lunes, 31 de agosto de 2009

no son horas


Parte de la oposición ("miserable" la llama hoy Eduardo Aliverti, y el adjetivo es, además de contundente, justificado) afirma que este no es el momento para discutir una nueva Ley de Radiodifusión. Que este Congreso carece de legitimidad, puesto que en diciembre habrá una nueva conformación, con su correspondiente correlación de fuerzas.

Pensándolo bien, ni siquiera en diciembre habría que discutir estas cuestiones: en 2011 habrá elecciones, con lo cual el actual gobierno, al tener los días contados, carece de legitimidad. De más está decir, desde ya, que el gobierno que reemplace al actual también debería guardar un respetuoso silencio respecto de estas cuestiones, porque en 2015 habrá nuevas elecciones que sin duda modificarán la dinámica de la siempre sorprendente política argentina. Y ni hablar de los que ganen en el 2015, toda vez que deberán hacer mutis por el foro en el 2019. Estos oscuros personajes de la política deberían aprender de una vez por todas que ellos son presidentes, apenas, por cuatro años. Y eso si tienen suerte. Los medios, los que verdaderamente representan a "la gente", permanecen.

Y es cierto: parece que, para algunos, la Ley de Radiodifusión se está tratando unos meses antes de lo esperado. Claro que, otros podrían decir, en realidad ocurre que se está tratando veintiseis años más tarde.

"I wasted time, and now doth time waste me", decía el pobre Ricardo II de William Shakespeare. "So much to do...", le respondía el Guasón de Jack Nicholson, "...and so little time."
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Y yo que en unas horas me voy a Italia y tendré que ajustar el reloj unas cinco horas. Y ya sé que cuando vuelva me las devolverán, pero... ¿dónde las guardan, mientras tanto?

miércoles, 26 de agosto de 2009

el juicio de la historia


Los comentarios de Martín Liut al post anterior me dejaron pensando en un par de cuestiones. Hace poco, en una conversación con el compositor Marcelo Delgado surgió la misma inquietud: la ausencia de barricadas musicales como una especie de respetuoso temor al "juicio de la historia", a quedar atrapado en la vereda equivocada cuando en el futuro se tracen las coordenadas del presente.
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Creo que ambos aciertan en el diagnóstico -y en la consiguiente crítica a ese estado de cosas. Pero a mí, más que críticas, semejante cuadro de situación me provoca tristeza. Lisa Simpson justificaba el mutismo de su hermana Maggie apuntando que "es preferible no decir nada y que te tomen por tonto a abrir la boca y despejar las dudas". Y se ve que Reutemann no mira Los Simpsons.
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Pero no puede ser que nadie quiera abrir la boca por miedo al qué dirán. Podría ocurrir que, a causa de semejante mutismo, la historia tan temida decida olímpicamente ignorar a los que callan. Pero además, no habría por qué preocuparse: en el futuro, aplicando la misma regla, tampoco dirá nadie nada nunca.
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Y de acuerdo: todos recuerdan a Boulez invitando a quemar los teatros de ópera, a Stockhausen saludando a la instalación artística de Al-Qaeda en pleno Manhattan con ese nombre tan MoMA de "9-11", a los Beatles proclamando tenerla más grande que el mismísimo Hijo de Dios. Pero semejantes boutades empalidecen al lado del Marteau sans maître, de las Klavierstücke, del Álbum blanco, que son en última instancia las pruebas que los tribunales de la historia privilegian sobre los testimonios más o menos delirantes emitidos en estado de emoción violenta. Un ser absolutamente despreciable, racista y megalómano como Richard Wagner puede ser considerado -¡con justicia!- uno de los músicos más geniales de la historia. Y el juicio de la historia absolvió incluso a un nazi inescrupuloso como Carl Orff, que ni siquiera era un músico genial. Y pienso también en Paul Dukas, quemando toda su obra en su lecho de muerte, otro genio loco que perdió el juicio.
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Pero lo más ridículo de todo el asunto es que no queda del todo claro quiénes serán, en el futuro, los miembros del jurado que evaluarán el presente. Tengo para mí (siempre quise usar esta expresión, lo confieso) que las causas de hoy están casi condenadas de antemano a prescribir en silencio.
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No sé, tal vez exagero.
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La historia dirá.

