martes, 22 de septiembre de 2009

imitación de la vida


Si es cierto que Las alegres comadres de Windsor nació por un encargo de la propia reina de Inglaterra –que, según dicen las crónicas que le dijo a William Shakespeare, andaba con ganas de “ver a Sir John Falstaff enamorado”–, entonces no sería tan descabellado pensar que la fiebre de secuelas, precuelas, off-spins y demás yerbas que hoy pueblan las salas de cine y teatro, las plantillas de blogs, twitter, facebook y las mesas de novedades de las grandes librerías no sería, al fin de cuentas algo tan novedoso. Porque si el mismísimo Shakespeare –suponiendo que haya sido él: los amantes de la teorías conspirativas tienen más candidatos para la autoría de las obras del Bardo que para el asesinato de JFK– se dignó a ceder a esas tentaciones, qué se les puede pedir a los que, como bien señala Rodrigo Fresán en un reciente artículo, no se resisten a la invitación a contar cómo sigue esa historia que alguna vez nos mantuvo a todos en vilo. Transformar el punto final en tres puntos suspensivos y to be continued...

Y estamos de acuerdo: hay algo de vampirismo en todo eso, pero a la vez sería necio ignorar que todos esos autores que uno aprecia por haber creado un mundo que nos parece absolutamente nuevo –ahora pienso en Bolaño, porque para este blog es una especie de tótem, un discípulo de Morrison que le da consejos a un fanático de Dylan o algo así– recuerdan una y otra vez que aprendieron a escribir después de aprender a leer, y que la historia que tenían para contar era la continuación de todas esas historias que les habían contado, en una regresión más o menos al infinito.

Es claro que no es lo mismo la motivación que el liso y llano préstamo, lindante con el plagio, de situaciones, personajes, tramas y peripecias. Ciertamente, la imaginación es capaz de caer en profundos abismos –¿Se llamaría “el Aleph” el blog de Borges? ¿Cómo sería la traición de Isabel Sarli? ¿Y si Maradona fuese el DT de la Selección?–. Pero aquí viene a la mente una vez más Shakespeare. Que, con la única excepción de La tempestad, encontraba que las historias de otros eran una fuente inagotable en la que abrevar para crear esas historias que hoy llevan su nombre.
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Desde luego, no todo blogger metido a la creación de eso que se conoce como “fan-fiction” es Shakespeare, pero tampoco es cuestión de tachar de antemano todo lo nuevo por aquello de recentiores deteriores, como reza una célebre regla de la filología –una regla que, como todo el mundo sabe, se rompe más a menudo de lo que se la respeta–. Quiero decir: que tampoco es cuestión de creer que todo tiempo pasado fue mejor. O que todo cover es peor que el original. Ahí está el mismísimo Paul McCartney para reconocer que alguna vez los Beatles empezaron imitando a sus artistas preferidos, así como hoy todos empiezan por imitar a los Beatles. Y que, a su vez, fueron tantas las manifestaciones hoy consagradas que alguna vez fueron despreciadas como totalmente ajenas al campo del arte –las historietas o el rock, sin ir más lejos– que, por su parte, él no se atrevería a despreciar ni siquiera un videojuego.

Nosotros no podemos ver el futuro, porque los padres nunca entienden a sus hijos. Es el futuro el que nos ve a nosotros y se divierte haciendo todo lo contrario de lo que esperamos de él.

To be continued...

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