domingo, 27 de diciembre de 2009

cronos



No sé si era el alba
O la tarde
Acaso medianoche
No lo sé.

N. Hikmet


La semana que viene, cuando llame a mi familia para los saludos de año nuevo, la distancia que separa Italia de la Argentina se manifestará no sólo en el espacio, sino también en el tiempo: estaré llamando desde el 2010 a esos pobres argentinos que todavía continúan atrapados en el 2009. Así nunca vamos a progresar, qué barbaridad, sunescán dalúna búso.

Y, de acuerdo, esa diferencia es apenas un capricho del calendario, una convención prácticamente inofensiva. Pero hay otra diferencia notable entre las fiestas del hemisferio norte y aquellas a las que estamos acostumbrados en el sur, y es que apenas se termina de brindar por la llegada del año nuevo, la llegada de los Reyes Magos y todas esas cosas, el norte inicia una vez más la rutina laboral, como si nada hubiera pasado. Y entonces, el año verdaderamente empieza antes: los chicos a la escuela, los grandes a la oficina o a retirar el cheque del seguro de desempleo. Y todo mientras en el sur empiezan las vacaciones. O siguen, porque ya empezaron, a decir verdad, con los preparativos de la cena navideña.

Así que mientras un hemisferio se la pasa panza arriba bajo el sol, el otro ya está trabajando. Y si alguno dice que la cosa se equilibra en el verano boreal es porque se olvidó del mundial de futbol, que siempre tiene lugar durante las vacaciones del norte y que en el sur obliga a unas vacaciones forzadas, a mirar los partidos a la hora que sea, en la oficina, en la escuela o en el iglesia, de rodillas, pidiendo la intervención de la mano de Dios.

Y yo siempre pensé que “La mano de Dios” era un nombre ideal para una sinfonía, un cuarteto de cuerdas o una composición por el estilo. Me pregunto si el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se decidirá a organizar un concurso para que los compositores argentinos escriban una obra así. El premio, desde ya, consistiría en el estreno de la pieza en el Teatro Colón el próximo mes de junio, durante cada una de las transmisiones en pantalla gigante de los partidos de la Selección. Todavía están a tiempo.

Hasta el año que viene.

jueves, 17 de diciembre de 2009

bajo el volcán


Por unos días, el blog permanecerá inactivo. Espero que otro tanto ocurra con el Etna, porque voy a estar presenciando una producción de I pagliacci al pie del volcán...

miércoles, 16 de diciembre de 2009

ficciones

La entrada anterior podría entrar en la categoría de la ciencia ficción. Hay ciertas marcas en el relato que justificarían la inclusión en el género fantástico. La presencia de lo sobrenatural y ciertos rasgos utópicos se advierten, por ejemplo, en el hecho de que Antonio y sus amigos asisten a una función del Teatro Colón y en que Abel Posse no es el Ministro de Educación de la Ciudad de Buenos Aires.
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Lo dicho, entonces: la entrada anterior podría entrar en la categoría de la ciencia ficción.
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La realidad, por otra parte, parece escrita por George A. Romero.

viernes, 11 de diciembre de 2009

lázaro


Cuando vimos aparecer a Antonio en la cocina, un par de meses después de su muerte, ninguno se atrevió a preguntarle nada. No puedo hablar por los demás, pero en mi caso supongo que fue por temor a asustarlo. Se lo veía tan plácido preparando el café, como todas las mañanas, que mencionar la palabra “muerto” habría podido considerarse un gesto de pésimo gusto.

Nadie reparó en su momento –acaso porque esa mañana había cosas más sorprendentes en nuestra casa– en que todos habíamos despertado simultáneamente. Incluso Pablo, que trabajaba hasta la madrugada y siempre dormía hasta pasado el mediodía, había sido prácticamente expulsado de su cama por el olor del café y el ruido, demasiado familiar –¡demasiado triste!– que llegaba desde la cocina.

Unas semanas más tarde, hablando del tema con los muchachos en nuestra mesa habitual del Café Palmieri, alguno –Santiago, creo– mencionó el tema: esa mañana en que Antonio apareció en la cocina, todos lo habíamos reconocido antes de verlo. La secuencia era para todos la misma: el olor del café, el sonido de una chispa encendiendo el fuego, la melodía de la Tercera sinfonía de Mahler que indudablemente provenía de los labios de Antonio, obstinado en silbar una tercera mayor donde uno esperaba una menor. Cuando salimos de nuestras respectivas habitaciones y llegamos a la cocina, todas esas señales, de alguna manera, nos habían preparado para el espectáculo de Antonio, de pie ante la mesa, preparando el desayuno.

Intercambiamos miradas rápidas, como confirmando que todos estábamos viendo lo mismo y que, si se trataba de una ilusión, al menos era una ilusión compartida. Nadie dijo nada, sin embargo. Nada en la actitud de Antonio, en sus gestos, parecía indicar algo extraordinario, o siquiera la sospecha de algo extraordinario. Tomás fue el primero en acercarse. Lo tocó en el costado izquierdo, a la altura de las costillas.

-Salí, che, que es temprano y me hacés cosquillas.

La carcajada general alivió un poco la tensión que se había acumulado en esos pocos minutos. Supongo que fue mientras reímos que tomamos verdadera conciencia de la resurrección de Antonio. Alguien mencionó alguna vez –lo leí en alguna parte– los inconvenientes legales de un caso como el suyo: qué hacer, cuando un hombre vuelve de la muerte, con todas esas cosas que alguna vez le pertenecieron y que ahora están repartidas en tantas manos, a cargo de nuevos dueños. Pero, como habríamos de aprender en los días sucesivos, la resurrección de un hombre es un proceso complejo, o al menos ese fue el caso en lo que respecta a Antonio. Quiero decir, que regresó con todas sus posesiones. Hasta su cuenta bancaria, que en su momento descubrimos mejor provista de lo que imaginábamos y que había sido motivo de disputa entre sus hermanas, había regresado al estado previo a su muerte: una mañana, cuando anunció que se disponía a retirar fondos del banco, algunos de nosotros insistimos en acompañarlo, en caso de que se presentara algún inconveniente y necesitara ayuda. Eventualmente, si fuese necesario, podríamos dar fe de su identidad.

Antonio se sorprendió ante nuestra insistencia en acompañarlo a una excursión tan poco excitante como la cola ante la puerta de un banco, pero finalmente aceptó. La sensación al ver la tarjeta de Antonio aceptada por el cajero automático, al ver los billetes materializándose ante nuestros ojos, era la de estar presenciando un milagro, si bien la presencia de Antonio en un cajero automático de la calle Talcahuano tres años después de su muerte había resignificado completamente, para nosotros, la palabra “milagro”. De las hermanas de Antonio, en cualquier caso, no supimos nada. Ignoro si habrán recibido alguna notificación del banco informándoles que se les debitaría el importe de la herencia debido a una resurrección inesperada de su hermano.

Nuestra vida, al menos por unas semanas, recuperó parte de la alegría que había perdido. Volvimos a jugar al fútbol, y aprendimos que la resurrección no implica ningún tipo de poder extraordinario: Antonio seguía siendo el jugador mediocre de los viejos tiempos. Aún así, todos lo queríamos tener en nuestro equipo; el fútbol es un deporte supersticioso por naturaleza. También volvieron las noches de truco en el Café Palmieri y los viernes en el cine de Corrientes y Uruguay. Un día, para celebrar –pero sin animarnos a expresar en voz alta qué era lo que estábamos celebrando–, decidimos comprar las seis localidades de un palco en el Teatro Colón.

Se anunciaba una función extraordinaria de la Orquesta Filarmónica de Praga. Tercera sinfonía de Mahler, con un coro formado ad hoc por alguna asociación argentina y una mezzosoprano búlgara de nombre complicadísimo. Alguno –supongo que Lucas– le pidió a Antonio que prestara atención durante la sinfonía, para ver si finalmente aprendía a silbar aquel maldito intervalo. Durante la función –una interpretación extraordinaria, a cargo de un director muy joven, discípulo de Karel Ancerl, según explicaba el programa– me ubiqué en la butaca más alejada del escenario. No podía ver bien a la orquesta, pero podía ver a Antonio, sentado en la primera butaca del palco, iluminado por las luces que salían del escenario. No me preocupé por la orquesta y me dediqué a estudiar sus expresiones durante la función, sus movimientos recortados sobre el resplandor casi sobrenatural que cobran los cuerpos del público durante las funciones de cine o de teatro.

No sé si esperaba ver algún tipo de gesto, alguna huella de su experiencia con la muerte. Si la hubo, me pasó completamente desapercibida. Pudo haber llorado en el comienzo del último movimiento, pero no podría asegurarlo. Para entonces, los cinco estábamos todavía perturbados por un acceso de tos de Antonio, justo antes del comienzo de la segunda parte.

Antonio no parecía registrar nada de extraordinario pero, para nosotros, la tos había encendido una señal de alarma. Era un sonido que cargaba, a su modo, con una densidad oscura. Antonio giró hacia nosotros y, en voz baja, guiñando un ojo, nos silbó el comienzo de la sinfonía: modo menor. Hubo algunas risas contenidas, Tomás palmeó a Antonio en la espalda y alguien chistó en el palco de al lado. Después comenzó la segunda parte, pero había algo ominoso en el aire, como si los ecos del solo de trombón del primer movimiento todavía continuaran agazapados en los pliegues de la acústica perfecta de la sala.