lunes, 24 de agosto de 2009

diálogo de sordos


Ya es moneda corriente encontrarse con que el calendario suplanta la imaginación a la hora de programar conciertos o temporadas completas en muchos teatros u orquestas oficiales. Así, por ejemplo, no sería raro encontrarse el año próximo con una exhumación de La Vestale de Vincenzo Pucitta, estrenada en el King's Theatre de Londres en 1810 y escuchada por última vez, según cuentan los investigadores de Opera Rara (NYC), en Buenos Aires, en 1828. De acuerdo, tal vez habría que esperar hasta 2028 para escucharla en el Colón, pero, como sea, la figura del programador / cazador de efemérides parece estar nuevamente de moda, a juzgar por el ciclo de sinfonías completas de Mendelssohn que se anuncia por allí. Y conste que no me parece mal que esas sinfonías se interpreten en un teatro... cerrado, como es el caso.
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Y escribo "nuevamente", porque la moda de escrutar el calendario, al igual que la de nombrar a los hijos de acuerdo con el Santoral, no es para nada nueva. Ya apareció en un post anterior el relato del escandalete del homenaje a Beethoven que la ciudad de Bonn preparó en 1845, no se sabe si para recordar los 75 años del nacimiento o los 18 de la muerte del pobre Ludwig Van. En cualquier caso, se trataba de una especie de ensayo para cuando llegara el momento verdaderamente significativo, el de 1870, el centenario del sordo, misántropo y desaliñado compositor que le cantó a la alegría universal. Y sería cuestión de averiguar si no fue precisamente el de Beethoven el primer centenario en ser celebrado oficialmente en el mundo musical -el mito de Bach es bastante tardío y para elebar a la categoría de Padre de la Música fue necesario someter al "señor gordito y con peluca" a una prueba de ADN retroactiva-.
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Pero llegó 1870 y Viena quiso celebrar a lo grande e, ingenuos como eran, pensaron que la figura colosal de Beethoven lograría lo imposible: juntar bajo un mismo techo a los máximos representantes de dos escuelas que reclamaban para sí la herencia del muerto y que, desde ya, no podían verse -u oírse, dadas las circunstancias- ni de lejos. Wagner y Liszt declinaron la invitación cuando supieron que los programadores habían incluído a Brahms y Joachim en la lista de ilustres asistentes, y viceversa. Allen Menschen werden Brüder, sí, cómo no... Las delirantes autoridades vienesas fantaseaban incluso con un Kaiser-Konzert con Clara Wieck de Schumann en el piano y Richard Wagner en el podio. Un delirio, como imaginar una banda con Damon Albarn y los hermanos Gallagher tocando temas de Ringo Starr.
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Y bien podría ser que la negativa de Brahms se haya visto motivada por el temor a que Wagner sedujera a Clara -es proverbial la debilidad wagneriana por las mujeres ajenas-, pero en cualquier caso, hoy se echa de menos cierta beligerancia estética como la de aquellos años, o la que, hace unas pocas décadas, generaba discursos encendidos y música de barricada en las salas de conciertos. Hoy, apenas si se puede disfrutar de un módico escándalo por un tenor que entra en bibicleta en Lucia di Lammermoor o un Don Giovanni que recurre a unas pastillitas azules para abordar en una misma noche a Donna Anna, Zerlina y la novia de un Leporello que ya se está cansando de tanto notte e giorno faticar.
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Parece que estas son épocas de tolerancia, de diálogo, de consenso, de escuchar a Wagner y a Brahms en una misma velada.
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Deine Zauber binden wieder
was die Mode streng getheilt.
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Y ya hay que ir preparando la temporada 2033, con su bicentenario brahmsiano, los 220 años de Wagner y el centenario del ascenso al poder del perfecto wagneriano y amante de la Novena sinfonía de Beethoven de nombre Adolf.
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Eso sí, sin gritos ni estridencias.

martes, 18 de agosto de 2009

la solitaria muerte de William Zanzinger

La noticia circuló este fin de semana, aunque la escena tuvo lugar hace más de un mes. Bob Dylan deambulaba por las calles de un barrio residencial de New Jersey y una vecina llamó preocupada a la policía, que procedió a llevarse al “anciano pordiosero”, a la sazón indocumentado. (Esto último es casi redundante: ni el documento de Dylan debe decir “Dylan”, ni el de Madonna, “Madonna”.) Finalmente, Dylan fue liberado una vez que su identidad fue corroborada por el personal de la gira que, junto a Willie Nelson y John Mellencamp, llevó por esos pagos a Robert Allen Zimmerman, a.k.a. Jack Frost, a.k.a. Jim Nasium, a.k.a. Alias, y siguen las firmas apócrifas. Y me pregunto cómo habría reaccionado esa pobre señora si se los cruzaba a los tres juntos, en especial a Willie Nelson y sus trenzas ancestrales.

