miércoles, 29 de abril de 2009

otra de piratas


Hace poco, en un artículo publicado en la revista Ñ, mencioné al pasar ciertas falacias que subyacen a las permanentes quejas de las discográficas respecto del avance de la piratería (sí: ya sé que esto de autocitarse es una práctica vil y decadente, pero como dice Feinmann, "si ya lo escribí en otro lado, para qué lo voy a volver a escribir: léanlo de ahí y chau"). Se podrían mencionar muchas más razones para no prestarles atención a los berridos de las pobres multinacionales que lloran la carta, pero ahora me interesa fundamentalmente una.

Hablando de berridos, involucra a Bob Dylan, que como todo el mundo sabe, es una figura recurrente en este blog. Y es que hace rato que se venía anunciando la salida de un nuevo disco de estudio, ya no de rarezas, lados B y otras yerbas de esas que siempre se encuentran en los archivos de artistas como Dylan, sino de material nuevo, recién salido del horno. Así es que en todos lados podía leerse eso de "el próximo 28 de abril, lanzamiento mundial de Together through life". Así salió en todos los diarios del mundo, incluídos, desde luego, los argentinos.

Más aún, como viajero frecuente de las páginas dylanitas, oficiales y extraoficiales, ya me había agenciado un par de adelantos del nuevo disco, y ya había visto cómo mi casilla de correo se llenaba de mensajes que, día a día, anunciaban que faltaba un día menos para el lanzamiento del disco.

Hasta que llegó el 28.

Finalmente, después de tanta espera.

Y me recorrí todas las disquerías de la zona céntrica de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Y el disco, por supuesto no estaba.

(Y no, no estoy copiando el estilo de Tenenbaum. O tal vez sí, pero sin querer.)

En breve: que no me quedó más remedio, para calmar la ansiedad generada por meses y meses de publicidad y anticipación constante (más un genuino interés en la obra de Dylan, claro está, del que jamás osaría culpar a Columbia/Sony), que llegar a casa y agenciarme una copia pirata. Y el disco está buenísimo. Pero ya hablaré más en detalle cuando tenga la cajita original en mis manos y pueda escucharlo en un buen equipo de sonido.

Mientras tanto, que conste que ayer me desperté dispuesto a comprar un disco.

Así que después no jodan.

sábado, 25 de abril de 2009

realismo II


Breve, muy breve post; sólo para señalar que descubrí por qué resulta posible hablar de "realismo en la literatura". La respuesta, como no podía ser de otro modo, debía buscarse en el Gran Diario Argentino, que sigue firme en su propósito de desplazar a la revista Barcelona en inventiva de titulares.

Leo hoy en la edición digital de Clarín:

Advertencia empresaria sobre el avance del Estado en el sector privado.

Que sería algo así como un titular que dijera:

Preocupación de los delincuentes por el avance de la Justicia.

Así que es fácil advertir por qué el realismo puede ser un atributo de la literatura. No hay dudas de que no constituye, en absoluto, un atributo de la realidad.

Mientras, yo sigo de vacaciones.

lunes, 20 de abril de 2009

sobre el realismo en la literatura


Pensar que se habla de "ópera verista", como si alguien pudiera tomarse en serio el "realismo" de situaciones en las que la gente canta en vez de hablarse. Y no sólo eso, sino que incluso, por momentos, los personajes de las óperas anuncian que van cantar, lo cual hace todo un poco más confuso: si ahora se disponen a cantar, ¿qué estaban haciendo antes? Para mí, esos son los verdaderos momentos mágicos de las óperas y, paradójicamente, los más realistas: la historia exige que un personaje cante, y nosotros lo vemos cantar. Ni más ni menos.

Y digo todo esto porque no veo por qué la aparente artificialidad de la ópera no podría igualmente extenderse a la literatura. Es decir, cómo podríamos tomarnos en serio la pretensión de un relato de ser "realista". No hace falta ser Hume para imaginar que hay en la concatenación de sucesos y en su ilación en una trama más o menos organizada un verdadero acto de creación y no, en rigor, un mero testimonio de algo que pueda decirse que exista "ahí afuera". En todo caso, la literatura es la negación misma de ese "afuera"; es, en rigor, el intento por suplantarlo por su doble. La literatura como el Gemelo Malvado de ese niño balbuceante y un poco torpe al que llamamos "realidad".

Así las cosas, la semana pasada estaba en el patio de comidas del Abasto, probando una especie de fast food árabe con hummus, falafel y todas esas exquisiteces que, preparadas en serie, pierden gran parte de su encanto; y café por medio, releía el primer capítulo de El juguete rabioso, adecuadamente titulado "Los ladrones" (y otra vez pensé en una ópera que sólo había escuchado una vez, hace tiempo, en la que los prófugos, ocultos, cantan... sin que nadie los escuche y los descubra). Decía, entonces, que leía a Arlt:

Bajamos en puntillas sonriendo. Lucio llevaba el paquete de las lámparas, Enrique y yo dos pesados bultos de libros. No sé por qué, en la oscuridad de la escalera pensé en el resplandor del sol, y reí despacio.
-¿De qué te reís? -preguntó malhumorado Enrique.
-No sé.
-¿No encontraremos ningún "cana"?
-No, de aquí a casa no hay.
-Ya lo dijiste antes.
-¡Además con esta lluvia!
-¡Caramba!
-¿Qué hay, che Enrique?
-Me olvidé de cerrar la puerta de la biblioteca. Dame la linterna.
Se la entregué y a grandes pasos Irzubeta desapareció.
Aguardándolo, nos sentamos sobre el mármol de un escalón.
Temblaba de frío en la oscuridad. El agua se estrellaba rabiosamente contra los mosaicos del patio.