Cuando, durante la cena, Antonio volvió a toser –esta vez con mayor intensidad–, cada una de nuestras miradas reconoció, en la de los otros, la certeza que ninguno se atrevía a expresar en voz alta. El camino hacia el café lo hicimos en silencio.

Antonio colapsó en el Café Palmieri, otra vez durante su segundo vaso de whisky. Mateo y yo lo acompañamos en la ambulancia. Mateo le sostenía la mano y sacudía la cabeza.

-No puedo pasar otra vez por esto, repetía.

Tiene razón, pensé. Las resurrecciones son una cagada.

domingo, 6 de diciembre de 2009

benjamin en italia


Mercedes dice que Agamben nunca pudo sustraerse a la atracción gravitacional que la obra de Walter Benjamin ejerció sobre su pensamiento. Bueno, no lo dijo así, pero así lo traduje en mi cabeza y así lo recordé cuando encontré arriba de la mesa un librito con el sugestivo título de Ombre corte y que no es otra cosa que el volumen 5 de la edición italiana de la obra completa de Benjamin que Agamben editó en Einaudi en los ’90. Agambenjamin.

Ombre corte reúne los escritos de los años 1928-1929 y, entre otras virtudes, posee la de empezar con una frase extraordinaria, de esas que tranquilamente podrían figurar en las antologías de grandes comienzos que de un tiempo a esta parte vienen auspiciando las revistas literarias:

Hay un sueño que tuve hace tres o cuatro días y que desde entonces no me abandona.

Pensé en los sueños de Adorno y en cómo sería la edición de una antología onírica de la Escuela de Frankfurt. Ignoro si existe un registro de los sueños de Horkheimer, pero le voy a preguntar a Pablo Gianera... En cualquier caso, Ombre corte está compuesto, en su mayoría, por artículos publicados por Benjamin en diarios y revistas. Pero incluye, además, un apéndice con apuntes y fragmentos encontrados en cuadernos. Y no es que tenga especial predilección por los cuadernos de apuntes o crea que en un escolio marginal se puede encontrar la clave para descifrar una obra, pero en todo caso hay, entre esos fragmentos, algunos que, por mínima que pueda ser, arrojan una luz sobre el autor y, a veces, sobre toda una época. Sobre todo si el autor es Walter Benjamin.

Por ejemplo:

Todo está pensado [Gedacht ist alles]. Es importante mantenerse cerca de estos pequeños pensamientos, tan numerosos. Pernoctar en un pensamiento. Si pasé una noche en el interior de un pensamiento, sé algo de él que ni siquiera su constructor había imaginado.

O este otro, escrito en la Piazza del Duomo de Siena el 28 de julio de 1929:

El rito enseña: la Iglesia no fue edificada gracias a la superación del amor entre el hombre y la mujer, sino del amor homosexual. El hecho de que el sacerdote no lleve a su cama a los niños del coro – he ahí el milagro de la misa.

Otro italiano que tampoco pudo sustraerse a la fascinación de Benjamin es Alessandro Baricco, que hace poco lo describió con palabras de admiración y asombro:

[Benjamin] era el genio absoluto de un arte muy particular que alguna vez se llamó profecía, y que ahora sería más apropiado definir como el arte de descifrar las mutaciones un segundo antes de que ocurran.

Lo hizo, muy apropiadamente, en las páginas de un diario.

martes, 1 de diciembre de 2009

el crítico y el profeta


Giorgio Agamben pasó por Lecce y, entre otras cosas, aprovechó para presentar su último libro, Nudità, que incluye una serie de artículos sobre temas sólo aparentemente dispersos. Digo "sólo aparentemente" porque, si bien los diez ensayos incluídos en el volumen tienen diversas motivaciones inmediatas -la lección inaugural de un curso de Filosofía, una performance de la artista Vanessa Beecroft en la Nationalgalerie de Berlín, la muerte y transfiguración de la ciudad de Venecia, Kafka-, en realidad todas ellas se unen en lo que en los últimos años parece haber ocupado principalmente la atención del filósofo italiano: el estudio de las fuentes del pensamiento teológico de la Antigüedad Tardía y el Medioevo para descubrir allí el origen de las herramientas conceptuales con las que la Modernidad piensa la política: un proceso de secularización que fue señalado muchas veces, pero que pocas fue tan pormenorizadamente analizado como en la obra más reciente de Agamben.
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Pero a mí me llamó la atención otra cosa: en el primero de los ensayos de Nudità, "Creazione e salvezza", la secularización del pensamiento teológico se extiende hacia el terreno del arte. Lo que en esas páginas iniciales se describe es el modo en el que las tres religiones monoteístas -Cristianismo, Judaísmo e Islam, cada una a su modo- elaboraron un discurso teológico que identifica dos instancias diversas pero complementarias de la acción divina: el momento de la creación y el momento de la salvación. Así, el poder creador que la divinidad consuma por medio de la "burocracia" angélica encuentra su necesario complemento en la obra de la redención, cuya figura eminente es el profeta. La secularización del esquema teológico, para Agamben, ofrece el siguiente resultado:
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En la cultura de la edad moderna, filosofía y crítica han heredado la obra profética de la salvación (que ya en la esfera sagrada era confiada a la exégesis); poesía, técnica y arte, la obra angélica de la creación. En el proceso de secularización de la tradición religiosa, sin embargo, ellas han progresivamente obliterado toda memoria de la relación que las ligaba tan íntimamente. De aquí el carácter complicado y casi esquizofrénico que parece signar su relación. (...) El hecho es que las dos obras, en apariencia autónomas y separadas, son en realidad las dos caras de un mismo poder divino y, al menos en el profeta, coinciden en un único ser. La obra de la creación es, en verdad, sólo una chispa que se desprendió de la obra profética de la salvación, y la obra de la salvación es apenas un fragmento de la creación angélica que devino consciente de sí.
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En el plano estrictamente estético, la conclusión sería:
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Una obra crítica o filosófica que no mantiene de algún modo una relación esencial con la creación esá condenada a girar en el vacío; así como una obra de arte o poesía que no contiene en sí una exigencia crítica está destinada al olvido.
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Personalmente, "creación que deviene consciente de sí" me parece una definición extraordinaria para la crítica -y para la crítica musical, especialmente. Me parece, sobre todo, un punto de partida sumamente fértil para continuar desovillando el problema. Mercedes, traductora de los últimos textos de Agamben que en la Argentina publicó Adriana Hidalgo, me cuenta que a estas cuestiones está dedicado el libro El hombre sin contenido, que prometo leer a mi regreso a Buenos Aires (y que si alguno leyó, puede comentar aquí). Y, ya que estamos, también prometo releer el Fedro platónico -aunque ese, creo, hay que releerlo al menos una vez al año-: ahí está la invitación de Sócrates a "defender los discursos", un gesto que parece prefigurar ese doble movimiento de creación y redención que del Antiguo Testamento pasaría al Nuevo y al Islam. A propósito, Alessandra, consejera de mi tesis de doctorado en Italia, me recomienda leer el tratado IX de la Metafísica de Avicena, uno de esos libros poco leídos pero fundamentales para la configuración del mundo tal como lo conocemos. En esas páginas, Avicena analiza la figura del profeta, una caracterización que la Escolástica reinterpretará en clave filosófica y que, mediante ese proceso de secularización apuntado arriba, acabaría convirtiéndose en la definición del crítico y, al mismo tiempo, del poeta.
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Y de ahí el diagnóstico de esquizofrenia.

lunes, 23 de noviembre de 2009

debe ser navidad


Un fantasma recorre Europa, como cada vez que se acerca eso que en Argentina llamamos “las fiestas”. En las plazas alemanas ya empezaron a armarse los mercados navideños, los coros ingleses ya están ensayando El Mesías de Haendel y en Italia aprovechan para reciclar las guirnaldas rojas, blancas y verdes de los festejos del mundial 2006 y pedirle a Babbo Natale que lo convenza a Marcello Lippi para que convoque a Cassano a la Nazionale. Este año fueron buenos chicos, se portaron bien y apenas arreglaron uno o dos partidos, nada grave.

El que fue un chico muy, muy malo fue ese otro ícono de vientre profuso, Diego Armando Maradona, que, al igual que aquel gordo simpático que vive en el Polo Norte, también tiene una listita con los nombres de los niños que se portaron bien y otra con los nombres de los niños que se portaron mal. Y a los que se portaron mal, ya se sabe qué les toca. Lo curioso del asunto es que al Diegote Noel lo castigó un señor con nombre de reno (Prancer, Dancer, Blatter...), que al parecer, también tiene su propia listita, según la cual al niño Thierry Henry se le perdona su juego de manos, y los partidos arreglados de las últimas ediciones de la Champions League (el más reciente escandalete de la UEFA) no alteran en nada el buen nombre de los clubes que se alzaron con el trofeo. Eso sí: nada de groserías en la mesa. No hablen con la boca llena y todas esas cosas.

Mientras, en el norte de Italia, la gente de la Lega Nord ya está preparando su Navidad Blanca: la ciudad de Coccaglio se propuso deportar a todos los inmigrantes ilegales antes del 24 de diciembre. Es la misma gente que propone reemplazar el actual himno italiano por el “Va’ pensiero” de Verdi, ese que alguna vez se cantó como símbolo de la unidad de la península y que ahora, poco a poco, se está convirtiendo en sinónimo de intolerancia. Ocurre que aquí, en Italia, el gobierno central deja en manos de las administraciones regionales la política inmigratoria. Y entonces, si la gente de Coccaglio decide entender la expresión “Natale Bianco” en su sentido más brutalmente literal, al parecer nadie puede impedirlo. Dicen que Micky Vainilla va a venir a pasar la Navidad en Italia, atraído por los afiches que rezan “Va a estar bueno Coccaglio”.

