viernes, 11 de julio de 2008

Vísperas

Para el programa #30 de estudio de noche tenemos preparado un menú musical variado y, lo más importante, de calidad superlativa. No voy a adelantar nada, salvo lo dicho en entradas anteriores: el tema central serán las estaciones, y habrá, además de algunas piezas musicales ineludibles tratándose de ese tema, otros hallazgos y canciones menos transitadas. Habrá también invitados, así que ya saben: en unas horas, nada más, sintonicen sus radios, computadoras, celulares o marcapasos, apuntando para este lado.

Para matizar la espera, un repaso de los temas conversados en el programa anterior. Primero y principal, pasamos el dato de la presentación, el próximo miércoles 16 a las 20 hs., de la ópera El teléfono de Gian Carlo Menotti. Es una piecita muy breve y muy divertida, que podrán disfrutar con entrada libre y gratuita en el Complejo Cultural Cine-Teatro 25 de Mayo, Av. Triunvirato 4444, Villa Urquiza. El Teatro -ya lo dijimos muchas veces, pero nunca está de más repetirlo nunca está de más repetirlo- es realmente hermoso, muy, muy cálido, e ideal para disfrutar de un espactáculo como este, y además gratuito. La ópera es cortita, así que antes habrá unas obras de Piazzolla y Ginastera, a modo de obertura, y como para ir entrando en tema...

También, en el programa pasado, nos hicimos un tiempito para compartir un poema de César Vallejo. En rigor, estuvimos hablando bastante de poesía. Por ejemplo, esuchamos a Eduardo Galeano recitando unas líneas suyas, celebrando su reciente designación como Ciudadano Ilustre del Mercosur (primera vez que se otorga una distinción así, y con total justicia, dicho sea de paso). También esuchamos esos versos inmortales de Pappo, que abren la canción "Sandwiches de miga":

No puedo evitar
Que vengan hacia mí
Los sánguches de miga.

Y, finalmente, nos hicimos un tiempito para compartir unos versos de César Vallejo, probablemente uno de los más grandes poetas en nuestra lengua. Leímos uno de sus Poemas humanos, más exactamente éste:

Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse de días;
que es lóbrego mamífero y se peina…

Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe; suena subordinado;
que el diafragma del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa…

Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona…

Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza…

Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo…

Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente…

Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito…

Le hago una seña, viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Que más da! Emocionado… Emocionado…

Y fíjense qué paradoja. Vallejo murió en París en 1938 (“en un día de lluvia / del que tengo ya el recuerdo”, como había escrito en uno de sus poemas más célebres, “Piedra negra sobre una piedra blanca”), y estos Poemas humanos se publicaron póstumamente en 1939, mientras estallaba la Segunda Guerra Mundial, y la posibilidad de lo humano parecía desintegrarse para siempre.

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