martes, 20 de enero de 2009

Las mejores mentes de mi generación

Me la imagino a Simone de Beauvoir caminando con Sartre, unos minutos antes de encontrarse con el Che. En realidad, no me la imagino a Simone, sino a él, a Sartre, caminando con Simone al lado, a punto de enfrentarse al que él mismo describiría como "el hombre más completo de su generación". Me lo imagino pensando: "Pucha, tendría que haber venido solo... ¿a quién se le ocurre ir con su novia a visitar al hombre más completo de su generación? ¡Ni siquiera es mi generación!"



Como sea, lo que quedó de ese encuentro es, como ocurre en la mayoría de estas ocasiones, una foto. Y después -y a veces, mucho después- las interpretaciones, las señales… las palabras, en definitiva. Y de a miles, como si quisieran darle la razón al aforista con ADD que acuñó aquello de "una imagen vale más que mil" de ellas. Así que ahí está Sartre mirando al Che desde abajo, contorsionando su cuerpo para que sea el hombre de acción, el portador del fuego, el que desde arriba le conceda la llama que encienda su cigarro. "Otra vez quedo como un tarado al lado de Simone, 'chadigo... Es la última vez que salgo sin el encendedor", habrá pensado Sartre. De cualquier modo, la idea de que el filósofo está en un plano inferior respecto del guerrero (y de cualquier otro grupo humano, por caso) es moneda corriente en toda la historia de civilización occidental, así que no es cuestión de echarle la culpa al encendedor. De hecho, los únicos que creen que los filósofos son superiores a los guerreros (y a cualquier otro grupo humano, por caso) son los propios filósofos, o al menos algunos filósofos, y no necesariamente los mejores. Entonces, claro: "criticar es muy fácil" dicen algunos, y me gustaría que se lo dijeran a Immanuel Kant mientras escribía la Crítica de la razón pura. O la de la razón práctica (que se ocupa de razones morales), o la del juicio (de se ocupa de razones molares).

Quiero decir: que la posición del intelectual es sumamente ingrata. Por lo pronto, es muy, muy difícil. Implica un esfuerzo enorme de abstracción, de comprensión de realidades que son extraordinariamente complejas y que, se supone, el pobre intelectual debería hacer más claras para los demás, sin traicionar aquello a lo que dedica su atención. El tema es que ese análisis será siempre, por definición, provisorio. Siempre quedarán elementos fuera del análisis, siempre será posible llevar las cosas un poco más allá del punto en el que se detiene la mirada. Ese problema, desde luego, no lo tiene el guerrero, que a cada momento, en el fragor de una batalla, debe tomar una decisión que excluye la posibilidad de su contraria. Y si falla... bueno: siempre puede aducir que se trató de una decisión tomada en el fragor de la batalla. El error forma parte del horizonte de posibilidades de la acción. Más aún, el error o la posibilidad del error es lo que hace más honrosa la victoria. Y es, también, lo que ennoblece la derrota. Arriesgó... y perdió. Es un héroe.

Pero el intelectual que se equivoca no es un héroe. Es un completo idiota, porque se supone que él no puede darse el lujo de equivocarse. A diferencia del guerrero, él sí puede avanzar en una dirección, detenerse, volver sobre sus pasos, aventurarse por la senda contraria... Pero claro: como ese recorrido no sólo no es lineal sino que ni siquiera es un recorrido en el sentido tradicional de la palabra (se dijo: no tiene punto de llegada), cuando se le piden "resultados", se encuentra en problemas. Y es que, estrictamente, el intelectual siempre se encuentra en problemas. O entre problemas, para más precisiones. La imagen del intelectual como un tipo tranquilo es una grosera equivocación. Ahí lo ven al pobre filósofo de Rembrandt, que estará sentado, pero cuyo interior se adivina más tortuoso que las escaleras que llevan... ¿hacia dónde llevan esas escaleras?

