Benjamin encadena las citas, las modela y las corta como si fueran una escritura personal, las dispone en la página con un sentido de composición.
Probablemente Bob Dylan no haya leído el artículo "El taller de la escritura" que Beatriz Sarlo publicó originalmente en Página/12 en 1992 y que ahora se reproduce en Siete ensayos sobre Walter Benjamin (Siglo XXI). Igualmente irrelevante es que haya leído (o no) al propio Benjamin. Pero es difícil leer a Sarlo y no imaginar que hay, en ese ensayo, una descripción más que apropiada de esa obra maestra de madurez de Dylan que es "Love and Theft" (2001).
Y, me apuro a aclarar, no es que quiera caer en esa dudosa práctica que la propia BS critica -y con razón- en el séptimo ensayo (ese número, además), que consiste en abusar de Benjamin para abordar prácticamente cualquier cosa. Pero, insisto, cómo no pensar en Dylan cuando se leen cosas como esta:
Repite citas a veces precedidas de un comentario corto, otras veces las incorpora a un texto más extenso en el que ya han adquirido el aire de la prosa benjaminiana, transformándose hasta parecer que Benjamin las hubiera escrito y no copiado. Lo mismo hace con sus propios textos, a los que trata como citas, desplazando párrafos de un trabajo anterior a uno siguiente, recomponiendo frases o cambiando un adjetivo.
Basta con reemplazar "Benjamin" y "benjaminiano" por los correspondientes "Dylan" y "dylaniano" y tenemos una buena semblanza del tipo de procedimiento que se pone en juego en "Love and Theft", un disco que no en vano lleva las comillas como parte indisoluble de su título y que a mí siempre me gustó más traducir por "amor y plagio", antes que el más prosaico "robo". La multiplicidad de citas -de Alicia en el país de las maravillas a El gran Gatsby, pasando por el Antiguo y el Nuevo Testamento, los blues del Delta del Mississippi y un omnipresente Confesiones de un Yakuza de Junichi Saga- puede repasarse en el completísimo sitio de Eyolf Østrem (dicho sea de paso, un medievalista: parece que hay ahí otra conexión inesperada). Lo interesante, en todo caso, es imaginar cuánto de ese Benjamin disperso, sometido constantemente a una hermenéutica desenfrenada, no puede encontrarse, también, en el Dylan que, en su madurez, escribe canciones como "Summer Days", "High Water" o "Sugar Baby", plagadas de referencias a un apocalipsis de resonancias benjaminianas (en un disco editado, de todas las fechas posibles, el 11 de septiembre de 2001). El mismo Dylan que, en su siguiente disco, con el título de Tiempos modernos y una imagen de una vieja Nueva York en la portada, termina cantando una canción que parece extraída de las confesiones del mismísimo Angelus Novus.
De acuerdo, puede que esté exagerando. Pero no creo que tanto: no es tan descabellado imaginar siete ensayos sobre Bob Dylan y buscar, en aquellas viejas fotos en blanco y negro de Greenwich Village en los '60, la clave para un posible "Nueva York, capital del Siglo XX".
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