Por suerte, como comentó alguien en la web, también hay noticias que nos reconcilian con el espíritu navideño, y ahí está, como prueba irrefutable, “Must be Santa”: el más reciente y delirante video de Bob Dylan, que parece filmado por Woody Allen después de juntar a toda (sí, toda) su familia para un brindis de fin de año. Y a propósito: hay muchos, pero muchos comentarios en los blogs quejándose del hecho de que un judío grabe un disco de canciones navideñas... y no sólo en sitios web del norte de Italia. Una cosa es segura: Mel Gibson no va a dirigir el próximo video de Christmas in the Heart.

A mí el video de “Must be Santa” me pareció increíblemente gracioso. Imposible no soltar un Ho Ho Ho después de ver esa peluca estilo Tom Petty que usa Dylan, o después de escuchar el verso en el que se recitan los nombres de los renos: “Prancer, Dancer, Dasher, Vixen / Reagan, Carter, Bush & Nixon”. O ese cruce de miradas justo antes de la placa “The End”. Y no leí la edición en español de las Crónicas, vol. 1 de Dylan –recientemente editadas en versión de bolsillo–, pero, a juzgar por la edición norteamericana, podría ser un ítem ideal para incluir en la lista de regalos de este año. Yo voy a pedir que, en el transcurso del año próximo, salga el vol. 2.

Y estamos de acuerdo: puede ser que Dylan no gane el Nobel de Literatura. Pero al menos podemos regocijarnos con el hecho de que Obama haya obtenido el Nobel de la Paz y, para celebrar, haya decidido enviarles a todos esos chicos norteamericanos que se portaron tan bien en Afganistán otros 34.000 amiguitos para que jueguen con ellos esta Navidad.

Ho Ho Ho.

jueves, 19 de noviembre de 2009

el contra


A veces, uno puede lanzar una despiadada crítica disfrazada de supuesto elogio. A la inversa, no faltan quienes, en determinadas críticas, son capaces de leer elogios sinceros. Ahí está, por ejemplo, el célebre dictum cageano según el cual el mejor compositor europeo es un argentino. Y mi pieza favorita de crítica musical, en la que se compara la obra de Anton Webern con "el llanto de una ameba".

Pero, como reza el adagio, res non verba ("las vacas no hablan"): mucho más que las palabras, resultan interesantes ciertos ocurrentes ejercicios de crítica musical aplicada. Metamúsica, o algo así. Por ejemplo:
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El sello col legno acaba de editar Kontra-Wagner, un disco que recoge uno de los recitales de la serie Kontrapunkte (los conciertos de cámara del Festival de Salzburgo), generalmente "curados" por alguna que otra personalidad (Maurizio Pollini, Claudio Abbado, etc.). Kontra-Wagner tiene como eje -ya habrán adivinado- obras escritas por, sobre, desde, hacia, contra, con, según, sin, so y tras Wagner, entre otras preposiciones. Hay, entre esas obras, algunas genialidades, como La obertura del Holandés errante interpretada una mañana por una pequeña orquesta de pueblo sin ensayar, para cuarteto de cuerdas, cortesía de Paul Hindemith. O unas Csárdas sobre temas de Tristán e Isolda de Vittorio Monti. Y, como cierre, una Serenata para clarinete y trío de cuerdas de Ernst Krenek y un Movimiento para trío de Webern. Una ameba en Bayreuth.

Lo interesante es que esas obras, en las que opera un gesto de "profanación" ciertamente efectivo, acaban por demostrar (a su pesar o no, eso no importa) la capacidad de transformación de la música de Wagner. Que, en esas bromas, demuestra una flexibilidad que muchas veces sus propios epígonos le niegan. Más apropiada, en cualquier caso, parece la actitud de Glenn Gould, que en este video anuncia su deseo de interpretar "no-literalmente" e "inexactamente" el preludio de Los maestros cantores de Nürnberg.
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"¡Sorpresa, sorpresa!", se le escucha decir, entre el contrapunto wagneriano.

jueves, 12 de noviembre de 2009

el caso makrípolis

Se anunció la temporada 2010 del Teatro Argentino de La Plata. Mi trabajo como editor de la revista del Teatro me obliga a obviar mayores comentarios al respecto, que podrían considerarse sesgados y dictados por el mero interés.

Pero también se anunció la temporada 2010 del Teatro Colón y, ahí sí, nada me impide dejar caer algún que otro comentario. Que, sin duda, alguno calificará de igualmente sesgado, en tanto alguna vez fui editor de la revista de ese teatro. O sea que estos comentarios estarían dictados por el resentimiento, en el mejor de los casos.

En el peor de los casos, todo lo dicho aquí sería cierto.

Para mí, lo mejor del PDF informativo que está circulando es la imagen de presentación de la temporada. Algo ha dicho ya al respecto Abel Gilbert en el blog de Martín Liut, y poco hay que agregar a esas observaciones, o las de Diego Fischerman esta mañana en Página/12. Pero digamos que los señores empelucados espiando a través del telón delatan una cierta forma de ver las cosas. O de no verlas.

O sea, que nada hay que objetar a la presencia de nombres como los de András Schiff, Nelson Freire, Daniel Barenboim, y otros... Y ni siquiera es cuestión de caer en la sospecha -de cualquier modo justificada, dada la historia reciente del Teatro y de la Ciudad que lo alberga- acerca de si finalmente tendrán lugar cada una de las 183 funciones que se anuncian. Supongamos que sí. Que la Orquesta de La Scala ofrece su versión de concierto de Aída y que Schiff arremete con el Emperador de Beethoven junto a la Filarmónica.

Y todo lo demás también.

¿Por qué, de pronto, ese big bang? ¿Cuál es el secreto hilo que va de la celebración del centenario de la sala en 2008, triste y solitaria, a este anuncio de pelucas blancas y promesas de grandes glorias? Me animo a pensar que, entre uno y otro extremo, no cambió nada. Que las pelucas, como bien señala Abel, son una clara manifestación del simulacro. Que las palabras del Jefe de Gobierno en el folleto, en las que la palabra "cultura" es mencionada al menos una vez en cada párrafo, van en esa misma dirección: una lógica de gestos y ademanes. Y atrás del telón, nada.

Ahí están, por caso, los títulos para los conciertos de la Filarmónica. Una temporada New Age, con títulos como "De reinos lejanos", "Auroras boreales", "Camino a la cumbre", "Murmullos del futuro", "Música de las estrellas", "Flemáticos apasionados"... Nombres intercambiables. Significantes vacíos.

Va a estar bueno.

lunes, 2 de noviembre de 2009

el espartano



No sé cómo será la ciudad en verano, en plena temporada del Festival, pero Bayreuth en otoño parece un episodio de la Dimensión Desconocida. Aquél en el que un hombre despierta y la ciudad está vacía y lo único que se escucha es el ruido del viento a través de los árboles. O un cuento de Poe, en el que la escasa tripulación de un buque fantasma se mueve sobre cubierta sin advertir la presencia del extranjero. Se escucha, cada tanto, algún que otro cuervo.

Y es muy extraño caminar por calles vacías con nombres como “Tristanstrasse”, “Nibelungenstrasse”, “Walkürenstrasse” y otras lindezas por el estilo, porque, lejos de parecer el set de El señor de los anillos, la ciudad que eligió Wagner para construír su propia Comarca es la manifestación más acabada de la austeridad. En Bayreuth no hay nada. Como si Wagner hubiese hecho suyo el dictum de Bolaño: non in Arcadia, sed in Esparta ego.

Desde luego, una explicación posible es que la megalomanía de Wagner lo llevó a elegir un lugar en el que nada le pudiera hacer sombra: el viajero que llegara a Bayreuth llegaría sólo para verlo a él. La otra explicación, la de considerar sincero el elogio de la austeridad, me parece, sin embargo, más plausible. O, digámoslo así: parece, en otoño, la explicación más plausible. Al visitante de verano, al público de los Festivales, bien puede parecerle lo contrario.

Y ya habrá alguno que sugiera que “austeridad wagneriana” es una suerte de oxýmoron flagrante. Sin embargo, recorriendo los parques vacíos de la Festspielhaus, visitando los pasillos desiertos, la sala construída íntegramente en madera y desprovista de cualquier tipo de ornamentación que distraiga la mirada, la sensación es la que producen algunas de las desnudas catedrales luteranas de la Baja Sajonia. (El Franz Liszt que escribió La lúgubre góndola y RW – Venezia 1883 debe haber sentido lo mismo cuando pidió ser enterrado allí, en el cementerio de Bayreuth. Y su hija Cósima acertó al convocar para la ceremonia de Requiem a un organista necrófilo y admirador de la familia: hoy una placa recuerda el paso de Anton Bruckner por la Schlosskirche de Bayreuth para la ocasión de los funerales del suegro de Wagner.)

