viernes, 6 de mayo de 2016

volver al futuro



Durante la charla que ofreció en el Salón Dorado del Teatro Colón el martes pasado, Brian Ferneyhough comparó la música con una máquina del tiempo: no sólo por la relación que toda obra mantiene con la temporalidad (la obra es, ella misma, tiempo, Schopenhauer dixit), sino también por el hecho de que una obra, siempre escuchada en tiempo presente, nos llega desde un pasado que está, a su vez, cargado de sus propios recuerdos. "Escribí mi tercer cuarteto en 1986, y esos treinta años que nos separan de él son hoy parte de la obra", dijo (o algo así, estoy citando de memoria). Pero hay más: en la medida en que las obras utilizan procedimientos que cargan en sí varios siglos de historia, cada obra se dispara en múltiples direcciones: un simple canon es ya, por el sólo hecho de ser un canon, un viaje al pasado. Toda tradición sería, así, una máquina del tiempo.

Pocas oportunidades mejores que la de la presentación del Cuarteto Arditti y la soprano Claron McFadden en el Teatro Colón para comprobar la teoría de Ferneyhough: en primer lugar se escucharon los cuartetos Tercero y Cuarto del compositor británico, mientras que la segunda parte estuvo dedicada al Segundo cuarteto de Arnold Schönberg. La relación entre la obra de Schönberg y el Cuarto cuarteto de Ferneyhough es explícita: una está construida sobre el modelo de la otra. La incorporación de la voz humana en ambas obras (versos de Pound reelaborados por Jackson Mac Low en un caso, dos poemas de Stefan George en el otro) es la característica común más evidente, pero el propio Ferneyhough aludió durante su conferencia a la enorme deuda que su obra mantiene con la de Schönberg.

En el notable El caso Schönberg. Nacimiento de la vanguardia musical, Esteban Buch reconstruye el estreno del Segundo cuarteto de Schönberg, un concierto realizado el 21 de diciembre de 1908 en la sala Bösendorfer de Viena y que terminó en escándalo (preanuncio del Skadalkonzert de 1913). El programa estaba integrado, además, por la Rapsodia para cuarteto con piano, op. 37 de Paul Juon y por el Cuarteto "de las arpas", op. 74 de Beethoven. Los organizadores del concierto incluyeron entre las notas del programa una reproducción de la crítica con la que había sido recibido, en 1811, el estreno de la obra de Beethoven: "inútil revoltijo de desapacibles resonancias", "escasa coherencia melódica", "oscura confusión", todo lo cual anunciaba, para la audiencia del siglo XIX, nada menos que la muerte de la música. Como apunta Buch: "En la Viena de 1908, el recordatorio del artículo de 1811 tenía una significación evidente: descalificar de antemano las críticas hostiles que el op. 10 [de Schönberg] no dejaría de provocar".

La máquina del tiempo, entonces: en el concierto del Cuarteto Arditti en el Colón el martes pasado, la pieza de Schönberg ocupaba el lugar que, hace casi un siglo, ocupaba el lugar de Beethoven cuando la obra "nueva" era la de Schönberg. Nosotros escuchamos la obra nueva y escuchamos luego esa otra con la que, a un siglo de distancia, la primera dialoga. "Siento aire de otros planetas" cantaba Claron McFadden en el final del Segundo cuarteto de Schönberg, y eso era exactamente lo que estaba ocurriendo. Como el resplandor de las estrellas distantes (también máquinas del tiempo, a su manera), el aire que llenaba la sala del Teatro Colón había sido puesto en movimiento a casi un siglo de distancia.