En agosto de 1845, la ciudad de Bonn se disponía a celebrar a lo grande la memoria de su hijo dilecto, Ludwig van Beethoven. Parece que el fanatismo llegaba a límites curiosos, aunque no tanto para ojos contemporáneos que en las últimas semanas han visto a seres andróginos con barbijo practicando el moonwalking por las calles del planeta Tierra, en homenaje a ese visitante ilustre que fue Michael Jackson. Pero volviendo al Sordo -que, para los alemanes de entonces, cada día componía mejor-, parece que León Kreutzer, corresponsal de la Revue et gazette musicale de Paris para la ocasión, se escandalizó al ver en las calles de Bonn a los visitantes que llegaban de toda Europa vistiendo la "corbata Beethoven" y fumando los "habanos Beethoven". Anotó en su crónica: "Resulta triste decirlo, pero el pequeño comercio de Bonn se ha mostrado singularmente irreverente con la memoria del ilustre autor y se ha desarrollado en él un inmenso afán de lucro." Al respecto, Esteban Buch apunta, en su monumental La novena de Beethoven, que
...la mencionada profanación no deja de ser, en su modesta escala, un signo de modernidad y un anuncio de toda una industria que se hará inseparable del culto pretendidamente ascético a los grandes artistas y que, quizá sin expresarse bajo la forma del vandalismo, se rige hasta hoy por la dialéctica del "hurto" y la "reliquia".
Lo del vandalismo alude a otra crónica de la época en la que se registra la fruición con la que los visitantes europeos se dedicaban a llevarse todo tipo de recuerdos (cuerdas de piano, pedazos de mampostería) de la casa natal de Beethoven, que también en esto fue un verdadero precursor de todo lo que se supone que debe ser una figura musical en toda regla. Me acordaba de estas cosas porque hace poco hablábamos con una amiga acerca de
Efecto Beethoven. Complejidad y valor en la música de tradición popular, un más que recomendable libro de Diego Fischerman que por estos días (más exactamente, el miércoles a las 19.30 en La Boutique del Libro) presenta junto a Abel Gilbert otro gran libro, ya recomendado
en este blog, que es
Piazzolla. El mal entendido.
Y a propósito de ese libro y esa entrada: en aquella oportunidad me llamó la atención una posible comparación de cierto aspecto de la retórica piazzolliana con la figura de Perón; el líder de un movimiento que abarca demasiadas contradicciones, y cuya figura significa demasiadas cosas muy distintas para diversas personas, grupos, clases, tendencias. Todas ellas pugnan por reconocerse los verdaderos herederos, los hermeneutas autorizados, los custodios de... bueno ahí está el problema: ¿custodios de qué, verdaderamente?
Pero ahora resulta que también Beethoven fue, en eso, un precursor. Describe Buch los momentos previos a la celebración de 1845:
... en el caso de las fiestas dedicadas a Beethoven, la sombra es la de una figura múltiple que, por el hecho mismo de ser admirada por todos, saca a la luz las diferencias, incluso las divergencias, entre los admiradores. Así, al pie de su estatua, encontramos a "los buenos burgueses" de Bonn que quieren festejar a su ilustre conciudadano y fortalecer de este modo el arraigo local de la memoria común; a la "Europa musical", compositores, intérpretes y críticos, deseosos de honrar a su padre simbólico así como asegurarse un buen lugar en su descendencia; y a la alta aristocracia europea, atrapada un poco a su pesar en una nueva dinámica identitaria que ya no tiene a los suyos como protagonistas. Cada uno tiene sus motivos, cada uno tiene sus ambiciones; y esas contradicciones no dejarán de tener consecuencias en el curso de los acontecimientos.
Las primeras de esas consecuencias fueron el escándalo y las trompadas que volaron en el almuerzo final, en el que un joven Liszt luchaba por hacerse oír, à la Leonardo Favio, entre el griterío y los destrozos. Menos sangrienta que Ezeiza, la celebración popular de Bonn dedicada a conmemorar al "padre simbólico" fue un escándalo cuyos ecos perduraron por décadas.
Es que parece imposible imaginarse la música sin Beethoven. Para algunos seguirá siendo el Prometeo que les otorgó a los pobres mortales la llama de la libertad; para otros, no será más que el emblema de todo lo viejo que hay que dejar atrás. Nunca faltarán los obsecuentes dispuestos a poner su busto, su imagen o incluso su nombre en un Conservatorio, y a exigir como lectura obligatoria el Testamento de Heligenstadt, en el que Beethoven escribió la razón de su vida.
Me pregunto si hay algo más parecido a un león herbívoro que un compositor sordo. Y, claro, llevaremos en nuestros oídos la más maravillosa música, y todo eso.
Somos lo que las 32 sonatas dicen.
Beethoven vuelve.