jueves, 25 de junio de 2009

100

Así que vino Hilary Hahn, nomás, y estas fueron algunas de las cosas en las que pensaba mientras esperaba mi turno, después del recital, para que me dedicara un par de discos:
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1. OK, ya sé que no es muy profesional de mi parte mendigar un par de autógrafos a los artistas. De hecho, estaba enfilando para la puerta de salida cuando miré al grupo que se arremolinaba y pensé en que tampoco era cuestión de dejar pasar la posibilidad de saludarla, de mirar a esa mujer extraordinaria a los ojos, ahí, tan cerca. Y me quedé hasta el final, para que los testigos de ese momento, a la vez mágico e intrascendente, se redujeran al mínimo posible. Pero más sobre esto luego.
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2. Decidí hacer tiempo leyendo las notas del programa del recital, y leí, respecto de Eugéne Ysaÿe, que "problemas de salud -diabetes- lo llevaron gradualmente a la composición". Interesante comentario del musicópata de turno. Me propuse, a partir de ahora, colocarme un terrón de azúcar debajo de la lengua cada media hora. Con un poco de suerte, podré componer un cuarteto de cuerdas antes de fin de año. Aunque, pensándolo mejor, para qué conformarse con poco si uno puede aspirar a mucho... Veré si me pesco alguna enfermedad venérea y me escribo una sinfonía con coro y todo.
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3. Pero vuelvo otra vez sobre el asunto de los críticos y sus pasiones, y me acuerdo de Julio Palacio. Recuerdo que hace un tiempo, en el Colón, me tocó arbitrar en una polémica involuntaria respecto de las notas de los programas de mano. Las posiciones en disputa eran las de Pola Suárez, que sostenía que los comentarios debían repartirse alternadamente entre ella y Julio, y la del propio Julio, que sostenía que los programas debían repartise equitativamente, sí, pero no en una alternacia mecánica, sino atendiendo a ciertas afinidades por parte de los comentaristas. Pola aducía que, en tanto profesionales, los musicólogos deben ser capaces de comentar cualquier obra, independientemente de géneros, épocas, escuelas y cualesquiera otros parámetros. Desde ese punto de vista la posición de Julio era prácticamente un capricho: él quería hablar de sus obras favoritas. Y digo que me tocó "arbitrar" en la polémica en tanto responsable de las publicaciones del Teatro, y debo decir que, en principio, la postura de Pola Suárez me pareció perfectamente racional y la postura de Julio, en cierto modo, caprichosa. Desde ya, me incliné por la posición de Julio, y él pudo escribir sobre sus obras favoritas.
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4. Y acá es donde me parece que está lo interesante, porque es cierto que una mirada crítica debe ser capaz de aplicar con rigor sus herramientas independientemente del objeto sobre el que esas herramientas son aplicadas, pero la verdad es que, en el caso particular de la música, hay dos variables que en cualquier otro ámbito podrían llegar a minimizarse, pero que aquí se convierten en algo fundamental. Una es, desde ya, el carácter elusivo del objeto musical. Pablo Gianera ya se preguntó en su blog qué es lo que critica el crítico, y allí hay una discusión más que interesante. Pero no es menos cierto que también está esta otra, y es que el crítico es, en cierto modo, una figura no menos elusiva. Quiero decir, que está atravesada por afectos, experiencias varias, pasiones... caprichos, en definitiva. La pregunta es entonces si uno debe reprimir esas pasiones o, por el contrario, hacerlas manifiestas. O, si se quiere, hacer conscientes esos contenidos inconscientes. Lo cual no pretende ser, desde ya, una apología del prejuicio o del capricho. Otra vez, creo que el caso de Julio es el que mejor da cuenta de la situación: ciertamente, en tanto profesional, podía escribir acerca de cualquier tema. Sin embargo, pocos habrán dejado de percibir que, cuando escribía acerca de Bruckner, por ejemplo, sus artículos se disfrutaban más. Y eso que se filtraba en ese escritura no hacía ni más ni menos objetiva su mirada crítica. En rigor, en esos casos es donde afloraba algo de lo que rara vez se habla en los críticos, pero que se puede reconocer en los verdaderamente interesantes: un estilo.
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5. Y si el estilo es lo contrario de la objetividad, quedará para otra discusión. Yo creo que no, y creo más: creo que allí, verdaderamente, se juega la crítica. En un cierto tipo de creación, en la definición de una mirada que es todo menos homogeneizante o prescriptiva. No decir cómo hay que escuchar una obra, porque -esto ya se dijo demasiadas veces- la experiencia musical es, en última instancia, intransferible. Se trata, en cierto modo, de crear una obra nueva. De completar un sentido que siempre queda -sí, ya lo adivinaron, se viene la cita dylanesca- blowin' in the wind. Y compartirlo, claro.
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6. Pensaba también que el crítico tiene que hacer pogo, al menos una vez en su vida.
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7. Y ya llega el momento, ya me toca. Hilary Hahn, cara a cara. Cruzar un par de palabras, un par de miradas. Sus manos que escriben "To Gustavo" en un disco de Elgar y las mías que tiemblan. El concierto que incluye el acorde de Tristán. El momento crítico de la noche.
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Y, por supuesto, hay muchas otras cosas que pensé y no digo. El blog, como todo el mundo sabe, es una plataforma de descarada autocomplacencia, y sin embargo hay ciertos límites a los que es mejor sólo acercarse. Pensé, por último, que esta es la entrada N° 100, que lo voy a anunciar con la impostada solemnidad que se merece, y que con eso está cubierta la cuota de autobombo.

1 comentario:

diego fischerman dijo...

La discusión entre Suárez Urtubey y Julio es, desde ya, entre dos paradigmas. Uno: la asepsia, entendida como garantía de rigor. Dos: la posibilidad de la pasión. Para el comentario aséptico, en efecto, cualquiera que tenga acceso a Wilipedia, o, como en el caso de la Dra Suárez Urtubey, al New Groves (que ha citado –aunque sin citar– con tanta meticulosidad como para incluir las notas al pie de página), puede escribir sobre cualquier música o músico. Para decir que el primer movimiento es una Forma Sonata bitemática o el úlimo un rondó no se necesita ni pasión, ni ideas propias y ni siquiera oído. Ahora bien, si se admite que en una crítica, o un comentario, cabe la posibilidad de un pensamiento acerca de la música,habría que admitir también que no se piensa sobre todo. Más bien uno reflexiona, obsesivamente, siempre sobre unas pocas cosas: las que ama, las que lo intrigan, las que lo seducen. Y obviamente tendrá más que decir sobre ellas –incluso sus dudas– que sobre las otras.