Hace poco, mi hermana se lamentaba de esos escritores que, poseedores de un talento innegable, no se dedican a cultivarlo, por desinterés o pereza. No dio nombres, pero yo pensé de inmediato en Etgar Keret (Ramat Gan, Israel, 1967), al que la descripción parece venirle como anillo al dedo. Famoso por sus breves (a veces brevísimas) ficciones, no ha faltado el lector entusiasta que asegurara que, del conjunto de todas esas fugaces miradas a las vidas de sus personajes, uno podría obtener un fresco de una época que ameritara llamar "novela" a alguna de sus colecciones de relatos.
Pero no. No son novelas. Y, a veces, ni siquiera son cuentos breves o microrrelatos. La extensión del texto, la cantidad de caracteres (el número 140 es el que está de moda) no tienen nada que ver con el asunto. Más o menos extensos, los relatos de Keret la mayoría de las veces se interrumpen antes de llegar a desarrollarse, espejismos que desaparecen apenas estiramos la mano.
A veces el recurso es uno largamente probado por Borges o Stanislav Lem: un cuento en el que alguien describe brevemente el cuento de otro. Técnicamente, no se trata de relatos dentro de relatos, porque lo que el personaje nos ofrece no es un texto acabado, sino apenas un esbozo, la idea de un cuento que uno sólo puede imaginar, lo que queda de una ciudad después de un bombardeo.
En el caso de Keret, algunos de esos retazos son extraordinarios. Como ese universo en el que uno puede ver únicamente a las personas que ama, y un hombre comienza a preocuparse cuando, en un par de ocasiones, su esposa se tropieza con él. O ese futuro en el que los científicos descubrieron un nuevo método de reproducción humana que permite que, alcanzada una determinada edad x, cada individuo se divida en otros dos de edad x/2. Todos lo hacen, menos uno, que muere pasados los 80 años, para sorpresa de todos los jóvenes que lo rodean. Los dos esbozos aparecen en "Creative Writing", publicado en The New Yorker hace un par de meses.
Otros relatos, como "One Hundred Percent", publicado en LA Weekly en 2007, juegan con otro clásico recurso, a la manera del "There Are More Things" borgeano, del pozo de "El pozo y el péndulo", del mejor Lovecraft: el horror que permanece innominado. Otros horrores agazapados en sus relatos, en cambio, son más reconocibles. Habitante de Tel Aviv, varios de los cuentos de Etgar Keret se asoman a la cotidianeidad de una zona de guerra, a eso que podríamos llamar "inseguridad" en el sentido más estricto, si aquí la palabra no hubiese perdido todo rastro de sentido.
Acaso por su faceta de cineasta además de escritor, lo más parecido a Keret que tenemos por estas tierras podría ser el Alberto Fuguet de Sobredosis. Por la irrupción de una voz atravesada por las inflexiones de una generación inesperada, por el retrato de las zonas oscuras de una sociedad que se pretende sin fisuras pero a la que cada vez le resulta más difícil contener las erupciones internas que amenazan con descomponerla. Pero sólo por eso. En todo caso, lo que sí está claro es que, de un tiempo a esta parte, ya no es tan extraño ver a los escritores diversificando su campo de acción. Y así, Keret también es responsable de eso que ahora se llaman "novelas gráficas", que es la manera de llamar a las historietas con complejo de inferioridad.
La pregunta, entonces, es si esos relatos que a veces parecen escritos a las apuradas, con destellos de genio, podrían convertirse en otra cosa si su autor les concediera más tiempo y espacio para desarrollarse. O, dicho de otro modo, si lo de Keret es un recurso o una coartada.
Será cuestión de seguir leyendo.
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