lunes, 29 de noviembre de 2010

bad religion


Cito a Alex Ross, que cita a su vez a Dave Hickey (al final, este resultó ser un blog de citas... y ahora que lo pienso: un blog con fragmentos de Borges, Homero, Milton, etc. ... ¿sería un blog de citas a ciegos?):

La presunción de la "bondad" esencial del arte no es más que una ficción política que utilizamos para solicitar la financiación de la educación artística pública y para la producción estatal de obras de arte que amamos en tal medida que su existencia nos resulta inseparable de la textura del mundo en que vivimos. Estos son proyectos valiosos e indispensables. Ninguna sociedad con un mínimo de sensibilidad pensaría siquiera en ignorarlos. Pero la presunción de la "bondad" esencial del arte es un tropo convencional. No describe nada. La educación artística no resulta redentora para la mayoría de los estudiantes, así como tampoco la práctica artística resulta redentora para la gran mayoría de los artistas. Las "buenas" obras de arte que encontramos en nuestros museos están allí no porque sean "buenas", sino porque nos gustan. La ficción política acerca de la virtud del arte sólo quiere decir lo siguiente: la práctica y exhibición artística ha demostrado tener consecuencias públicas beneficiosas en el pasado; puede ser así también en el futuro. De modo que financiarlas es una apuesta que vale la pena. Ese es el argumento: es arte es bueno en un modo vago y general. Autoseducirse para creer en la "bondad" intrínseca del arte, sin embargo, es sencillamente mala religión, no importa cuál sea la recompensa. Y es mala religión de tinte sectario cuando profesar la propia creencia en la "bondad" del arte se convierte en condición para ser miembro de la comunidad artistica.

Amén.

1 comentario:

diego fischerman dijo...

Lo lamentable, en un blog donde la música es más o menos central, serñian las citas a sordos. Aunque, si se lo piensa, yo mismo he citado a varios. Por lo demás, la cita del caso, que no es ni aun ciego ni a un sordo, despierta todas mis simpatías. Eventualmente se relaciona con la necesidad de la nueva aristocracia de fines del S XIX y comienzos del XX –es decir la vieja burguesía de q789, ya consolidada– de difrenciarse de los "nuevos ricos" y considerar a sus gustos "clásicos", o sea más allá del tiempo, asequibles sólo por la cuna (y no por dinero) y revestidos con la coartada de la espiritualidad. Como decíamos el otro día, el malentendido es un crítico de La Nación que todavía se considera más espiritual que el resto y se siente "culto" porque disfruta con una ópera cómica de Donizetti.