Acabo de terminar Piazzolla. El mal entendido, el libro de Diego Fischerman y Abel Gilbert que Edhasa distribuye por estos días. Iba a dejar este comentario en el blog de Diego, pero como sé que él pasa cada tanto por acá, prefiero dejar anotadas algunas primeras impresiones, para que funcionen, a la vez, como urgente y calurosa recomendación de lectura.
Ante todo, una aclaración, y es mi más que tangencial relación con la figura de Ástor Piazzolla, alguien de quien escuché poco –pocas obras, que nunca me despertaron mucho entusiasmo–, y a la vez mucho –infinitas opiniones, lecturas, menciones, entrevistas, críticas–, todo lo cual cristalizó en una figura que dejaba bastante que desear, en términos musicales y humanos. Esa imagen musical se empezó a modificar en conversaciones con Diego: aprendí a escuchar esas grabaciones con otra atención –la humana, en todo caso, no se modificó demasiado–. La lectura del libro, en cualquier caso, pone cualquier tipo de consideración previa en perspectiva, y abre nuevos horizontes para abordar cuestiones musicales, bastante más allá del mero "acontecimiento Piazzolla". Me explico.
Hace algunos años, me tocó reseñar el libro Federico II. Ragione e fortuna de la medievalista italiana Mariateresa Fumagalli. Lo que allí sorprendía era, además de la brillante escritura de Fumagalli, el tipo de libro que era Federico II: la vida y la obra del personaje como nudo en el que convergen los diversos hilos que conforman el entramado de una época, en aquel caso, el siglo XII europeo. Al finalizar la lectura no estaba del todo claro si la comprensión de la época había iluminado la comprensión del personaje, o si el caso era precisamente el inverso. Toda biografía conlleva el primer riesgo de superar el límite convencional de la cronología, y el segundo, más grave, de recortar una figura sobre un fondo. En ese caso, la historia personal del biografiado corre el riesgo de convertirse en un mero producto determinado por el entorno, o bien el de convertir ese entorno en un simple telón de fondo, más o menos pintoresco, sobre el cual se despliega la acción individual. Y Piazzolla... sortea ambos peligros con maestría. Y, hasta podría decirse, con elegancia.
Lo dicho: acabo de terminar el libro, de modo que no sé si me animo tan pronto a elaborar una crítica completa, pero sí a señalar algunas cuestiones puntuales que pueden dar una idea de el tipo de mirada –“mirada” aquí quiere decir también “lectura” y “escucha”– que los autores despliegan a lo largo de contundentes cuatrocientas páginas. Piazzolla y Perón, por ejemplo. Hay capítulos que se dedican, especialmente, a reconstruir esa etapa por lo menos ambigua de Piazzolla en los años que van del ’45 al ’55. Están al comienzo del libro, pero es inevitable sentir su presencia fantasmal ya en las páginas finales, cuando Piazzolla y Perón ya son otros, unas décadas más tarde. Los autores no lo explicitan, pero es inevitable trazar un cierto tipo de correspondencia entre esas dos figuras patriarcales, cuyo nombre era invocado por una juventud en estado de ebullición, en términos políticos y musicales. Piazzolla llega a llamar “imberbes” a los músicos de su sexteto, pero es aún más interesante su ambigüedad a la hora de valorar a los músicos de rock que lo reclaman como inspiración cuando él ya se encuentra, claramente, en otro lado. Puede reconocerlos como interlocutores o simplemente ningunearlos: lo que se juega en cada caso es la palabra de Piazzolla para diseñar su propio derrotero. Cuando Abel y Diego escriben “el bandoneonista avalaba para diseñar genealogías y alianzas” es difícil no evocar la similar estrategia discursiva de Perón, tal como se la analiza en otro libro, tan distinto y a la vez no tanto a este Piazzolla..., como el Perón. Reflejos de una vida de Horacio González. Perón, el mal entendido. Piazzolla, reflejos de una vida.
Creo que ese es el rasgo más valioso de Piazzolla. El mal entendido: su capacidad de proponer una mirada poco habitual –por la profundidad, por la sutil ironía de algunas observaciones, por la amplitud de su espectro– para el ámbito cultural de aquí y ahora. En ese sentido, eso es lo que más me afectó de su lectura, lo que les agradezco a sus autores: la invitación a escuchar.