La sensación de irrealidad se multiplica al tomar la Richard Wagner Strasse y llegar a la casa Wahnfried, la residencia de Wagner hoy convertida en museo. Reforzada, en mi caso, por el hecho de haber llegado tarde, cuando el museo ya estaba cerrando sus puertas y las visitas habían terminado. Anochecía –“crepúsculo” u “ocaso” serían las palabras más apropiadamente wagnerianas– y la guía del museo me permitió entrar y recorrer la casa por mi cuenta mientras ella apagaba el equipo de música que transmitía el preludio de Parsifal por los parlantes. Así fue que me encontré, de pronto, caminando solo en una casa en penumbras, con el murmullo de la madera que crujía al subir los escalones, el único sonido que intermitentemente subrayaba el silencio.

A la salida, la guía me recordó que podía recorrer el parque de la Haus Wahnfried sin ninguna prisa. “El parque es público”, me dijo. Y agregó con cierta timidez, como quien dice algo que sabe que su interlocutor ya conoce: “Allí están enterrados Wagner y Cósima”.

Ya era prácticamente de noche cuando entré al parque y faltaba más de una hora para que saliera mi tren. Me senté entre los árboles y pensé en ese nombre, Wahnfried, que Wagner había elegido para bautizar su última residencia. El tipo de paz que uno encuentra al alejarse de la locura del mundo. Una persona atravesó el parque a la carrera, para acortar camino hacia quién sabe dónde. No sé si advirtió que había alguien entre los árboles, y ni siquiera sé si era consciente de que allí, entre esos mismos árboles, bajo una misma lápida, descansan los restos de Richard Wagner y Cósima Liszt. No hay forma de saberlo a menos que alguien te lo diga.

En otro gesto de austeridad, o de espartana megalomanía, la lápida no dice absolutamente nada.

viernes, 23 de octubre de 2009

hablemos de langostas


En la Marktkirche de Hannover, el Bachchor y la Bachorchester locales acaban de interpretar Israel en Egipto de Georg Friedrich Händel. Confieso que mi conversión al credo handeliano es más bien reciente -durante años desprecié su "ultraprofesionalismo" con la misma furia adolescente con la que se desprecia a esas bandas diseñadas por empresarios y se venera, en cambio, la autenticidad del rockstar desafinado, puteador y rebelde-. Mi predisposición hacia el bueno de Jorge Federico comenzó a cambiar después de escuchar a Manfredo Kraemer, Juan Manuel Quintana, Mará Cristina Kiehr et al. interpretando unos pasajes de sus oratorios tempranos. Tenían razón los amigos que me recomendaban escuchar con atención a Händel para no dejar pasar la oportunidad de disfrutar de algo verdaderamente especial.

Y sí, no hay vuelta que darle: Händel era verdaderamente grande, y ahí está la segunda parte de Israel en Egipto, por ejemplo, para demostrarlo. Está también todo el resto de la obra, para demostrar que el componente "ultraprofesional" también está presente, y puede ser igualmente rutinario.

Quiero decir: que el lamento del pueblo de Israel y la enumeración de las plagas en Egipto son deslumbrantes desde todo punto de vista -la descripción del descenso de las tinieblas es particularmente sobrecogedora-, pero todo lo demás, a excepción de algunos coros y del aria para alto -y parte del mérito es, en este caso, del contratenor Franz Vitzthum-, parece música escrita en piloto automático. Que, de acuerdo, es el piloto automático de Händel y no el de Afo Verde, pero es automático al fin. Aunque bien podría tratarse de algún resabio de aquellos prejuicios de juventud y el pobre Händel no tenga la culpa.

O tal vez sea hora de sugerir un verdadero historicismo en las interpretaciones con instrumentos de época y aplicarle al propio Händel su propio procedimiento de cut & paste y reciclaje. Algo así hizo hace poco el sello Virgin con su reciente Un'opera immaginaria, creada a partir de arias, coros y dúos de varias óperas de Händel, respetando una suerte de progresión dramática -y con el atractivo extra de contar con voces como las de Philippe Jaroussky, Joyce DiDonato, Natalie Dessay e Ian Bostridge-, a modo de original celebración del aniversario handeliano. ¿Por qué, entonces, no inventar un mini-oratorio de Händel que consista únicamente en la segunda parte de Israel en Egipto, para sumarse a las celebraciones, efemérides y onomásticos?

Ahí viene la plaga, se puede llamar.

venecia sin quién


Un miércoles, a las siete de la mañana, la Piazza San Marco está vacía. Amanece, y la sensación es la de estar presenciando un ensayo secreto. Como si la playa, en silencio, se estuviera concentrando antes de la llegada del público para la misma función de todos los días.

Una amiga me dice que Venecia le parece un enorme museo, constantemente plagado de gente apurada, de retazos de todas las lenguas posibles. Que hay que adivinarla detrás de la marea de turistas. (Mi amiga dice que Venecia la exaspera con su permanente ilusión de movimiento. Que los rostros parecen cambiar cada segundo, pero todos siguen el mismo recorrido, y hasta las góndolas trazan senderos imaginarios sobre un agua que parece muerta. Círculos perfectos y concéntricos. Un cementerio marino.)

En unos minutos, la plaza va a estar colmada de gente y yo voy a entender lo que quiere decir mi amiga: no hay lugar para lo sagrado, para el misterio, si todo el mundo camina sobre las aguas. La ilusión se completa unas horas más tarde, al caer la noche, cuando se encienden las luces de la playa pero San Marco permanece a oscuras. La commedia è finita, cae el telón y los actores descansan hasta la función del día siguiente. Apenas van a quedar un par de rezagados, alguna mujer que busca a su hijo y que yo juro -y quiero decir: lo juro; no es licencia poética o un guiño a las resonancias literarias de la ciudad- que escucho llamarlo "Tadzio".

Pero ahora, a las siete de la mañana, la ciudad está vacía, y todavía falta un poco para que comience el ritual que mi amiga imagina eterno como el recorrido de los condenados en un infierno de agua.

O acaso sea al revés y seamos nosotros los que desfilamos, inconscientes, para que la ciudad nos vea cuando no nos damos cuenta. Y, de acuerdo, ya es un lugar común lo del observador observado y todo eso, pero es que Venecia misma se convirtió en un lugar común. Un poco a la manera de esas estrellas del entretenimiento de las que se dice que "en la vida real" son tal o cual cosa -como si hubiera algo de real en las vidas de esas personas o, a la inversa, no fuera real, a su modo, el espectáculo-, Venecia puede ser la ciudad exasperante que vio mi amiga durante el día, o puede ser la ciudad serenísima que vi a las siete de la mañana, antes de que el día comenzara.

No se quién de los dos vio la ciudad verdadera.

miércoles, 14 de octubre de 2009

rachas


Hasta hace muy poco, el último tenista argentino en ganar el US Open era Gabriela Sabatini, en 1990.

Cuando me fui de la Argentina, hace poco más de un mes, Independiente no le ganaba a River por partios oficiales desde el 20 de septiembre de 1998.

Antes, en los primeros años del retorno de la democracia, habían comenzado a circular proyectos para una nueva Ley de Servicios Audiovisuales que reemplazara la entonces vigente, promulgada en plena dictadura y luego "perfeccionada" en los '90. (A propósito, es curioso cómo algunos legisladores se quejan de que "no hubo tiempo" para discutir la ley, un poco a la manera de esos chicos traviesos que le dicen a la "seño" que el perro se comió la tarea... O tal vez los diputados y senadores hayan querido dejar constancia de su conocimiento de las enseñanzas de Séneca, la brevedad de la vida y todo eso. ¿Qué son 26 años en la larga marcha de la Humanidad? Un suspiro, un viento idiota. So much to do, and so little time, como decía el Guasón en la primera Batman de Tim Burton...)

Como sea, en este mes que llevo en Italia, Juan Martín del Potro ganó el US Open, Independiente goleó a River en el Monumental y se votó la nueva Ley de Servicios Audiovisuales.

No me digan que ahora van a abrir el Colón...

martes, 6 de octubre de 2009

dialogus in musica


En 1981, la editorial italiana Laterza publicó un diálogo entre Luciano Berio y Rossana Dalmonte con el título de Intervista sulla musica. Fue reeditado en 2007, cuatro años después de la muerte del compositor, y, que yo sepa, no tiene edición castellana -aunque sí brasilera-. A menos que haya sido editada con el título de Musical obsesión, por cuestiones de marketing, un poco a la manera de las películas norteamericanas (para las cuales las palabras “obsesión”, “tentación” y sus derivados parecen ser de mención obligatoria) o de los propios libros sobre música que, como todo el mundo sabe, nadie en su sano juicio compraría si no fuera por los sagaces operadores de las casas editoriales, que saben que lo importante es un título atractivo y que todo el resto es ruido.

Como sea, la lectura del librito en cuestión depara unos cuantos placeres. En parte, gracias a una serie de extraordinarias boutades de Berio, que después de contar su fascinación juvenil con La bohème, lanza un categórico: “comparado con Puccini, Mascagni era un troglodita”. O que, casi al pasar, puede calificar de “insensatos musicales” a Morton Feldman y Steve Reich: “uno escribe todo pianissimo, el otro produce gags (...) con escuálidos patterns sonoros que poco a poco se van desfasando”. Por no hablar del pobre Hanns Eisler, cuyo nombre, cada vez que aparece en la conversación, viene seguido de una serie de epítetos a cual más violento.

