jueves, 21 de octubre de 2010

el pozo sin péndulo


Una de las cosas que más disfruto de Poe es su extraordinaria invitación a la relectura. Uno de esos autores que a uno lo acompañan toda una vida. En mi caso, si en la infancia y hasta bien entrada la adolescencia, la fascinación descansaba casi exclusivamente en lo fantástico o en lo lisa y llanamente macabro, ahora, en cambio, no puedo dejar de reconocer eso que, a falta de una mejor palabra, podría llamarse “estilo” –y no sólo en los cuentos, sino incluso en la prosa aparentemente clínica de esa obra maestra que es Filosofía de la composición–.

Y digo todo esto porque acabo de ver una película incuestionablemente poeiana, con el muy poeiano título de Buried. Como en Poe, lo primero que atrapa es lo siniestro del asunto: un hombre despierta y se encuentra enterrado vivo, con un encendedor y dos teléfonos celulares como únicas herramientas de supervivencia. Esa es la premisa de la película –la que se puede ver en el trailer o leer en el afiche– y conviene no contar mucho más como para no arruinarles a los que no la vieron la angustia y la claustrofobia de mirarla por primera vez.

Pero, sin necesidad de caer en spoilers o cosas por el estilo, me animo a decir que, como en Poe, es la capa de sentido que atraviesa la anécdota la que hace que el film funcione y uno se quede pensando en unas cuantas cosas varias horas después de haber salido de la sala del cine para poder respirar y ver, al fin, algo de luz. Buried es una especie de cruce entre El pozo y el péndulo (está la guerra y la tortura física y psicológica), La caja oblonga y El entierro prematuro (desde el título mismo, claro), pero también El hombre de la multitud y hasta el improvisado comediante de Un inconveniente: una historia a la Blackwood. Porque si algo revela Buried, con una notable austeridad de recursos, es la contradicción fundamental del mundo (Occidental) de hoy: un discurso rabiosamente individualista, pero para individuos que son absolutamente anónimos e intercambiables en una maquinaria que los consume como combustible. En ese sentido, los dos teléfonos celulares con los que se equipa al protagonista son un toque maestro: la quimera de la comunicación queda completamente al desnudo en un par de conversaciones que constituyen, sin lugar a dudas, lo mejor de una película que, en otros aspectos, es bastante irregular.

Que la película es, además, un alegato contra la intervención Occidental (a esta altura decir sólo norteamericana es confundir el árbol con el bosque) en Medio Oriente es indudable. Que, también, es una advertencia al simulacro de vida en que corre el riesgo de convertirse la sociedad ultra-conectada de hoy parece igualmente claro. Que podamos salir del pozo en el que, solitos, nos estamos metiendo, ya parece algo más complicado.

¿Y para cuándo la película de Arthur Gordon Pym?


1 comentario:

Natalia J. dijo...

Mientras esperamos la película, tenemos un buen entremés:

Vincent

besos!