Ante todo, una aclaración, y es mi más que tangencial relación con la figura de Ástor Piazzolla, alguien de quien escuché poco –pocas obras, que nunca me despertaron mucho entusiasmo–, y a la vez mucho –infinitas opiniones, lecturas, menciones, entrevistas, críticas–, todo lo cual cristalizó en una figura que dejaba bastante que desear, en términos musicales y humanos. Esa imagen musical se empezó a modificar en conversaciones con Diego: aprendí a escuchar esas grabaciones con otra atención –la humana, en todo caso, no se modificó demasiado–. La lectura del libro, en cualquier caso, pone cualquier tipo de consideración previa en perspectiva, y abre nuevos horizontes para abordar cuestiones musicales, bastante más allá del mero "acontecimiento Piazzolla". Me explico.
Hace algunos años, me tocó reseñar el libro Federico II. Ragione e fortuna de la medievalista italiana Mariateresa Fumagalli. Lo que allí sorprendía era, además de la brillante escritura de Fumagalli, el tipo de libro que era Federico II: la vida y la obra del personaje como nudo en el que convergen los diversos hilos que conforman el entramado de una época, en aquel caso, el siglo XII europeo. Al finalizar la lectura no estaba del todo claro si la comprensión de la época había iluminado la comprensión del personaje, o si el caso era precisamente el inverso. Toda biografía conlleva el primer riesgo de superar el límite convencional de la cronología, y el segundo, más grave, de recortar una figura sobre un fondo. En ese caso, la historia personal del biografiado corre el riesgo de convertirse en un mero producto determinado por el entorno, o bien el de convertir ese entorno en un simple telón de fondo, más o menos pintoresco, sobre el cual se despliega la acción individual. Y Piazzolla... sortea ambos peligros con maestría. Y, hasta podría decirse, con elegancia.
Lo dicho: acabo de terminar el libro, de modo que no sé si me animo tan pronto a elaborar una crítica completa, pero sí a señalar algunas cuestiones puntuales que pueden dar una idea de el tipo de mirada –“mirada” aquí quiere decir también “lectura” y “escucha”– que los autores despliegan a lo largo de contundentes cuatrocientas páginas. Piazzolla y Perón, por ejemplo. Hay capítulos que se dedican, especialmente, a reconstruir esa etapa por lo menos ambigua de Piazzolla en los años que van del ’45 al ’55. Están al comienzo del libro, pero es inevitable sentir su presencia fantasmal ya en las páginas finales, cuando Piazzolla y Perón ya son otros, unas décadas más tarde. Los autores no lo explicitan, pero es inevitable trazar un cierto tipo de correspondencia entre esas dos figuras patriarcales, cuyo nombre era invocado por una juventud en estado de ebullición, en términos políticos y musicales. Piazzolla llega a llamar “imberbes” a los músicos de su sexteto, pero es aún más interesante su ambigüedad a la hora de valorar a los músicos de rock que lo reclaman como inspiración cuando él ya se encuentra, claramente, en otro lado. Puede reconocerlos como interlocutores o simplemente ningunearlos: lo que se juega en cada caso es la palabra de Piazzolla para diseñar su propio derrotero. Cuando Abel y Diego escriben “el bandoneonista avalaba para diseñar genealogías y alianzas” es difícil no evocar la similar estrategia discursiva de Perón, tal como se la analiza en otro libro, tan distinto y a la vez no tanto a este Piazzolla..., como el Perón. Reflejos de una vida de Horacio González. Perón, el mal entendido. Piazzolla, reflejos de una vida.
Creo que ese es el rasgo más valioso de Piazzolla. El mal entendido: su capacidad de proponer una mirada poco habitual –por la profundidad, por la sutil ironía de algunas observaciones, por la amplitud de su espectro– para el ámbito cultural de aquí y ahora. En ese sentido, eso es lo que más me afectó de su lectura, lo que les agradezco a sus autores: la invitación a escuchar.
Por mi parte, lo que puedo hacer es invitarlos a leerlo. Así que ya saben: visiten su librería amiga, pregunten por el libro, siéntense tranquilos a recorrer sus páginas.
Y prepárense.
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