Pero, por fuera de estos arrebatos, interesantes más como chismes que como observaciones rigurosas, hay algunos párrafos más densos conceptualmente, que invitan a pensar con cierto detenimiento algunas cuestiones. Uno de ellos, por caso, es el que hace referencia a la proliferación de discursos musicales y a la escasa comunicación entre los compositores. Un tópico, dicho sea de paso, que una y otra vez aparece en conversaciones con músicos argentinos. Dice Berio:

Junto al entusiasmo por un mundo musical pluralista, múltiple y centrífugo (...) falta la aceptación del hecho elemental de que también los lenguajes musicales se transmiten, y falta la visión utópica de un lenguaje común que le permita a la música y a los músicos hablar y ser hablados universalmente. Sin este ideal, secretamente implícito y acaso irrealizable, la música no se mueve, pierde una de sus razones dialécticas (...) Es útil buscar las cosas que sabemos que no podremos encontrar.

domingo, 4 de octubre de 2009

las vacas de Wisconsin van al matadero


Un par de programas atrás, en ensayo de día, comentamos con Pablo Gianera algunas de las hipótesis –deliberadamente polémicas, las más de las veces– que Alessandro Baricco lanzaba en su libro El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin. Amén del capítulo dedicado específicamente a la Nueva Música (así, con mayúsculas), que es una lisa y llana provocación –en el mejor sentido de la palabra–, el pasaje que más reparos le generaba a Pablo era el del final, en el que se concluía que la espectacularidad era el futuro de la música que quisiera seguir siendo nueva.

En efecto, es una hipótesis discutible pero, a la vez, digna de ser considerada. Por lo pronto, por el sentido que se le da a la noción de espectacularidad, que no es sino una nueva forma de decir lo que ya se dice hasta el hartazgo de la época actual: la imagen como medida de todas las cosas. En eso, Baricco es etimológicamente riguroso, y su espectacularidad exige ser así entendida. En cualquier caso, las raíces de una estética eminentemente visual se hunden por lo menos hasta la Enéada VI de Plotino y su definición inicial: “Lo bello reside principalmente en la vista”.

Lo interesante del caso son los ejemplos que Baricco propone como puntos de partida de esa nueva tradición de lo espectacular que definiría el curso de la Nueva Música a partir del siglo XX. Uno es, previsiblemente, el modelo de Puccini, especialmente en su inconclusa Turandot –a la que, dicho sea de paso, Luciano Berio se encargó de escribirle un nuevo final para reemplazar la demasiado respetuosa solución de Franco Alfano–. El otro modelo es el de un exacto coetáneo de Puccini, aunque de vida, tradición y proyecto estético muy diversos: Gustav Mahler.

Para el caso de Mahler, Baricco acuña el concepto de “inmigración clandestina”: elementos que el compositor deja filtrar en el tejido musical –cantilenas triviales, danzas populares, rondas infantiles, fanfarrias– para después describir el proceso mediante el cual esos elementos incorporados desde fuera reaccionan en el ambiente esterilizado del laboratorio de la música culta, corrompiéndolo. Para Baricco,

...la reflexión crítica a menudo prefiere negar este procedimiento: temiendo expulsar a Mahler más allá de los tranquilizantes confines de la tradición culta, prefieren atribuirle la capacidad de rescatar cualquier material de su propia imperfección y elevarlo a la órbita de una superior inspiración musical y moral. Semejante postura (...) se resiste a percibir los más fascinantes pasajes mahlerianos: aquellos en los que este proceso alcanza su radical y clamoroso cumplimiento. Aquellos que dejan atrás las huellas de la tradición y se internan en la modernidad.

Me pregunto cuánto de lo que dice Baricco no puede hacerse extensivo a una obra como la de Mauricio Kagel, por ejemplo. O cuánto de aquella “inmigración clandestina” hay en el “contrabando hormiga” del que alguna vez hablaron Martín Liut y Marcelo Delgado para definir la música del autor de El matadero. Un comentario. En cualquier caso, me parece acertada la propuesta de evitar caer en la tentación de afirmar que lo que hacen los compositores es “rescatar” materiales populares para transfigurarlos, a la manera de Pigmalión o a la de Madonna, que adopta niños africanos para insertarlos en la Civilización Occidental.

Personalmente, ahora que volvió la moda de los vampiros, la metáfora de Nosferatu me parece más apropiada: es el cuerpo antiquísimo del venerable Conde el que adquiere nueva vida gracias a las regulares transfusiones de sangre caliente extraída del cuello de impuras jovencitas.

La sangre muerta sólo sirve para hacer morcillas.

viernes, 2 de octubre de 2009

I read the news today, oh boy


Informan las agencias de noticias que murió Lucy O'Donnell. Ama de casa, vivía en el sur de Inglaterra y, hace 43 años, era la compañerita de colegio de Julian Lennon, que la dibujó en el cielo con diamantes. Los diarios no pensaron mucho a la hora de titular la noticia. De hecho, recurrieron a los archivos del 2005 y reflotaron el encabezado del anuncio de la muerte de Lucy Richardson, otra compañerita de Julian Lennon que, durante un tiempo, fue considerada la verdadera Lucy detrás de la canción. Por suerte se hizo justicia, y Lucy O'Donnell se hará acreedora de su merecido lugar en las notas al pie de página de la historia de la música popular del siglo XX.

En cualquier caso, la información es un poco más dramática -enfermedad autoinmune incluida: it's lupus- que otro cable de último momento que anuncia que Spencer Elden, el bebé de la tapa de Nevermind de Nirvana, cumplió 18 años. Y otra vez a la pileta (esta vez con traje de baño; parece que, para ciertas cosas, la prensa todavía conserva algo de pudor) con un billete de un dólar como anzuelo. Dieciocho años después, la nueva imagen es aun más elocuente que la original.

Dicho de otro modo, los músicos que crearon las canciones que todavía hoy seguimos escuchando llevan varios años en el cielo, mientras los que los sobrevivieron se pelean por sus diamantes.

Y me pregunto cuántos serán, al día de hoy, los que reclaman para sí ser los verdaderos médicos que inspiraron el personaje de House, MD. Y cuántos más irán apareciendo.

Yo no les creo.

Everybody lies.

domingo, 27 de septiembre de 2009

cortar por lo sano


Una de las primeras cosas que hice al llegar a Italia fue fracturarme una mano. El procedimiento fue relativamente sencillo: zambullirme en un mar irresistiblemente límpido, aunque movido, en una hermosa bahía flanqueada por dos acantilados. La sensación de dejarse arrastrar por las olas es maravillosa, excepto cuando el lugar al que uno es arrastrado es una pared de rocas afiladas por varios siglos de erosión marina.

Al fin de cuentas, sin embargo, el accidente resultó afortunado. Y no por el hecho de que la fractura se produjo en la mano izquierda y no en el cráneo –como razonó mi madre al conocer la noticia–, sino porque descubrí que una fractura, cuando uno se encuentra en el otro lado del mundo, rodeado de gente desconocida que habla otra lengua y se comporta según sus propios usos y costumbres, es una extraordinaria ayuda para comenzar una conversación. Si el interlocutor es lo suficientemente sensible, hasta es posible que interprete el infortunio como una muestra más de la brutalidad con la que Europa recibe a los inmigrantes y busque demostrar que no todos los italianos tratan a los extracomunitarios de la manera en la que me trató el Mar Adriático.

Por no hablar, dese ya, de las ventajas que tiene dirigirse a un público de calificados profesores y alumnos de Alemania, Holanda, Inglaterra, Bélgica, Francia e Italia con una mano enyesada. Lo que los manuales de retórica definen como captatio benevolentiae, el recurso de un orador para asegurarse la buena predisposición del público, ya estaba cumplido de antemano. O, en mi caso, de antebrazo.

Lo que no me esperaba era un extraño efecto colateral de índole administrativa. Ocurre que el 25 de septiembre pasado era el día en que las autoridades de la Cuestura de Lecce me esperaban para tomar mis huellas dactilares. La idea es que todos los extranjeros que van a pasar más de tres meses en suelo italiano deben tramitar un documento en el que constan sus datos y señas personales. Todos esos datos se cargan en una computadora, gracias a un moderno programa diseñado para tales efectos.

Y yo estaba a punto de descubrir una falla en el sistema.

Me recibió Angelo, el responsable de cargar los datos en la computadora y capturar las impresiones digitales mediante un scanner cuyo diseño estaba inspirado en una cruza entre La naranja mecánica y El nombre de la rosa. Me miró con detenimiento, me saludó con amabilidad y, con un grito, llamó a su superior:

-¡Peppino! ¿Cómo cazzo le tomo las huellas digitales a un tipo que viene enyesado?

Peppino –yo lo voy a llamar Giuseppe porque un Peppino uniformado no califica como figura de autoridad– no estaba de buen humor. Se limitó a decirle a Angelo que mirara con atención la pantalla de su computadora, en la que había un botón que permitía dejar constancia de cualquier tipo de anomalía en el masculino suprascripto, o sea yo.

-Acá está, pero no me deja escribir “enyesado”. Tengo que elegir una de las opciones preconfiguradas...

-Bueno, buscá “enyesado” y listo.

El Oficial Giuseppe dio por terminado su desempeño como soporte técnico y desapareció por una puerta lateral. Angelo empezó a buscar en el menú de opciones:

-A ver: “Amputación”... no. “Carencia de la oreja izquierda”... no. “Hemiplegia”... no. “Gigantismo”... no. “Tatuajes”... no.

-Bueno, un tatuaje tengo. Si sirve para algo...

