Esto no es una necrológica, aviso. Los que lo conocen saben quién fue y seguirá siendo. Y a los que no, ¿cómo se les explica en unos pocos caracteres quién era David Viñas? Es cuestión de leerlo. Releerlo, si es posible. Ahora, una cosa: seguro que no hay que explicarlo como lo explica Clarín.
Hace un tiempo, en este mismo blog, despedía a Nicolás Casullo citando un pasaje de su novela Para hacer el amor en los parques. Y me enojaba porque, en pleno fragor de la 125, Clarín lo ninguneaba diciendo que había muerto un "intelectual kirchnerista", reduciendo, de un plumazo, toda una vida dedicada a pensar mucho y a pensar bien. Pero ahora es peor.
Ayer Clarin.com presentaba la noticia de la muerte de Viñas con una cita que, según ellos, resumía su pensamiento: "Un intelectual no puede ser oficialista". Y, claro: desde ya que nunca una frase podrá hacer justicia a toda una vida de producción intelectual. Y que la elección de una única frase siempre será parcial, y dejará afuera algunos aspectos para privilegiar otros, bla bla bla. Pero no hace falta escarbar mucho para advertir que la elección de esa frase no sólo no es inocente, sino que además es burdamente canalla: cuando el propio Clarín definía a Casullo como un "intelectual kirchnerista", el pretendido oxýmoron le quitaba al susodicho cualquier rasgo de intelectualidad. Y ahora igual: Horacio González, Alejandro Kaufman, María Pía López y, para decirlo rápido, Carta Abierta (pero no sólo ellos) no son, para Clarín, intelectuales, y el diario usa la muerte de David Viñas como demostración de su tesis. Argumentum ad necrologiam, una nueva. Y es que solamente muerto podría David Viñas serle útil a Clarín.
A David Viñas lo veía seguido en el café La Paz, leyendo los diarios en el sector fumadores. O cortándose el pelo en lo de Jorge Omar (puedo decir que nuestras cabezas tenían algo en común: al fin de cuentas, nos cortaba el pelo el mismo tipo). Hace algunos años, lo vi y lo oí cerrar de modo extraordinario una mesa de oradores que, en la Biblioteca Nacional, celebraban la reedición de la revista Contorno. Su discurso, que tranquilamente podría considerarse un capítulo extra de su ineludible Literatura argentina y política, cerró con una parrafada contra el diario La Nación, que a esa altura ya se había convertido en una especie de ballena blanca para el capitán Viñas. "Proxenetas", les dijo, y el auditorio estalló en carcajadas, sólo superadas por el momento en el que le pidió un cigarrillo a una chica sentada en primera fila y, mirando a González, agregó: "si el director de la Biblioteca me deja fumar en la sala". Lo dejaron, obvio.
Y ahora, leyendo los diarios de hoy, alguno podría pensar que hay allí mucha hipocresía. Pero qué quieren que les diga; para mí la respuesta es más sencilla: Viñas se quedó corto. Son peores que los proxenetas.
Son, lisa y llanamente, unos hijos de puta.
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