lunes, 15 de agosto de 2011

retrato de un violín

Un nuevo huésped llega al cuarto de invitados de estudio de noche, esta vez con la historia de un violín, que es también la historia de un violinista. De un negro espiritual, como diría (o podría decir; quién soy yo para impostar voces ajenas) el amigo Gabriel Senanes. Gracias por pasar a visitar.


por APG

Hay un hombre y hay un joven. Un hombre de sobretodo y sombrero; un joven de pantalón corto y piernas flacas de vello incipiente. El hombre tiene la postura erecta y arrabalera del tango; el joven se desgarba en un cuerpo que creció de golpe y aún no consigue asimilar. Tiene la mirada ávida de quien -a mediados del siglo pasado y en plena pubertad- incursiona en la ciudad casi por primera vez dejándose deslumbrar por el paisaje urbano que se diferencia tanto de su Ramos Mejía natal. Son esos ojos los que, pegados a la ventanilla de ese asiento en primera fila, observan a la distancia al hombre de sobretodo y sombrero que extiende su brazo para que el colectivo de la línea 101 en el que él viaja se detenga y luego al subir -el hombre, de sobretodo y sombrero- descubra su cabeza; entonces, ese joven que lleva un estuche apostado entre sus piernas flacas de pantalón corto, se pone de pie para cederle el asiento.

― Muy amable jovencito. ¿Hacia dónde viaja con ese violín?
― A la Orquesta Sinfónica Juvenil, Señor.
― Olvídese de la Sinfónica, dedíquese mejor al tango.

A los pocos días el joven de pantalón corto y piernas flacas es invitado por el hombre de sobretodo y sombrero a tocar en un ensayo junto a músicos tangueros. Su violín -ese mismo violín que le habrían regalado sus padres al cumplir cinco años al tiempo que le decían: “Que ni se le ocurra ser músico; es para que se entretenga, porque usted va a ser médico”- se sumerge con soltura en el dos por cuatro.

Y una tarde, llega tarde. Y por llegar tarde, el Director de la Orquesta Sinfónica Juvenil lo somete a un interrogatorio:

― ¿Estás son horas de llegar? ¿Se puede saber de dónde viene, jovencito?
― Disculpe señor director. Vengo de tocar en un hotel del barrio de Retiro acompañando a un músico que se llama Pazzola, Pazzoli, Piazzoli, o algo así.

Hay un hombre con la cabeza apoyada en la ventanilla. Ya no viste pantalones cortos ni lleva un estuche apostado entre sus piernas; lo ha despachado junto al resto del equipaje poco tiempo antes de embarcar en vuelo hacia Tokio, primer punto de la gira junto a Astor.

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