Lo curioso es que la policía norteamericana, habituada a hacer cantar a los sospechosos, apenas logró arrancarle a Dylan unas palabras “incomprensibles”. Y yo sé de varios que dirán que esa era, precisamente, la prueba irrefutable de que el sospechoso en cuestión no podía ser otro que Bob Dylan.

Y claro, todos los medios cantaron al unísono el coro de "Like a rolling stone", en lo que sonaba a todas luces como un caso de tardía pero eficaz justicia poética. Ahí estaba él ahora, por las suyas, vagabundo, un completo desconocido. Y una única pregunta posible para hacerle a Dylan en ese momento: How does it feel?

La noticia que no circuló tanto fue la muerte de William Devereux Zantzinger, el pasado 3 de enero. El mismo de ese primer y contundente verso de "The lonesome death of Hattie Carroll":

William Zanzinger killed poor Hattie Carroll…

Y los diarios que recordaron la historia y algunos que se apresuraron a señalar que la canción de Robert Allen Zimmerman, a.k.a. Bob Dylan, estaba plagada de inexactitudes. Que escribió mal el apellido de Zantzinger. Que Hattie Carroll no tenía diez hijos, como decía la canción, sino once. Que omitió que la mujer murió bastante después del golpe de Zan(t)zinger y que no fue totalmente probado que ambos acontecimientos estuvieran relacionados. Que Dylan exageró la capacidad del terrateniente con nombre de ópera de Donizetti de utilizar influencias políticas para zafar de una condena mayor.

Porque, según parece, una cosa es que el dueño de una plantación de tabaco disfrute golpeando con su bastón a una sirvienta y otra muy distinta es que una canción no diga la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

En 1965, en un célebre recital en Manchester, Dylan zanjó la cuestión con una frase contundente, casi socrática en su ironía:

Esta es una historia real… Está tomada de los diarios.

domingo, 16 de agosto de 2009

una de vampiros


Parece que la lluvia no quería aflojar. Que todo empezó con muchas, interminables lecturas y láudano a borbotones. Que la imaginación, abundante en esa casa en las afueras de Ginebra en el verano de 1816, hizo el resto. Lord Byron propuso pasar la noche inventando historias de fantasmas y sus invitados abrazaron la propuesta sin pensarlo dos veces. Curioso: los dos autores "famosos" del cuarteto, Shelley y el propio Byron, apenas si escribieron un par de páginas. Los otros dos, Mary Wollstonecraft y John William Polidori, dieron vida a dos monstruos fascinantes e irresistibles, como si esa noche hubieran decidido vampirizar a sus célebres compañeros.
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Y si el Frankenstein de Mary Shelley se pudo y se puede encontrar con facilidad en cualquier librería, no se puede decir lo mismo de El vampiro de Polidori. Razón de más para celebrar la reciente edición de Norma en su colección "Verticales de bolsillo", que se consigue a un precio más que razonable en las librerías de Buenos Aires. En la introducción se destaca la importancia de un relato escrito casi ochenta años antes del Dracula de Bram Stoker, se repasan algunas de las influencias que la obra ejerció en las generaciones posteriores, y también algunas de las influencias que se pueden rastrear en el propio Polidori: es difícil no imaginar a Lord Ruthven con los rasgos de Byron, de uno de cuyos personajes toma incluso su nombre. Vampirismo, en todos los niveles.
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Lo que no se menciona en la introducción -y esto no es necesariamente una crítica- es que apenas unos años después de editada la historia de Polidori, un éxito absoluto en Europa, un compositor alemán decidió hacer de ese relato una ópera. Der Vampyr de Heinrich Marschner es la típica obra que en todos los manuales de música, en todas las biografías de Wagner, en todos los ensayos sobre ópera alemana, se menciona como eslabón imprescindible, pero menor, en la cadena de grandes obras que va de La flauta mágica de Mozart hasta El anillo del nibelungo de Wagner, pasando por el Freischütz de Weber. Es, sin embargo, una obra notable, que en los últimos años se comenzó a rescatar de ese relativo ninguneo. Hace unos años la grabó Jonas Kaufmann, unánimemente aclamado por aportar sangre nueva a los escenarios líricos del mundo. Y aquí se puede ver un documental de media hora acerca de la producción del Vampyr en el Teatro Comunale de Bologna, en 2008.
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Parece que al bueno de Marschner le llegó la hora de la reivindicación. Y es que, se sabe, a veces los vampiros duermen, pero cuando se despiertan es muy difícil resistirse a su canto.

