Lejos de mí criticar el financiamiento de disparatados proyectos de investigación -a menos que me nieguen la beca del CONICET; ahí ya es otro cantar-. Pero convengamos en que construir los instrumentos musicales que Hieronymus Bosch pinta en la sección "infernal" de su tríptico El jardín de las delicias es, por lo menos, una muestra de la poca capacidad que algunos científicos tienen a la hora de enfrentarse a metáforas, analogías, alegorías y etcéteras varios.
Porque, así como lo leen -y lo pueden corroborar en esta entrada del blog de Pablo Gianera, o en esta otra del británico The Guardian-, varios especialistas de la Universidad de Oxford trabajaron durante meses en la reconstrucción de los instrumentos que se pueden ver en imágenes como la reproducida aquí arriba. La conclusión: la mayoría de esos instrumentos son intocables y, los pocos que pueden tocarse, "suenan horriblemente" (sic).
El hecho de que varios de los integrantes del grupo oxoniense sean musicólogos bastaría para hacer algunos comentarios despiadados que me voy a ahorrar. En todo caso, es bastante lapidario el irónico comentario de Sam Leith en The Guardian: "Es como intentar construir los relojes derretidos de Salvador Dalí y después quejarse porque las agujas no se mueven adecuadamente". ¡Son los instrumentos del Infierno, muchachos! Como bien apunta Leith en su texto (adecuadamente titulado "Shocking news from Oxford: you can't play a flute with your bottom"), algo en la obra del Bosco les debería haber alertado a estos cráneos acerca de la posibilidad de que los modelos para la obra no hayan sido tomados precisamente de la vida cotidiana del artista: "algo, no sé, como un pájaro gigante y monstruoso con una marmita de sombrero, masticando la cabeza de un tipo que expulsa bandadas de pájaros de su trasero", por caso. ¿Cómo esperaban que sonara esa célebre gaita? (Ok, tal vez no haya elegido el mejor ejemplo: todas las gaitas suenan como si hubiesen sido construidas en el mismísimo infierno).
En todo caso, ahora lo imagino a Sheldon Cooper explicándole a Silvio Rodríguez que el ADN de los unicornios hace científicamente imposible que un espécimen pueda adquirir el color azul.
Mientras, en algún lugar de Oxford, el comité encargado de asignar los subsidios a las investigaciones se está encargando de pedirles a los responsables del estudio que posen para la reconstrucción en 3-D del Jardín de las delicias.
Ya saben qué hacer con sus instrumentos...
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