Estaba claro que todas las opciones remitían a una circunstancia permanente, y el yeso claramente no lo era. Ofrecí volver en un par de semanas, con las dos manos libres, pero no hubo caso. Las autoridades italianas querían solucionar el asunto ese mismo día, supongo que para poder dedicarse, acto seguido, a cuestiones de mayor importancia.

La solución llegó a los pocos minutos. El oficial Peppino volvió a ingresar en el recito con toda la gravedad del caso y, dirigiéndose al pobre Angelo –que a esta altura ya jugueteaba nervioso con un cigarrillo entre los dedos– le ordenó:

-Hacé click en “Amputación”.

Angelo me miró. Sus ojos parecían resignados a aceptar la férrea lógica de la autoridad: lo más sencillo era, en vez de pretender que un complejo sistema informático se adaptara a mi ínfimo problema doméstico, ajustarme yo mismo a los parámetros del sistema. Había que cortar por lo sano. Off with his hand.

Pero no. Ocurre que, haciendo click en amputación se habría otro menú en el que era posible dejar constancia de que, temporalmente, el masculino suprascripto, o sea yo, no disponía de los dedos III, IV y V de la mano izquierda. Luego, en un campo despejado a esos efectos, se dejaba constancia de que dicha incapacidad se debía a un yeso.

Nada grave, salvo por el curioso hecho de que, para la policía italiana y su complejo sistema informático, tengo, temporalmente, una amputación de tres dedos de la mano izquierda.

Archívese.

viernes, 25 de septiembre de 2009

composición tema la vaca


Hablando de ediciones, escritos sobre música y demás temas y contratemas, encontré en una librería salentina una flamante reedición del libro L'anima di Hegel e le mucche del Wisconsin, un ensayo que Alessandro Baricco publicó en 1992 y que Siruela había editado (y posteriormente descatalogado) en español como El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin. En su momento, el libro me lo había prestado Diego Fischerman y el precio prohibitivo de la edición española motivó que me hiciera de una copia anillada que perdí a los pocos días. Aquí y ahora, Feltrinelli lo re-lanzó en su colección económica, y por sólo 6 euros pude volver a leer una obra interesantísima.

Por lo pronto, porque las reflexiones acerca de la Nueva Música (así, con mayúsculas) son lo suficientemente polémicas como para despertar en uno las ganas de discutir con el autor. Pero también por algunas reflexiones acerca de la circulación de la música llamada "clásica" que, en cierto modo, reflejan varias de las cuestiones que en este blog, y en los de acá al lado, reaparecen una y otra vez. Vaya, a modo de ejemplo, un parrafito:

No está claro, por ejemplo, por qué deberíamos alegrarnos por el hecho de que los jóvenes acudan a una sala de concierto. ¿Alguien puede realmente explicar por qué un muchacho que prefiera Chopin a U2 debería ser un motivo de consuelo para la sociedad? ¿Estamos realmente seguros de que, puestos a encontrar el lugar en el que transcurre el presente, el sitio exacto sea un auditorio y no una sala de cine o una calle? (...) Se trata del mismo moralismo que, incautamente, induce a utilizar la música culta como catalizador de una supuesta humanidad mejor.

martes, 22 de septiembre de 2009

imitación de la vida


Si es cierto que Las alegres comadres de Windsor nació por un encargo de la propia reina de Inglaterra –que, según dicen las crónicas que le dijo a William Shakespeare, andaba con ganas de “ver a Sir John Falstaff enamorado”–, entonces no sería tan descabellado pensar que la fiebre de secuelas, precuelas, off-spins y demás yerbas que hoy pueblan las salas de cine y teatro, las plantillas de blogs, twitter, facebook y las mesas de novedades de las grandes librerías no sería, al fin de cuentas algo tan novedoso. Porque si el mismísimo Shakespeare –suponiendo que haya sido él: los amantes de la teorías conspirativas tienen más candidatos para la autoría de las obras del Bardo que para el asesinato de JFK– se dignó a ceder a esas tentaciones, qué se les puede pedir a los que, como bien señala Rodrigo Fresán en un reciente artículo, no se resisten a la invitación a contar cómo sigue esa historia que alguna vez nos mantuvo a todos en vilo. Transformar el punto final en tres puntos suspensivos y to be continued...

Y estamos de acuerdo: hay algo de vampirismo en todo eso, pero a la vez sería necio ignorar que todos esos autores que uno aprecia por haber creado un mundo que nos parece absolutamente nuevo –ahora pienso en Bolaño, porque para este blog es una especie de tótem, un discípulo de Morrison que le da consejos a un fanático de Dylan o algo así– recuerdan una y otra vez que aprendieron a escribir después de aprender a leer, y que la historia que tenían para contar era la continuación de todas esas historias que les habían contado, en una regresión más o menos al infinito.

Es claro que no es lo mismo la motivación que el liso y llano préstamo, lindante con el plagio, de situaciones, personajes, tramas y peripecias. Ciertamente, la imaginación es capaz de caer en profundos abismos –¿Se llamaría “el Aleph” el blog de Borges? ¿Cómo sería la traición de Isabel Sarli? ¿Y si Maradona fuese el DT de la Selección?–. Pero aquí viene a la mente una vez más Shakespeare. Que, con la única excepción de La tempestad, encontraba que las historias de otros eran una fuente inagotable en la que abrevar para crear esas historias que hoy llevan su nombre.
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Desde luego, no todo blogger metido a la creación de eso que se conoce como “fan-fiction” es Shakespeare, pero tampoco es cuestión de tachar de antemano todo lo nuevo por aquello de recentiores deteriores, como reza una célebre regla de la filología –una regla que, como todo el mundo sabe, se rompe más a menudo de lo que se la respeta–. Quiero decir: que tampoco es cuestión de creer que todo tiempo pasado fue mejor. O que todo cover es peor que el original. Ahí está el mismísimo Paul McCartney para reconocer que alguna vez los Beatles empezaron imitando a sus artistas preferidos, así como hoy todos empiezan por imitar a los Beatles. Y que, a su vez, fueron tantas las manifestaciones hoy consagradas que alguna vez fueron despreciadas como totalmente ajenas al campo del arte –las historietas o el rock, sin ir más lejos– que, por su parte, él no se atrevería a despreciar ni siquiera un videojuego.

Nosotros no podemos ver el futuro, porque los padres nunca entienden a sus hijos. Es el futuro el que nos ve a nosotros y se divierte haciendo todo lo contrario de lo que esperamos de él.

To be continued...

lunes, 14 de septiembre de 2009

dos historias salentinas


UNA. Hace mucho calor. Son los últimos días del verano boreal, y se sienten como si se hubiera liberado todo la energía que la tierra acumuló en los últimos tres meses. Si en Europa existiera la sensación térmica, me estaría deshidratando, o tendría la sensación de que me estoy deshidratando. Salgo al balcón y me entretengo mirando las ventanas, los rostros de piedra que me devuelven la mirada desde los frentes de las casas, los balcones vecinos, alguna que otra bicicleta que atraviesa Via dei Prioli. Me sorprende una suerte de guirnalda que adorna las macetas del balcón vecino. Extraño, pienso, pero qué no es extraño en el Salento cuando uno llega de Buenos Aires para estudiar filosofía... Un vecino sale a la calle, sin camisa, sudando bajo el sol de las cuatro de la tarde. Mira hacia arriba: observa el balcón vecino, después observa el mío. Repite la operación un par de veces. Cuando su mirada se cruza con la mía, lo saludo. Como respuesta recibo únicamente una mirada, pero no alcanzo a distinguir si es de bienvenida o de curiosidad. Acaso de lástima. Supongo que con el tiempo me habituaré a las costumbres salentinas. Cuando finalmente me decido a entrar, lo veo: un rollo de papel higiénico que se escapa de la ventana de mi baño, pasa por encima de mi cabeza y aterriza en el balcón vecino. Cinco, seis metros de una guirnalda espontánea, doble hoja, ultrasuave. El calor de la tarde se hace, de pronto, un poco más intenso. Vuelvo a mi habitación y cierro la puerta como puedo. Agrego un item a la lista del supermercado.

DOS. Pensé que exageraban, pero resultó ser cierto: Alitalia se especializa en perder los equipajes en los vuelos internos. Me avisan que mis cosas llegaron en perfecto orden a Roma, pero que, una vez en Italia, decidieron recorrer la península por su cuenta, sin preocuparse por su legítimo dueño, que ahora escucha las explicaciones pertinentes en Brindisi, después de trece horas de vuelo. En dos días vuelven, me prometen las autoridades. Mientras tanto, debo formalizar la denuncia, dejar constancia de la cantidad de valijas (2), su color (azul y negro), su marca (no la recuerdo) y la combinación para abrir los respectivos candados. Esto ya me parece demasiado. ¿Para qué necesitan la combinación? Cuestiones de seguridad, según dicen. De un tiempo a esta parte, los aeropuertos se convirtieron en el sueño húmedo de un paranoico. La gente se abalanza sobre la ventanilla de las denuncias. Los que reclaman por su equipaje perdido son muchos, demasiados. Supongo que en la bodega de nuestro vuelo viajaron las valijas de los que llegaron a Brindisi dos días antes. Entre los gritos y los forcejeos, la mujer de la ventanilla insiste, impaciente, por la combinación. Son tres números, apenas. Los elegí con cuidado, para no olvidarlos. La gente se sigue agolpando a mi alrededor y no me queda otra más que gritar entre los insultos que se escuchan en varios idiomas:

-¡666!

