sábado, 4 de julio de 2009

Cassandra


El problema de Cassandra era que tenía razón. Nos quedó su imagen despeinada, de mujer fuera de sí que, en una de las versiones del mito, recibe del mismísimo Apolo el don de conocer el futuro pero, al mismo tiempo, la maldición de que nadie le creyera. "Ese caballo porta en su vientre a nuestros enemigos", dijo. El único que le creyó fue Laocoonte y así terminó, devorado, él y sus hijos, por dos enormes serpientes. Al día siguiente, Troya era destruída, y Cassandra tomada por Agamenón como su esclava. "Yo te avisé / y vos no me escuchaste", tarareaba Cassandra en la nave que la llevaba a Grecia para morir allí, en tierra extraña, lejos de su patria.

Y cuenta Platón en su Fedro -probablemente uno de los textos más perfectos que nos llegó de la Antigüedad, por su profundidad pero, sobre todo, por lo exquisito de su escritura- que en una época se pusieron de moda las interpretaciones racionales de los mitos. Justamente él, Platón, uno de los padres fundantes de la razón occidental, se queja de aquellos que le quieren restar al mito toda su fuerza evocativa. No; los mitos son lo que son y dicen lo que dicen del único modo en que pueden decirlo. Será Aristóteles, años más tarde, el que le reproche a su maestro haber hablado demasiado poéticamente. En cualquier caso, nadie puede negar la fortaleza de ciertos mitos, su perdurabilidad aún en culturas tan distantes, su capacidad de operar incluso allí donde ya nadie los recuerda.

Cassandra, entonces. La distancia que separa la verdad de la persuasión. Cassandra decía la verdad, pero no convencía a nadie. Como en la versión infantil de Juanito y el Lobo, la crítica tradicional enseña a matar al mensajero. Juanito es el culpable por mentiroso y Cassandra algo habrá hecho para que nadie le crea. Lo que se suele obviar en ese tipo de interpretaciones tranquilizadoras, que colocan la responsabilidad en un individuo para barrer debajo de la alfombra las responsabilidades colectivas, es que el lobo no se comió a Juanito, sino a todas las ovejas del pueblo. Y que, con todo lo trágico que haya podido resultar el destino de Cassandra, Troya entera fue la que se hundió entre las llamas. Como si fuésemos capaces de tolerar el Apocalipsis si nos aseguramos de contar con alguien a quien hacer responsable del desastre.

Pensaba en estas cosas ahora que una proto-paranoia recorre la Argentina, cortesía del virus de la gripe A. Porque, claro, en los últimos años se desgastó de tal modo la autoridad presidencial que en momentos en los que es necesario un liderazgo fuerte, el pánico lo invade todo, los dioses nos castigan por la hýbris de nuestros representantes. Sálvese quien pueda y a otra cosa, yo no les creo nada, si dicen que se murieron cincuenta es porque se murieron cincuenta mil, y ahora dicen que Moreno es el encargado de recorrer los hospitales con una escopeta amenazando de muerte al que se le ocurra morirse de gripe, para mantener las estadísticas en un nivel razonable.

Y seguramente tendrá el gobierno su cuota de responsabilidad, pero la oposición que se proclama tan republicana debería reconocer que, de un año a esta parte, estuvo jugando con fuego. Que atacar salvajemente a un gobierno democrático no significa simplemente desgastar a una persona o una pareja. Porque lo que abrieron las últimas elecciones se parece más a la Caja de Pandora que al Caballo de Troya. Lo que alguna vez fue el pánico económico es ahora el pánico sanitario, y otra vez la figura fantasmal de Duhalde aparece en el horizonte como el sacerdote encargado de los sacrificios necesarios para aplacar a los dioses.

A mí todo esto me suena más al Aprendiz de Brujo, qué quieren que les diga.

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