En el preciso momento en que leía ese pasaje, sentí a mi lado la sombra del guardia de seguridad del Abasto, que hace su ronda entre las mesas del patio de comidas. Institivamente, bajé el libro, para evitar que el robo de los tres muchachos quedara al descubierto, su plan burdamente expuesto al lado de un plato con restos de falafel. La sensación de peligro duró apenas un segundo, y fue rápidamente reemplazada por una sonrisa autocondescendiente (quiero decir, que me sentí un pelotudo).

Supongo que algo así debe ser el realismo en la literatura.

martes, 7 de abril de 2009

El Dr. Jookiba contra Pepe Morsa



Estaba por sentarme a escribir de otra cosa, pero por esas desgracias que suele traer aparejado el zapping, me topé con el Michael Moore argentino, ex-empresario de la prensa gráfica recientemente aterrizado en la competitiva televisión por cable -como el inefable Dr. Marianitus, cuyos pasos parece estar dispuesto a seguir, bien que en clave desfachatada, alejada de los latinismos- lanzando ironías contra la prosa de Horacio González.

Parece que a Horacio González "no se le entiende un carajo", lo cual, aparentemente, es un defecto del Director de la Biblioteca Nacional, y no un problema de algunos personajes que, demasiado acostumbrados al reducido vocabulario del teatro de revistas, no pueden asimilar oraciones con proposiciones subordinadas y alguna que otra cita velada que -justo es reconocerlo- exige tener algún conocimiento, por mínimo que fuere, de ciertos textos fundamentales de la literatura argentina.

Ahora bien, no se trata de hacer una defensa de Horacio González, y menos en un blog, que como todo el mundo sabe, es el escalón más bajo de la cadena comunicacional, apenas por encima de la señal de humo. Pero sí me parece necesario hacer la siguiente salvedad. Cuando González escribe lo que escribe, ¿quién es su interlocutor? Es decir, ¿para quién está escribiendo? ¿No será que la circulación de esos textos exige un público medianamente al tanto de los supuestos básicos que permiten comprender el texto en cuestión? Digo esto porque la crítica cae entonces en saco roto: nada tiene que hacer ahí la inteligencia, un concepto que con cierta irresponsabilidad deslizó Lanata (¿se entendió que en el primer párrafo estaba hablando de Lanata?). Sin ir más lejos, si alguno de nosotros escuchara un tema hip-hopero de Fuerte Apache, no entendería nada. No porque los compositores del tema sean más o menos inteligentes que uno, sino por el sencillo hecho de que son otros los marcos conceptuales en los que cada uno de esos discursos -por caso, un libro de González, una canción de Fuerte Apache- circula.

Pero claro, estos tardíos descubridores de las virtudes republicanas creen, como cierto candidato presidencial del radicalismo con afiliación peronista (¡mientras el partido centenario expulsaba al Cleto!), que la forma de comunicarse con el pueblo es publicando una solicitada en Clarín y La Nazión. Pero hete aquí que los diarios, incluso los de circulación masiva, no tienen la llegada universal que sus editores y su comunidad de lectores creen que tienen. O sea: hay mucha, pero mucha gente que no lee los diarios. En todo caso, parece bastante claro que cuando se publica algo en un diario, se supone que deben entenderlo... los que leen el diario; no aquellos que no lo hacen. ¿Hace falta decirlo otra vez? Yo no entendería un pomo de un paper de química inorgánica, pero en teoría, el universo está organizado de modo tal que ese paper y yo nunca nos crucemos, y que todo aquel en cuyo camino se cruce ese paper esté en condiciones de entenderlo.

O sea: González escribe mucho mejor que la mayoría de los intelectuales que conozco, y es clarísimo (y riquísimo) cuando escribe. Me animo a sugerir que, si alguien lo superaba en capacidad de análisis y claridad de exposición era el recordado Nicolás Casullo, a quien le hemos dedicado en este blog más de una entrada. Así que, Lanata, si no lo entendés a González, el problema es más tuyo que del querido Pepe Morsa.

Y a otra cosa.

Porque, ya lo dije, yo quería hablar de otra cosa. Por eso mencioné a la banda Fuerte Apache, teloneros de los mexicanos Molotov. De eso quería hablar. De Molotov y de ciertas características de los conciertos de música contemporánea. (¿"Gimme the power" y Gerard Grisey en el mismo post? Bueno, venimos de Andrés Caicedo y Richard Wagner, así que...)
Pero bueno, lo dejo para la próxima entrada, porque esta ya quedó bastante extensa. No vaya a ser que la lea el Dr. Jookiba y no entienda nada.