De pronto, el silencio. La breve multitud que me rodeaba retrocede un paso. Me doy vuelta y veo el rostro desencajado de una mujer mayor, bajita y regordeta, que me mira horrorizada. Le devuelvo la mirada, desafiante.

-¡Si! ¡Il numero della bestia!

Mis valijas llegan esa misma noche.

lunes, 7 de septiembre de 2009

soffia nel vento

No lo quería decir, pero casi casi lo dijo. Dario Congedo se asomó entre los tambores, el redoblante y los platillos y le agradeció al público por haberse acercado al Anfiteatro Romano de Lecce para escuchar jazz, en una de las últimas noches del verano salentino. Les agradeció, dijo, por reconocer el hecho de que en el Salento hay música más allá de la pizzica. Y es cierto: es casi imposible no escuchar la pizzica o la rondinella al menos una vez por día –y eso si uno no sale mucho de su casa–. Lo que es más raro es encontrarse un cuarteto como este Progetto Nadan tocando gratis en el hermosísimo Anfiteatro Romano de Lecce, una de las últimas noches de verano. Una noche, para más datos, de luna llena y de mucho, pero mucho viento.

Y es que el viento decidió hacer su aparición triunfal en Lecce esa mismísima noche. Se divirtió a su modo, arrebatándoles a los músicos las partituras que con cierto empeño –pero evidentemente poca pericia– habían intentado sujetar a unos atriles que por poco no siguieron a las hojas pentagramadas en su vuelo nocturno. La imagen del contrabajista Marco Bardoscia acurrucado sobre su instrumento, contorsionándose para intentar sujetar las partituras mientras tocaba, motivó un comentario casi paternal de Congedo (Guardatelo, poverino!) y sirvió, además, para demostrar por qué la improvisación es una parte importante del jazz.

Progetto Nadan es un cuarteto comandado por el propio Congedo desde la batería –es, además, el compositor de casi todos los temas–, con Giorgio Distante en trompeta, Raffaele Casarano en saxos y el ya mencionado Marco Bardoscia en contrabajo. Cada uno de los músicos contaba además con su respectiva computadora de la manzanita, con las que se encargaban de generar una serie de recursos musicales que le otorgaban un relieve especial a las composiciones. Por ejemplo, permitiéndole a Bardoscia tocar con el arco mientras seguían sonando el walkin’ que, a modo de passacaglia articulaba la impresionante “Il viaggio dell’eroe”. O permitiéndole a cada solista intentar un dúo consigo mismo en “In appreciation”. Pero, más allá de la capacidad de incorporar nuevas tecnologías sin caer en el frecuente pecado de querer mostrar una suerte de catálogo de efectos de sonido, lo sorprendente de Progetto Nadan es la capacidad que tiene el cuarteto de ir construyendo poco a poco los momentos de climax de cada composición, esos pasajes en los que parece que el viento va a hacer volar todo por los aires, justo antes de que la música retorne a su cauce. En la Argentina, creo haberlo dicho antes en el blog, esa sensación me la produce el quinteto de Fer Isella, a quien seguramente podrán escuchar por estos días en Buenos Aires.

Aquí, en Lecce, los cuatro integrantes de Progetto Nadan sumaron como invitados a William Greco en piano y Carla Casarano en voz para el tema “Luce gialla”. Greco volvió al final, para una versión muy emotiva de la música de Nino Rota que acompaña la escena final de I Clown de Fellini. Curiosamente, o no tanto, mucha gente se retiró del recital justo cuando Congedo atacaba el solo de percusión: en eso, parece que las costumbres son las mismas en todo el mundo.

Puede ser que, a su modo, la elección del escenario para esta música haya sido poéticamente acertada. Del Anfiteatro Romano hoy apenas se ve la superficie, un pequeño pero hermoso porcentaje de lo que fue una construcción monumental de casi 2000 años. A veces pasa lo mismo con la música: uno queda sorprendido por la belleza de un detalle, e intuye que esa pequeña experiencia evoca toda una tradición con la cual se comunica mediante hilos misteriosos e invisibles.

domingo, 6 de septiembre de 2009

nightswimming

Podría hablar del Salento, del barocco leccese que es un estilo en sí mismo, familiar y extraño a la vez. Podría hablar de Tito Schipa, de la tumba en la que los melómanos de la zona dejan flores y fotos. De la tierra roja, de las costumbres, de la gente, del reparador pisolino en una tarde de verano. De la música de la Puglia (música pugliese, en el sentido original de la palabra). O incluso del Calcio y el equipo de la ciudad que este año vuelve a competir en la serie B esperando volver a las grandes ligas.

Podría hablar (y supongo que lo haré en próximas entradas) de la influencia griega en toda la península salentina. De Gallipoli (kalé pólis) y las playas increíbles del Mar Jonio. Pero ocurre que llegué a Lecce gracias a la filosofía, y no pude dejar de pensar en un texto como la Ética nicomaquea de Aristóteles, en los esfuerzos del estagirita para definir qué es la felicidad.




Pienso todo esto mientras doy unas brazadas en el Mediterráneo, a las tres de la mañana en una noche de luna llena, riéndome como un loco, como un niño desnudo, como un idiota.

En una semana empiezan las clases.

jueves, 3 de septiembre de 2009

nubes


Desde el avión, uno puede sorprender a las nubes proyectando sus sombras sobre la tierra, como si jugaran entre ellas a imaginar figuras extrañas, lúdicamente obscenas.

lunes, 31 de agosto de 2009

no son horas


Parte de la oposición ("miserable" la llama hoy Eduardo Aliverti, y el adjetivo es, además de contundente, justificado) afirma que este no es el momento para discutir una nueva Ley de Radiodifusión. Que este Congreso carece de legitimidad, puesto que en diciembre habrá una nueva conformación, con su correspondiente correlación de fuerzas.

Pensándolo bien, ni siquiera en diciembre habría que discutir estas cuestiones: en 2011 habrá elecciones, con lo cual el actual gobierno, al tener los días contados, carece de legitimidad. De más está decir, desde ya, que el gobierno que reemplace al actual también debería guardar un respetuoso silencio respecto de estas cuestiones, porque en 2015 habrá nuevas elecciones que sin duda modificarán la dinámica de la siempre sorprendente política argentina. Y ni hablar de los que ganen en el 2015, toda vez que deberán hacer mutis por el foro en el 2019. Estos oscuros personajes de la política deberían aprender de una vez por todas que ellos son presidentes, apenas, por cuatro años. Y eso si tienen suerte. Los medios, los que verdaderamente representan a "la gente", permanecen.

Y es cierto: parece que, para algunos, la Ley de Radiodifusión se está tratando unos meses antes de lo esperado. Claro que, otros podrían decir, en realidad ocurre que se está tratando veintiseis años más tarde.

"I wasted time, and now doth time waste me", decía el pobre Ricardo II de William Shakespeare. "So much to do...", le respondía el Guasón de Jack Nicholson, "...and so little time."
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Y yo que en unas horas me voy a Italia y tendré que ajustar el reloj unas cinco horas. Y ya sé que cuando vuelva me las devolverán, pero... ¿dónde las guardan, mientras tanto?

miércoles, 26 de agosto de 2009

el juicio de la historia


Los comentarios de Martín Liut al post anterior me dejaron pensando en un par de cuestiones. Hace poco, en una conversación con el compositor Marcelo Delgado surgió la misma inquietud: la ausencia de barricadas musicales como una especie de respetuoso temor al "juicio de la historia", a quedar atrapado en la vereda equivocada cuando en el futuro se tracen las coordenadas del presente.
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Creo que ambos aciertan en el diagnóstico -y en la consiguiente crítica a ese estado de cosas. Pero a mí, más que críticas, semejante cuadro de situación me provoca tristeza. Lisa Simpson justificaba el mutismo de su hermana Maggie apuntando que "es preferible no decir nada y que te tomen por tonto a abrir la boca y despejar las dudas". Y se ve que Reutemann no mira Los Simpsons.
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Pero no puede ser que nadie quiera abrir la boca por miedo al qué dirán. Podría ocurrir que, a causa de semejante mutismo, la historia tan temida decida olímpicamente ignorar a los que callan. Pero además, no habría por qué preocuparse: en el futuro, aplicando la misma regla, tampoco dirá nadie nada nunca.
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Y de acuerdo: todos recuerdan a Boulez invitando a quemar los teatros de ópera, a Stockhausen saludando a la instalación artística de Al-Qaeda en pleno Manhattan con ese nombre tan MoMA de "9-11", a los Beatles proclamando tenerla más grande que el mismísimo Hijo de Dios. Pero semejantes boutades empalidecen al lado del Marteau sans maître, de las Klavierstücke, del Álbum blanco, que son en última instancia las pruebas que los tribunales de la historia privilegian sobre los testimonios más o menos delirantes emitidos en estado de emoción violenta. Un ser absolutamente despreciable, racista y megalómano como Richard Wagner puede ser considerado -¡con justicia!- uno de los músicos más geniales de la historia. Y el juicio de la historia absolvió incluso a un nazi inescrupuloso como Carl Orff, que ni siquiera era un músico genial. Y pienso también en Paul Dukas, quemando toda su obra en su lecho de muerte, otro genio loco que perdió el juicio.
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Pero lo más ridículo de todo el asunto es que no queda del todo claro quiénes serán, en el futuro, los miembros del jurado que evaluarán el presente. Tengo para mí (siempre quise usar esta expresión, lo confieso) que las causas de hoy están casi condenadas de antemano a prescribir en silencio.
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No sé, tal vez exagero.
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La historia dirá.

