sábado, 28 de agosto de 2010

los segundos


El inefable Carlos Salvador Bilardo dijo alguna vez que "nadie se acuerda del segundo", una sentencia que, al menos en el fútbol, se vio desmentida en más de una ocasión -la Naranja Mecánica del '74 es el ejemplo que siempre sale a relucir en estos casos-. La frase fue luego reformulada hacia la más aforística "el segundo es el primero de los perdedores", algo más difícil de refutar en términos estrictos, pero igualmente desafortunada en su apología del exitismo.

Y digo esto porque, obligado a quedarme en casa por varios días a causa de una gripe más insistente que lo habitual, esa variante del aburrimiento que es la navegación sin rumbo fijo en el ancho mar de la aún más ancha banda me llevó a preguntarme quién había sido el finalista del Premio Herralde en 1998, el año en que ganó Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Todavía no sé por qué, de todas las preguntas posibles, se me ocurrió precisamente esa pero, en todo caso, aquí va la respuesta, cortesía de Wikipedia: A bordo del naufragio de Alberto Olmos.

Click, entonces, en el link de Alberto Olmos, nacido en Segovia en 1975, y bienvenidos a Hikikomori, blog personal del autor. Y ya en el perfil encuentro, en la etiqueta de "música favorita", varias buenas señales para seguir leyendo -están Belle & Sebastian, REM, Nacho Vegas y, condición sine qua non para continuar la lectura, Bob Dylan- y las confirmo cuando, efectivamente, leo algunas de las entradas más recientes. Es así, nomás: al bueno de Olmos le tocó competir por el Herralde justo el año en que llegó la que probablemente sea la mejor de las novelas que alguna vez ganaron ese premio (y digo "probablemente" porque no las leí todas, aunque leí bastantes y, de cualquier manera, no deben ser muchas las novelas mejores que cualquier novela de Bolaño). En cualquier caso, hay alguna entrada, como esta, que me invita a buscar A bordo del naufragio y ver qué pasa.

Mientras tanto, la fiebre de los hipervínculos no se detiene, y lo segundo que me pregunto es cuál de todas las obras que Hector Berlioz presentó al Prix de Rome obtuvo el segundo puesto. Y la respuesta es Herminie, cantata para soprano y orquesta; una obra extraordinaria, grabada en varias ocasiones en los últimos años (y de la que me animo a recomendar la versión de Aurelia Legay con Les Musiciens du Louvre que dirige Marc Minkowski). Una obra que desmiente la sentencia bilardiana, porque nadie recuerda hoy al ganador de aquella edición del premio, un tal Guillaume Ross dit Despréaux, mientras que ese final de la cantata de Berlioz, con Herminie abandonando a Tancréde y perdiéndose en la distancia -¿será el primer fade out de la historia de la música? ¿o el segundo, que sería lo poéticamente justo?- es decididamente inolvidable.

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