Habrán pensado que era el único aniversario que faltaba celebrar en el año del Bicentenario. El horno no está para bollos, además, habrán pensado. Ahora sí que se puede decir que el Colón, finalmente, volvió a funcionar con normalidad: conflictos, cancelaciones, módicos escándalos, y ahora una caja misteriosa, el recuerdo del atentado anarquista de 1910, durante el segundo acto de Manon.
Pero no.
Cuando la Brigada de Explosivos desalojó el edificio y procedió con el desmantelamiento del objeto no identificado, se encontró con el saludo póstumo de Julio Kaufman. O, mejor, de las cenizas de Julio Kaufman, que murió el 22 de agosto pasado y al que sus amigos imaginaron descansando en paz en el Teatro Colón. Obviamente, sus amigos no conocen el Teatro. Serían capaces de levantar el maravilloso piso de madera del Colón para hacerle un asado de despedida a don Julio, el hombre-bomba.
1 comentario:
insisto en que con esta paranoia de la inseguridad, estamos perdiendo la cordura.
Igual, dejar las cenizas en un pórtico...
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