Otros clanes no tuvieron tanta suerte, en parte porque los tiempos ya no eran los mismos y, con el cambio de siglo (XVIII-XIX), las condiciones de creación, circulación y consumo de la música estaban cambiando definitivamente. Basta con revisar las últimas ramas del árbol genealógico de los Mozart para apreciar el crecimiento, apogeo y caída de todo un mundo, cuyo fin coincide, previsiblemente, con el nacimiento de uno nuevo. Así, Leopold Mozart, respetado docente, compositor e intérprete, es el padre del joven Wolfgang Amadeus, con el que el apellido alcanza el punto más alto que esa o cualquier familia podrían alcanzar en el campo musical. Y, finalmente, se destaca el hijo menor de Wolfgang Amadeus, Franz Xaver Mozart, al que, luego de la prematura muerte de su padre, su madre comenzaría a presentar en sociedad como Wolfgang Amadeus Jr., en un intento de aprovechar la relativa fama de ese nombre y aumentar en lo posible las estrechas arcas de la familia. Alumno de Antonio Salieri, que accedió a educar musicalmente al joven después de la muerte de su padre, Franz Xaver no tuvo hijos, lo cual lo convierte, literalmente, en el último de los Mozart.
Desde ya, Franz Xaver Mozart no alcanzó la fama de su padre, y si bien vivió muchos más años que él, no llegó a elaborar un catálogo de composiciones tan rico y variado como el de Wolfgang Amadeus. Fue, sin embargo, un reconocido intérprete de la obra de su padre, Kapellmeister honorario del Mozarteum de Salzburgo y autor de algunas piezas que merecen todavía integrar algunos programas de recitales y conciertos de cámara. Sus canciones, por caso, fueron recuperadas hace algunos años por la soprano Barbara Bonney y el pianista Malcolm Martineau en un hermoso disco, The Other Mozart (Decca), que repasa cronológicamente el corpus liederistico de Franz Xaver Wolfgang Amadeus Jr.
Curiosidades de la cronología, el hecho de que "el otro Mozart" haya nacido el mismo año de la muerte de su padre invita a imaginar una suerte de continuación de un legado. Sobre todo porque, al escuchar las canciones en el orden en el que las presenta el disco, uno puede, literalmente, apreciar el crecimiento del compositor, la progresiva oscuridad que va cubriendo la atmósfera de las piezas, desde la juvenil Romanza, Op. 12 (1908) hasta las geniales Drei Deutsche Lieder, Op. 27 (1820). Como si el Mozart Jr. hubiera alcanzado finalmente la madurez pasados los 30, la década que su padre apenas llegó a promediar.
En cuanto a los textos elegidos por Franz Xaver para sus Lieder, aparecen Schiller, Hölty, Grillparzer, varios anónimos y hasta traducciones de Rousseau y Byron. En todos ellos, la naturaleza es prácticamente omnipresente, sobre todo en las últimas canciones, escritas casi contemporáneamente al Freischütz de su primo Carl Maria von Weber y al primer gran ciclo de Franz Schubert, al que el último Mozart sobreviviría. Lo que se escucha en esas canciones, por debajo de la aparente candidez de algunas de sus límpidas líneas de canto, es el testimonio de alguien que vivió un traumático cambio de siglo desde el margen, una especie de Hamlet habituado a vivir entre fantasmas, consciente de que su existencia misma remitía a la del padre que él nunca conoció.
Franz Xaver Mozart vivió casi toda su vida profesional cerca de Lvov, en la actual Ucrania, porque allí tenía un puesto estable y podía estar cerca de la mujer que amaba. Ocasionalmente visitaba a su madre en Salzburgo. Tras el fracaso de su relación, y ya sin trabajo, se mudó a Viena en 1838. La ciudad no se parecía en nada a la que había conocido su padre. Ni siquiera era la misma de los funerales de Beethoven, celebrados en la década anterior. Comenzaban tiempos de revoluciones, y Franz Xaver Mozart no participó en ninguna.
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