miércoles, 12 de agosto de 2009

la luna, parte 2


La historia tiene su encanto. Todavía hoy ignoro cuánto de cierto puede haber en el relato de mi amigo, pero me gusta pensar que esa es, en definitiva, la verdad del asunto, lo que verdaderamente se oculta en el lado oscuro de la luna. Una complicada serie de acontecimientos que llevaron, primero, a la falsificación del documento visual que atestiguaba el alunizaje del módulo Eagle, y, unos años más tarde, a la súbita cancelación de los viajes tripulados al satélite natural de la Tierra, cuatro letras, ocho horizontal.

Lo dicho, entonces. La necesidad de falsificar la caminata lunar de Neil Armstrong no se debió al fracaso de la misión Apolo XI, sino a su éxito. Al hecho de que, cuando el socio N° 80.400 del Club Atlético Independiente dio su célebre primer y pequeño paso, se encontró con que alguien lo estaba esperando. Y fue entonces que pegó un gran salto. Se dice que Aldrin –socio N° 80.399 del club de Avellaneda– lo tuvo que sujetar de uno de sus tobillos para evitar que se perdiera en el espacio ingrávido. Collins –socio N° 80.401– presenció toda la escena desde el módulo lunar, decidido a despegar de inmediato si la cosa se complicaba.

Pero no se complicó, o por lo menos no en ese primer encuentro. La persona que los esperaba –el embajador, o lo que ellos creyeron que era el embajador de la civilización selenita–, era un hombre como cualquier otro, a excepción de una barba larguísima que flotaba gracias a la ausencia de gravedad de la superficie lunar, un bastón de un material completamente desconocido en la Tierra, y el hecho de que vivía en la luna. Pero, por todo lo demás, parecía un hombre como cualquiera de los que habitaban por entonces el tercer planeta empezando a contar desde el Sol.

Mi amigo no pudo obtener mayores datos acerca de la conferencia que mantuvieron Armstrong, Aldrin y el embajador selenita, aunque no es difícil imaginar lo que se discutió entonces, habida cuenta de lo que ocurrió en los años siguientes. Esta fue la historia que el misterioso hombre de gris le contó a mi amigo y que yo ahora reconstruía mientras orbitaba cuidadosamente alrededor de mi propio planeta rojo, la colorada que seguía apoyada en la barra, un cuerpo que parecía desafiar a la gravedad con autoconsciente orgullo.

Al parecer, lo que Armstrong y Aldrin acordaron con el embajador selenita, a expreso pedido del Consejo Lunar de Ancianos, que esperaba de un momento a otro la llegada de los humanos a su suelo, fue mantener en absoluto secreto, para cada una de las civilizaciones –lunar y terrestre–, la existencia de la otra. De ahí la necesidad de fabricar un registro apócrifo del momento del alunizaje. Tras una breve deliberación, ambas partes llegaron a la conclusión de que ninguno de los dos pueblos estaba preparado para asimilar semejante revelación. Para los selenitas, mantener el secreto era mucho más sencillo: no había necesidad de fraguar ningún tipo de documento, puesto que no eran ellos los que habían gastado fortunas en enviar gente al espacio para conocer sus misterios. La misión terrestre, en cambio, había generado tal expectativa que se hacía necesario volver con algo, lo que sea, aunque sea un aburridísimo video en el que no pasa absolutamente nada.

