viernes, 31 de diciembre de 2010

rituales

No soy muy amigo de los balances, así que prefiero cerrar la temporada blogger 2010 con un tradicional saludo con los mejores deseos para el 2011. No sé si ustedes tendrán un ritual, familiar o individual, para realizar en el momento exacto en el que se deja atrás un año (y una década, además, en este caso). Por mi parte, hace ya más de diez años que el cambio de calendario me agarra cantando esta canción.

Hasta el año que viene.

sábado, 18 de diciembre de 2010

cuestión de fe


Me apuro a señalar, para que nadie crea que sólo hablo de mis colegas de Ñ para criticarlos, que en el número de esta semana también es posible encontrar una de las entrevistas más interesantes que se publicaron en sus páginas en los últimos meses. Y sí, es sobre música. Lamentablemente, no se puede leer en la edición online de la revista -por alguna razón, los responsables de la selección optaron por cosas como esta-, pero vale la pena acercarse al kiosco y leerla. Allí, Simon Reynolds, historiador, crítico de rock y serial blogger, comenta el recientemente aparecido en castellano Después del rock. Psicodelia, postpunk, electrónica y otras revoluciones inconclusas. Casi al final, aporta una reflexión más que interesante, que puede leerse como perfecto complemento de esa otra, cortesía de Dave Hickey, que hace unos meses fue posteada en este mismísimo blog, o aquella otra, inspirada en Agamben y Benjamin, también sugerida aquí. Dice Reynolds:

La palabra que prefiero usar [para la labor del crítico] es evangelización, en el sentido de que el escritor es un creyente que está evangelizando sobre la música que piensa que es mejor que otra música que recibe mucha atención y tiempo de escucha. Cree que la música que valora enriquecerá la vida de los lectores, que puede expandir sus horizontes y estirar sus gustos, pero que puede ser simplemente un sacudón de energía o un destello de belleza. En la base de cualquier buen texto musical está siempre la exhortación: "Tenés que escuchar esto", o la intimación: "No te aburrirás escuchándolo". Hay algún tipo de urgencia moral en ello, en el sentido de que la vida es breve y el tiempo derrochado en cosas que no valen la pena es una pérdida terrible.

Al final, nomás, eran ciertos esos versos de un célebre himno de estadios: "God gave rock and roll to you / and put it in the soul of everyone".

descubrimientos


Está bien, a todos nos puede pasar. No voy a dar nombres porque no importa tanto a quién se le escapó la tortuga (y el próximo podría ser cualquiera de nosotros, al fin de cuentas). Pero en este caso pueden extraerse algunas interesantes conclusiones colaterales, así que vale la pena detenerse en el último número de la revista Ñ. Allí se nos cuenta, en las primeras páginas, que si uno se dedica a deambular por YouTube puede experimentar, ocasionalmente, una epifanía, el descubrimiento de algo deslumbrante y desconocido entre tanta interferencia, entre tanto ruido blanco. Arvo Pärt, por ejemplo. O una obra como 4'33'' de John Cage.

Y, de acuerdo, en el caso de Cage la noticia tenía que ver con la inminente coronación como el single navideño más vendido en Inglaterra de su obra más emblemática. Pero es que esa noticia venía condimentada con una explicación más o menos detallada de esos 4 minutos y 33 segundos de silencio... o no.

Insisto, mi intención no es en absoluto caerle al cronista por descubrir demasiado tarde a Cage y Pärt que, convengamos, no son de esos nombres-contraseña que se pronuncian en voz baja para señalar la pertenencia a un selecto grupo de iniciados. Confundir lo desconocido con lo que uno conoce por primera vez es, mal que nos pese, uno de los vicios más comunes del homo sapiens 2.0. Sí me interesa señalar que sólo en el ámbito de la música puede darse que se nos presente como algo novedoso algo que, en rigor, tiene ya varios años y ocasionales apariciones en discusiones más o menos mainstream. Dicho de otro modo, nadie escribiría hoy, después de leer por primera vez Las ratas de José Bianco, que hizo un descubrimiento digno de ser anunciado a los cuatro vientos, o nos describiría las motivaciones de Warhol al pintar una lata de sopa. A tal punto es así, que el propio cronista que detalla en qué consiste 4'33'' sólo se limita a mencionar el mingitorio de Duchamp, sin mayores explicaciones. Ése lo conocemos todos.