Todo esto viene a cuento porque en los últimos días se produjo una polémica epistolar en Página/12 a raíz de una columna publicada por Pino Solanas, en la que mencionaba el "silencio cómplice" de los intelectuales ante las inadmisibles condiciones de indigencia de miles de niños argentinos. Y ahí entonces está el problema, porque nota va y nota viene, en una de las últimas manifestaciones de esta polémica, Julio Raffo deplora "la escasa o nula cantidad de líneas que Carta Abierta le ha dedicado a la escandalosa concesión del yacimiento de Cerro Dragón, a la proliferación del negocio del juego y sus ribetes de corrupción, al veto a la ley que prohibía la explotación minera en los glaciares, a las prometidas ventajas del tren bala", entre muchas otras críticas lanzadas al gobierno, entre las que estaban, claro, el INDEC, el Tren Bala y el inefable Aldo Rico. Y entonces lo que decía antes: la posición del intelectual es sumamente ingrata. Hasta donde se sabe, Carta Abierta fue una movilización espontánea de un grupo de intelectuales a los que la inusitada violencia del discurso agromediático de aquellos idus de marzo (discurso que no se privó ni siquiera de comentarios abiertamente racistas y de una cobertura de la información abiertamente sesgada) les encendió la señal de alarma. Curioso: en ningún momento se mencionó a Carta Abierta como un ejemplo de "autoconvocatoria", eufemismo que se empleó con mucha más libertad a la hora de caracterizar a las agrupaciones de propietarios que, casualmente, son representados por las cámaras rurales que entraron en conflicto con el gobierno. (O sea: los hinchas de futbol que van a ver a su equipo cada domingo, ¿son o no son autoconvocados? ¿Dónde trazar esa delgada línea que separa a las voluntades libres de las víctimas del clientelismo? Y peor aún: ¿quién las traza? ¿Joaquín Morales Solá? A propósito de Morales Solá, tengo todavía grabada la voz de David Viñas en la Biblioteca Nacional diciendo: "Morales Solá: usted no puede llamar a su programa Desde el llano, porque usted no habla desde el llano, usted habla desde el multimedios más poderoso de la Argentina. Déjese de joder.")

Y ahí está entonces el problema: uno intenta exponer en qué medida los vericuetos de la realidad nacional esconden intereses solapados que ni siquiera son rozados por el discurso dominante acerca de determinados problemas, y si ese análisis alcanza para inclinar un ápice la balanza a favor del gobierno, ¡zas!, te tiran por la cabeza dos o tres palabras: Rico, Tren Bala, INDEC. Y listo, se supone que eso anula un razonamiento más o menos complejo. O sea: el abordaje de un determinado problema, a menos que resulte en un anuncio del inminente Apocalipsis, convierte al autor en un cómplice del gobierno (o peor, uno de sus mercenarios) que calla todo lo que queda por afuera del tema del que se está hablando. Es una especie de donjuanismo argumentativo: así como el personaje de Mozart aseguraba que comprometerse con una sola mujer era serle infiel a todas las demás, aquí parecería que a los intelectuales se les exige disponer de un Aleph en las escaleras de su casa que les permita hablar de todos los temas al mismo tiempo, desde todas las perspectivas, so pena de que su visión sesgada los convierta en funcionales a los espurios intereses del gobierno, que como todo el mundo sabe, son el horizonte incuestionable de absolutamente todo lo que acontece en el país. Piove, governo ladro; non piove, governo ladro. Así ni se puede ni empezar a discutir.

Pero volviendo a Sartre y el Che: el que la tenía clara, parece, era Allen Ginsberg, que con su pinta de zaparrastroso se tomó un avión a Cuba sin que le temblara el pulso. Y tratándose de un norteamericano homosexual, combinación terrible en la isla por esos años, eso era una señal de valentía o de locura lisa y llana. Probablemente esto último, porque cuando los oficiales le preguntaron para qué había viajado a Cuba, respondió muy suelto de cuerpo: "Vine a chingarme al comandante Guevara." De más está decir que lo mandaron de vuelta a los Estados Unidos ipso facto, dando aullidos, "famélico, histérico, desnudo". Y a juzgar por este video, Ginsberg no se andaba con chiquitas (chiquitos, en su caso) a la hora de las conquistas amorosas...

Y ahora que lo pienso, creo que la anécdota de Ginsberg y Guevara ya la conté en el blog, señal de una precoz senilidad para una página que todavía no cumplió ni un año. Para la próxima entrada prometo más música, más libros y menos discusiones bizantinas. Pero es que en este receso de verano de estudio de noche (agenden: volvemos el miércoles 4 de febrero a las 22, por el mismo baticanal) estoy aprovechando para hacer un poco de catarsis. Por lo pronto, ahí les dejo un capricho. Más exactamente, el último capricho de Paganini en las manos mágicas y misteriosas de Hilary Hahn, de quien hablaremos más, mucho más en el futuro inmediato.

Y como posdata, a modo de F. Méride: vaya esta genial viñeta de Rudy&Paz que salió en Página/12 como saludo al compañero Obama que hoy asumió la presidencia de EE.UU. .

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