lunes, 24 de agosto de 2009

diálogo de sordos


Ya es moneda corriente encontrarse con que el calendario suplanta la imaginación a la hora de programar conciertos o temporadas completas en muchos teatros u orquestas oficiales. Así, por ejemplo, no sería raro encontrarse el año próximo con una exhumación de La Vestale de Vincenzo Pucitta, estrenada en el King's Theatre de Londres en 1810 y escuchada por última vez, según cuentan los investigadores de Opera Rara (NYC), en Buenos Aires, en 1828. De acuerdo, tal vez habría que esperar hasta 2028 para escucharla en el Colón, pero, como sea, la figura del programador / cazador de efemérides parece estar nuevamente de moda, a juzgar por el ciclo de sinfonías completas de Mendelssohn que se anuncia por allí. Y conste que no me parece mal que esas sinfonías se interpreten en un teatro... cerrado, como es el caso.
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Y escribo "nuevamente", porque la moda de escrutar el calendario, al igual que la de nombrar a los hijos de acuerdo con el Santoral, no es para nada nueva. Ya apareció en un post anterior el relato del escandalete del homenaje a Beethoven que la ciudad de Bonn preparó en 1845, no se sabe si para recordar los 75 años del nacimiento o los 18 de la muerte del pobre Ludwig Van. En cualquier caso, se trataba de una especie de ensayo para cuando llegara el momento verdaderamente significativo, el de 1870, el centenario del sordo, misántropo y desaliñado compositor que le cantó a la alegría universal. Y sería cuestión de averiguar si no fue precisamente el de Beethoven el primer centenario en ser celebrado oficialmente en el mundo musical -el mito de Bach es bastante tardío y para elebar a la categoría de Padre de la Música fue necesario someter al "señor gordito y con peluca" a una prueba de ADN retroactiva-.
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Pero llegó 1870 y Viena quiso celebrar a lo grande e, ingenuos como eran, pensaron que la figura colosal de Beethoven lograría lo imposible: juntar bajo un mismo techo a los máximos representantes de dos escuelas que reclamaban para sí la herencia del muerto y que, desde ya, no podían verse -u oírse, dadas las circunstancias- ni de lejos. Wagner y Liszt declinaron la invitación cuando supieron que los programadores habían incluído a Brahms y Joachim en la lista de ilustres asistentes, y viceversa. Allen Menschen werden Brüder, sí, cómo no... Las delirantes autoridades vienesas fantaseaban incluso con un Kaiser-Konzert con Clara Wieck de Schumann en el piano y Richard Wagner en el podio. Un delirio, como imaginar una banda con Damon Albarn y los hermanos Gallagher tocando temas de Ringo Starr.
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Y bien podría ser que la negativa de Brahms se haya visto motivada por el temor a que Wagner sedujera a Clara -es proverbial la debilidad wagneriana por las mujeres ajenas-, pero en cualquier caso, hoy se echa de menos cierta beligerancia estética como la de aquellos años, o la que, hace unas pocas décadas, generaba discursos encendidos y música de barricada en las salas de conciertos. Hoy, apenas si se puede disfrutar de un módico escándalo por un tenor que entra en bibicleta en Lucia di Lammermoor o un Don Giovanni que recurre a unas pastillitas azules para abordar en una misma noche a Donna Anna, Zerlina y la novia de un Leporello que ya se está cansando de tanto notte e giorno faticar.
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Parece que estas son épocas de tolerancia, de diálogo, de consenso, de escuchar a Wagner y a Brahms en una misma velada.
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Deine Zauber binden wieder
was die Mode streng getheilt.
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Y ya hay que ir preparando la temporada 2033, con su bicentenario brahmsiano, los 220 años de Wagner y el centenario del ascenso al poder del perfecto wagneriano y amante de la Novena sinfonía de Beethoven de nombre Adolf.
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Eso sí, sin gritos ni estridencias.

martes, 18 de agosto de 2009

la solitaria muerte de William Zanzinger

La noticia circuló este fin de semana, aunque la escena tuvo lugar hace más de un mes. Bob Dylan deambulaba por las calles de un barrio residencial de New Jersey y una vecina llamó preocupada a la policía, que procedió a llevarse al “anciano pordiosero”, a la sazón indocumentado. (Esto último es casi redundante: ni el documento de Dylan debe decir “Dylan”, ni el de Madonna, “Madonna”.) Finalmente, Dylan fue liberado una vez que su identidad fue corroborada por el personal de la gira que, junto a Willie Nelson y John Mellencamp, llevó por esos pagos a Robert Allen Zimmerman, a.k.a. Jack Frost, a.k.a. Jim Nasium, a.k.a. Alias, y siguen las firmas apócrifas. Y me pregunto cómo habría reaccionado esa pobre señora si se los cruzaba a los tres juntos, en especial a Willie Nelson y sus trenzas ancestrales.

Lo curioso es que la policía norteamericana, habituada a hacer cantar a los sospechosos, apenas logró arrancarle a Dylan unas palabras “incomprensibles”. Y yo sé de varios que dirán que esa era, precisamente, la prueba irrefutable de que el sospechoso en cuestión no podía ser otro que Bob Dylan.

Y claro, todos los medios cantaron al unísono el coro de "Like a rolling stone", en lo que sonaba a todas luces como un caso de tardía pero eficaz justicia poética. Ahí estaba él ahora, por las suyas, vagabundo, un completo desconocido. Y una única pregunta posible para hacerle a Dylan en ese momento: How does it feel?

La noticia que no circuló tanto fue la muerte de William Devereux Zantzinger, el pasado 3 de enero. El mismo de ese primer y contundente verso de "The lonesome death of Hattie Carroll":

William Zanzinger killed poor Hattie Carroll…

Y los diarios que recordaron la historia y algunos que se apresuraron a señalar que la canción de Robert Allen Zimmerman, a.k.a. Bob Dylan, estaba plagada de inexactitudes. Que escribió mal el apellido de Zantzinger. Que Hattie Carroll no tenía diez hijos, como decía la canción, sino once. Que omitió que la mujer murió bastante después del golpe de Zan(t)zinger y que no fue totalmente probado que ambos acontecimientos estuvieran relacionados. Que Dylan exageró la capacidad del terrateniente con nombre de ópera de Donizetti de utilizar influencias políticas para zafar de una condena mayor.

Porque, según parece, una cosa es que el dueño de una plantación de tabaco disfrute golpeando con su bastón a una sirvienta y otra muy distinta es que una canción no diga la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

En 1965, en un célebre recital en Manchester, Dylan zanjó la cuestión con una frase contundente, casi socrática en su ironía:

Esta es una historia real… Está tomada de los diarios.

domingo, 16 de agosto de 2009

una de vampiros


Parece que la lluvia no quería aflojar. Que todo empezó con muchas, interminables lecturas y láudano a borbotones. Que la imaginación, abundante en esa casa en las afueras de Ginebra en el verano de 1816, hizo el resto. Lord Byron propuso pasar la noche inventando historias de fantasmas y sus invitados abrazaron la propuesta sin pensarlo dos veces. Curioso: los dos autores "famosos" del cuarteto, Shelley y el propio Byron, apenas si escribieron un par de páginas. Los otros dos, Mary Wollstonecraft y John William Polidori, dieron vida a dos monstruos fascinantes e irresistibles, como si esa noche hubieran decidido vampirizar a sus célebres compañeros.
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Y si el Frankenstein de Mary Shelley se pudo y se puede encontrar con facilidad en cualquier librería, no se puede decir lo mismo de El vampiro de Polidori. Razón de más para celebrar la reciente edición de Norma en su colección "Verticales de bolsillo", que se consigue a un precio más que razonable en las librerías de Buenos Aires. En la introducción se destaca la importancia de un relato escrito casi ochenta años antes del Dracula de Bram Stoker, se repasan algunas de las influencias que la obra ejerció en las generaciones posteriores, y también algunas de las influencias que se pueden rastrear en el propio Polidori: es difícil no imaginar a Lord Ruthven con los rasgos de Byron, de uno de cuyos personajes toma incluso su nombre. Vampirismo, en todos los niveles.
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Lo que no se menciona en la introducción -y esto no es necesariamente una crítica- es que apenas unos años después de editada la historia de Polidori, un éxito absoluto en Europa, un compositor alemán decidió hacer de ese relato una ópera. Der Vampyr de Heinrich Marschner es la típica obra que en todos los manuales de música, en todas las biografías de Wagner, en todos los ensayos sobre ópera alemana, se menciona como eslabón imprescindible, pero menor, en la cadena de grandes obras que va de La flauta mágica de Mozart hasta El anillo del nibelungo de Wagner, pasando por el Freischütz de Weber. Es, sin embargo, una obra notable, que en los últimos años se comenzó a rescatar de ese relativo ninguneo. Hace unos años la grabó Jonas Kaufmann, unánimemente aclamado por aportar sangre nueva a los escenarios líricos del mundo. Y aquí se puede ver un documental de media hora acerca de la producción del Vampyr en el Teatro Comunale de Bologna, en 2008.
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Parece que al bueno de Marschner le llegó la hora de la reivindicación. Y es que, se sabe, a veces los vampiros duermen, pero cuando se despiertan es muy difícil resistirse a su canto.