Pero claro, los humanos son curiosos por naturaleza, como dijo el sabio Aristóteles, que poco sabía de la luna pero bastante de los asuntos terrestres. Y los hombres siguieron viajando a la luna y fabricando videos caseros de pobre calidad y menor interés para evitar que esas ansias de conocimiento se expandieran entre la población como un virus poderoso y letal. Lo que no imaginaban era que esos viajes pondrían a la Tierra al borde de un conflicto intergaláctico de extrema gravedad. Porque lo que no alcanzaban a comprender, en su desmesurada hýbris, era que el Consejo Lunar de Ancianos no buscaba proteger a la población terrestre –de la que poco sabían y que poco les importaba, en realidad– sino a sus propios congéneres lunares, mucho más inestables y beligerantes que los humanos, y un poco trotskos.

Así fue que los sucesivos viajes humanos a la luna comenzaron a generar sospechas en la población selenita, que empezó a murmurar que su gobierno estaba ocultando información. Confinados al lado oscuro de la luna, imaginaban que del otro lado, bajo los insoportables rayos del Sol que la Tierra reflejaba como un espejo dirigido por las manos inocentemente irresponsables de un dios eternamente adolescente, estaban pasando cosas raras. La prensa verde –equivalente al amarillismo terrestre– afirmaba que el gobierno ocultaba las pruebas irrefutables de que había vida en la Tierra, y difundía videos apócrifos de una supuesta autopsia a un cosmonauta ruso que, alcoholizado, había realizado un alunizaje de emergencia en la década del ’60 [N. B. por razones de comodidad para los lectores, se utiliza la conversión del calendario lunar al terrestre].

El Consejo de Ancianos se vio obligado entonces a intimar a los terrícolas a suspender los vuelos tripulados a la luna. Palabras más, palabras menos, lo que exigieron es no volver a ver un solo hombre pisando la superficie lunar, so pena de tomar las acciones necesarias para demostrarles a los selenitas que, efectivamente y al fin de cuentas, no había vida en la Tierra. Desde entonces, sólo unos pocos humanos conocen la verdad: quienes están detrás de las operaciones de ocultamiento de las pruebas de vida extraterrestre no son los sucesivos representantes del Gobierno de los Estados Unidos, sino el Consejo Lunar de Ancianos, cuyos cañones láser están apuntando preventivamente hacia nosotros.

Nosotros, que no tenemos, como Damocles, el privilegio o la maldición de saber que una espada mortal pende sobre nuestras cabezas.
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Me pregunto si la pelirroja me creerá esta historia cuando la invite a mi habitación, en diez… nueve… ocho… siete… seis… cinco… cuatro… tres… dos… uno…

jueves, 6 de agosto de 2009

there there


Ya puede escucharse on-line "Harry Patch (In Memory Of)", también conocida como la Última Gran Canción de Radiohead. El nombre es bastante explícito -el tema rinde homenaje al último sobreviviente de la Primera Guerra Mundial, fallecido en estos días- pero pueden encontrarse más datos en la página web de Radio 4.
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También pueden escuchar, clickeando acá, "Go to Sleep", el cover de Radiohead que funciona además como adelanto de Perfume de Carnaval, nuevo disco del Fer Isella Quinteto que saldrá en octubre. Además de Fer Isella en teclados, están Richard Nant en trompeta, Ramiro Flores en bajo, Lucio Balduini en guitarra y Lulo Isod en batería. A título personal, cuento que cuando escuché al quinteto en vivo tocando este tema, se me voló el sombrero. Literalmente, porque había llevado sombrero, y además esa noche soplaba un tremendo viento. Pero fundamentalmente por el sonido del grupo, combinando las dosis justas de potencia y sutileza. Como corresponde tratándose de un cover de Radiohead, la descarga del tema es a la gorra virtual.
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Y para que no digan que en este blog rige la Ley del Menor Esfuerzo (al fin de cuentas, también tiene su encanto encotrar las cosas porque se las busca y no porque le vienen a uno servidas en bandeja de entrada), googleen las palabras Thom Yorke + All for the best. Y a ver qué pasa.

lunes, 3 de agosto de 2009

otro efecto Beethoven (y Van...)


