el lirismo conmovedor del quinto y último cuarteto, escrito en 2006, el año del regreso triunfal de Kagel a Buenos Aires para el Festival que organizó en su honor el Teatro Colón. El concierto tuvo tres grandes secciones, con los dos cuartetos "de madurez" –el Tercero (1986/87) y el Cuarto (1993)– en los extremos, y entre ellos los dos primeros (1965/67) y el ya mencionado Quinto (2006). Entre otras cosas, el orden permitía los cambios de vestuario y disposición de los atriles necesarios para respetar las indicaciones de las partituras de Kagel, que suelen contener mucho más que la estricta notación musical, incorporando gestos, movimientos escénicos y toda una serie de elementos de las más inesperadas procedencias.

Un rápido ejercicio de ordenamiento cronológico de las obras lleva a la obvia constatación de que la radical experimentación con técnicas extendidas y el jugueteo típicamente "kageliano" con el componente dramático, fuertemente histriónico de la interpretación musical –aun de la supuesta música "pura"– va cediendo el paso, paulatinamente, a una cierta introversión y, especialmente en el caso del Quinto cuarteto, un lirismo conmovedor, de aparente sencillez, en el que no parece descabellado imaginar un eco "brahmsiano", en el sentido que el propio Kagel le da a ese adjetivo en "La sensibilidad profanada", texto incluido en el volumen Palimpsestos (Caja Negra, 2011).

Se me perdonará la autorreferencia: leí ese texto en Munich, mientras escuchaba con mi compañera una recientemente adquirida grabación del Trío en tres movimientos (1984/85) y ambos nos sorprendíamos por esa "transparencia" que irradian las últimas obras de Kagel. Tomo la palabra "transparencia", una vez más, del texto que Kagel dedicó a Brahms, pero que se parece más bien a una velada autobiografía: lo que late en esas obras tardías es toda una tradición, que toma cuerpo en una obra única e irrepetible, que no se parece a ninguna otra, pero a la vez suena sorprendentemente familiar.

"Tradición" es la palabra clave, porque lo que resuena en la obra de Kagel es, de un lado, todo el canon de la música: una matriz eminentemente germana, pero en la que ingresan también otros elementos centro-europeos –el caso de Bartók, por ejemplo, en el impresionante Cuarto cuarteto–. De otro lado, Kagel rescata expresamente la célebre conferencia dictada por Borges en 1951, según la cual la tradición argentina no es otra cosa que la totalidad de la cultura universal. Curiosamente, en la entrevista con Werner Klüppelholz en la que Kagel reconoce su deuda con el dictum borgeano, la conversación deriva casi inmediatamente hacia Gombrowicz: no sólo porque el joven Kagel compartió las mesas de ajedrez de la avenida Corrientes con el escritor, sino porque se adivina en cierto modo una curiosa continuidad, o una especie de simetría, entre el polaco exiliado inesperadamente en la Argentina y el argentino convertido en "el más grande músico europeo" (Cage dixit). Gombrowicz y Kagel comparten un humor desesperado, acaso producto del desplazamiento: ven el mundo patas para arriba, porque lo observan desde el hemisferio equivocado. Kagel hace explícito el extrañamiento que provoca esa dislocación en las maravillosas piezas de su Rosa de los vientos.

Los tres primeros cuartetos de Kagel fueron grabados en su momento por el Cuarteto Arditti. No hay, en cambio, grabación oficial de los últimos dos cuartetos de Mauricio Kagel, que me animo a catalogar como dos obras absolutamente imprescindibles. Ojalá los muchachos del Cuarteto de la UNTREF dejen un registro de su monumental esfuerzo. Se trata, sencillamente, de alguna de la música más hermosa escrita en los últimos tiempos.

2 comentarios:

Osvaldo dijo...

Todo lo vinculado con el arte esta bueno y por eso es ideal disfrutar de estas cosas y al apreciar el trabajo de los artistas me pongo muy contento. Cuando tengo la chance de Viajar por Argentina al mejor precio trato de disfrutar con el arte en cualquier parte del pais

Osvaldo dijo...

Todo lo vinculado con el arte esta bueno y por eso es ideal disfrutar de estas cosas y al apreciar el trabajo de los artistas me pongo muy contento. Cuando tengo la chance de Viajar por Argentina al mejor precio trato de disfrutar con el arte en cualquier parte del pais