"La palabra es fascinación", escribe Diego Fischerman en su flamante Después de la música. El siglo XX y más allá (Eterna Cadencia, 2011), suerte de La música del siglo XX (Paidós, 1998) reloaded. La frase abre el segundo capítulo y se refiere a París circa 1900, pero la palabra"fascinación" puede extenderse a todo el libro, a cada uno de los capítulos en los que se aborda un aspecto particular de ese caos maravilloso que es el siglo XX musical. La sensación, al terminar la lectura, es que lo que parecía un libro de relatos con algunos personajes que reaparecían de vez en cuando, era en realidad una fabulosa novela, de esas que parecen contar la historia de una familia pero que en realidad están contando la Historia, a secas.
Desde luego, la palabra "fascinación" no se refiere únicamente a lo que produce la lectura del Después de la música (no pretendo llegar a semejante nivel de adulación a un amigo, aunque algo de eso habrá, para qué negarlo), sino también a la sensación que sin duda produce ese objeto elusivo que Diego analiza en esas 150 páginas. Y está claro que "fascinación" no es una palabra inocente, ni mucho menos unívoca. Basta recordar al canoso narrador de "Un descenso al Maelstrom" para advertir que uno puede sentirse fascinado ante una vista sublime (Kant dixit) que está a punto de aniquilarnos. Exagero, como de costumbre. Nadie llegó al límite, que yo sepa al menos, de sugerir que escuchar música del siglo XX equivale a una experiencia cercana a la muerte...
En todo caso, lo que quiero decir es que después de Después de la música es inevitable salir corriendo a escuchar algunas de las obras que allí aparecen como protagonistas de la historia musical del siglo XX (y más acá), o incluso aquellas que apenas si gozan de un papel secundario o un cameo. O también, por qué no, las obras que ni siquiera son mencionadas y que entonces uno tiene que analizar, imaginar sus genealogías, pensar en cuál de los capítulos del libro no desentonarían. O desentonarían, llegado el caso, puesto que a veces de eso se trata.
Lo que quiero decir es que Diego se animó a internarse en los recovecos de ese siglo XX musical, problemático y febril, escuchó mucha música y, después de esa música escribió Después de la música para que nosotros, después de leer Después de la música, nos animemos también a emprender ese viaje con la certeza de que hay música, también, del otro lado.
Es curioso: el libro se inicia recordando al anécdota de la mujer que una vez le preguntó a Luigi Nono qué es la música contemporánea. Y mientras todos pensaban que era una pregunta tonta para hacerle a uno de los principales compositores del siglo pasado, el propio Nono afirmaba que era la pregunta más importante que le habían hecho "y la única que valía la pena contestar". Y digo curioso porque ahora, si esa misma señora hiciera esa misma pregunta, la respuesta sería mucho más sencilla.
"Lea Después de la música, señora".
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