En agosto de 1845, la ciudad de Bonn se disponía a celebrar a lo grande la memoria de su hijo dilecto, Ludwig van Beethoven. Parece que el fanatismo llegaba a límites curiosos, aunque no tanto para ojos contemporáneos que en las últimas semanas han visto a seres andróginos con barbijo practicando el moonwalking por las calles del planeta Tierra, en homenaje a ese visitante ilustre que fue Michael Jackson. Pero volviendo al Sordo -que, para los alemanes de entonces, cada día componía mejor-, parece que León Kreutzer, corresponsal de la Revue et gazette musicale de Paris para la ocasión, se escandalizó al ver en las calles de Bonn a los visitantes que llegaban de toda Europa vistiendo la "corbata Beethoven" y fumando los "habanos Beethoven". Anotó en su crónica: "Resulta triste decirlo, pero el pequeño comercio de Bonn se ha mostrado singularmente irreverente con la memoria del ilustre autor y se ha desarrollado en él un inmenso afán de lucro." Al respecto, Esteban Buch apunta, en su monumental La novena de Beethoven, que

...la mencionada profanación no deja de ser, en su modesta escala, un signo de modernidad y un anuncio de toda una industria que se hará inseparable del culto pretendidamente ascético a los grandes artistas y que, quizá sin expresarse bajo la forma del vandalismo, se rige hasta hoy por la dialéctica del "hurto" y la "reliquia".

Lo del vandalismo alude a otra crónica de la época en la que se registra la fruición con la que los visitantes europeos se dedicaban a llevarse todo tipo de recuerdos (cuerdas de piano, pedazos de mampostería) de la casa natal de Beethoven, que también en esto fue un verdadero precursor de todo lo que se supone que debe ser una figura musical en toda regla. Me acordaba de estas cosas porque hace poco hablábamos con una amiga acerca de Efecto Beethoven. Complejidad y valor en la música de tradición popular, un más que recomendable libro de Diego Fischerman que por estos días (más exactamente, el miércoles a las 19.30 en La Boutique del Libro) presenta junto a Abel Gilbert otro gran libro, ya recomendado en este blog, que es Piazzolla. El mal entendido.

Y a propósito de ese libro y esa entrada: en aquella oportunidad me llamó la atención una posible comparación de cierto aspecto de la retórica piazzolliana con la figura de Perón; el líder de un movimiento que abarca demasiadas contradicciones, y cuya figura significa demasiadas cosas muy distintas para diversas personas, grupos, clases, tendencias. Todas ellas pugnan por reconocerse los verdaderos herederos, los hermeneutas autorizados, los custodios de... bueno ahí está el problema: ¿custodios de qué, verdaderamente?

Pero ahora resulta que también Beethoven fue, en eso, un precursor. Describe Buch los momentos previos a la celebración de 1845:

... en el caso de las fiestas dedicadas a Beethoven, la sombra es la de una figura múltiple que, por el hecho mismo de ser admirada por todos, saca a la luz las diferencias, incluso las divergencias, entre los admiradores. Así, al pie de su estatua, encontramos a "los buenos burgueses" de Bonn que quieren festejar a su ilustre conciudadano y fortalecer de este modo el arraigo local de la memoria común; a la "Europa musical", compositores, intérpretes y críticos, deseosos de honrar a su padre simbólico así como asegurarse un buen lugar en su descendencia; y a la alta aristocracia europea, atrapada un poco a su pesar en una nueva dinámica identitaria que ya no tiene a los suyos como protagonistas. Cada uno tiene sus motivos, cada uno tiene sus ambiciones; y esas contradicciones no dejarán de tener consecuencias en el curso de los acontecimientos.

Las primeras de esas consecuencias fueron el escándalo y las trompadas que volaron en el almuerzo final, en el que un joven Liszt luchaba por hacerse oír, à la Leonardo Favio, entre el griterío y los destrozos. Menos sangrienta que Ezeiza, la celebración popular de Bonn dedicada a conmemorar al "padre simbólico" fue un escándalo cuyos ecos perduraron por décadas.

Es que parece imposible imaginarse la música sin Beethoven. Para algunos seguirá siendo el Prometeo que les otorgó a los pobres mortales la llama de la libertad; para otros, no será más que el emblema de todo lo viejo que hay que dejar atrás. Nunca faltarán los obsecuentes dispuestos a poner su busto, su imagen o incluso su nombre en un Conservatorio, y a exigir como lectura obligatoria el Testamento de Heligenstadt, en el que Beethoven escribió la razón de su vida.

Me pregunto si hay algo más parecido a un león herbívoro que un compositor sordo. Y, claro, llevaremos en nuestros oídos la más maravillosa música, y todo eso.

Somos lo que las 32 sonatas dicen.

Beethoven vuelve.