La noticia circuló este fin de semana, aunque la escena tuvo lugar hace más de un mes. Bob Dylan deambulaba por las calles de un barrio residencial de New Jersey y una vecina llamó preocupada a la policía, que procedió a llevarse al “anciano pordiosero”, a la sazón indocumentado. (Esto último es casi redundante: ni el documento de Dylan debe decir “Dylan”, ni el de Madonna, “Madonna”.) Finalmente, Dylan fue liberado una vez que su identidad fue corroborada por el personal de la gira que, junto a Willie Nelson y John Mellencamp, llevó por esos pagos a Robert Allen Zimmerman, a.k.a. Jack Frost, a.k.a. Jim Nasium, a.k.a. Alias, y siguen las firmas apócrifas. Y me pregunto cómo habría reaccionado esa pobre señora si se los cruzaba a los tres juntos, en especial a Willie Nelson y sus trenzas ancestrales.
Lo curioso es que la policía norteamericana, habituada a hacer cantar a los sospechosos, apenas logró arrancarle a Dylan unas palabras “incomprensibles”. Y yo sé de varios que dirán que esa era, precisamente, la prueba irrefutable de que el sospechoso en cuestión no podía ser otro que Bob Dylan.
Y claro, todos los medios cantaron al unísono el coro de "Like a rolling stone", en lo que sonaba a todas luces como un caso de tardía pero eficaz justicia poética. Ahí estaba él ahora, por las suyas, vagabundo, un completo desconocido. Y una única pregunta posible para hacerle a Dylan en ese momento: How does it feel?
La noticia que no circuló tanto fue la muerte de William Devereux Zantzinger, el pasado 3 de enero. El mismo de ese primer y contundente verso de "The lonesome death of Hattie Carroll":
William Zanzinger killed poor Hattie Carroll…
Y los diarios que recordaron la historia y algunos que se apresuraron a señalar que la canción de Robert Allen Zimmerman, a.k.a. Bob Dylan, estaba plagada de inexactitudes. Que escribió mal el apellido de Zantzinger. Que Hattie Carroll no tenía diez hijos, como decía la canción, sino once. Que omitió que la mujer murió bastante después del golpe de Zan(t)zinger y que no fue totalmente probado que ambos acontecimientos estuvieran relacionados. Que Dylan exageró la capacidad del terrateniente con nombre de ópera de Donizetti de utilizar influencias políticas para zafar de una condena mayor.
Porque, según parece, una cosa es que el dueño de una plantación de tabaco disfrute golpeando con su bastón a una sirvienta y otra muy distinta es que una canción no diga la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
En 1965, en un célebre recital en Manchester, Dylan zanjó la cuestión con una frase contundente, casi socrática en su ironía:
Esta es una historia real… Está tomada de los diarios.
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