En música, sin embargo -y sobre todo en esa música a la que tal vez por eso mismo se la llama "contemporánea"-, parece que está todo por descubrirse otra vez. Cruzado a Johnny Carter con Macbeth, "esto lo están tocando mañana, y mañana, y mañana."

lunes, 13 de diciembre de 2010

nunca taxi


A riesgo de que algún lector trasnochado interprete que a mi supuesta animadversión hacia público tradicional de ópera, críticos musicales y abogados agrego ahora a los periodistas en general (y a los columnistas de La Nazión en particular), me permito señalar el siguiente, deplorable párrafo de Pablo Sirvén en su columna dominical del diario de los Mitre, que transcribo:

No está quedando bien Mauricio Macri, paradójicamente, con los extremos sociales que pueblan la ciudad que gobierna. De Soldati no se hablará aquí, ya que los lectores encontrarán abundante información en otra parte de esta edición. Salvando las distancias, la clase más alta también se encuentra frustrada por el irregular funcionamiento de su joya ciudadana más emblemática: el Teatro Colón.

Voy a pasar por alto el hecho de que para el cronista el problema de Soldati no sean los muertos y la irresponsable xenofobia del Jefe de Gobierno sino el aparente daño a la imagen del líder del PRO. Más grave, tratándose de una columna de un suplemento de espectáculos, es el hecho de que para Pablo Sirvén el Teatro Colón sea "la joya ciudadana" de "la clase más alta" de la ciudad de Buenos Aires. La afirmación es todo menos inocente: hubo varias administraciones del Teatro Colón que hicieron lo imposible para intentar desarmar el prejuicio según el cual el Colón es patrimonio de una supuesta elite económica, cultural o, peor aún, intelectual. Esfuerzos por entender que un teatro como el Colón debe interpelar a la ciudad que le da sustento y razón de ser, que debe ser un ámbito de inclusión -no porque escuchar una sinfonía haga mejores a las personas, sino porque la posibilidad de disfrutar una sinfonía no debería ser nunca una prerrogativa de clase-. Es claro que nada de esto integra el menú cultural del PRO, como quedó en evidencia el día de la reinauguración de la sala el pasado 24 de mayo.

Curioso: el mismo día en que un diario critica al director del Colón por descuidar a las sufridas clases altas de Buenos Aires, otro publica tres páginas de una entrevista a ese mismo director, que anuncia que la temporada 2011 del Teatro "es maravillosa y espero que tenga el mismo brillo que ésta y, si es posible, que la supere" (curiosa expectativa: en cualquier caso, sólo basta con que llegue hasta el final sin interrupciones para que la temporada 2011 supere a la 2010, que si brilló en estas últimas semanas, lo hizo por su ausencia).

Pero ya que Sirvén habla de joyas en La Nazión, un párrafo de la entrevista en Perfil es, también, digno de mención. Transcribo la respuesta de García Caffi ante la pregunta respecto de la denuncia por parte de la encargada de la biblioteca del Teatro, Diana Fasoli, del aparente robo de más de 160 objetos de valor del patrimonio del Teatro:

"No lo sé. Todo eso proviene de dos y tres años antes de haber asumido yo la dirección del Teatro. En esa denuncia, señala que le faltan cerca de cien fascículos, libros, etc. Y yo me preguntaría –señala García Caffi con ironía–, con mucho cuidado, ¿qué pasa con una directora de un sector donde faltan 164 libros? Y a la cual, además, le robaron el bastón de Puccini. Me parece que sería ella la que tendría que preguntarse qué pasó con todo eso."

Que la respuesta de García Caffi es PRO, no caben dudas: cumple con el requisito de ser, como decimos en mi barrio, buchona y vigilante, como le gusta al Jefe. Pero más curioso aún es el hecho de que ni el propio director del Colón ni su brillante entrevistadora adviertan las terribles consecuencias que resultarían de aplicar ese mismo razonamiento a la propia gestión de García Caffi al frente del Colón. Parafraseando, entonces: ¿qué pasa con un director de un teatro donde se suspenden tantas funciones?

Pero, insisto, me interesa más la función que cumplen periodistas que gozan de un cierto prestigio, como Magdalena Ruiz Guiñazú y Pablo Sirvén. Las joyas del fin de semana son, sin dudas, sus respectivos aportes a la idea de que el Colón debe ser un ámbito para pocos. Una actitud que sólo puede considerarse irresponsable, por utilizar un adjetivo piadoso y que deja un margen para la esperanza, por módica que sea, de que puedan algún día cambiar de parecer.

Si no, mal que les pese, habrá que calificarlos de periodistas militantes de una causa que atrasa casi un siglo.

jueves, 2 de diciembre de 2010

huele a espíritu adolescente


Ya se dijo muchas veces, pero no está de más recordarlo: si hay un lugar en el que no es necesario pedir perdón por un exceso de autorreferencialidad, ese lugar es un blog. Así que aquí voy, y aquí vamos:

No es que me quiera mandar la parte, pero en los lejanos tiempos en los que trabajé como editor responsable de la Revista Teatro Colón, tuvieron lugar algunas cosas de las que me siento particularmente orgulloso. Entre ellas, convocar a Osvaldo Bayer para la reivindicación del anarquista Severino Di Giovanni, encarcelado en 1925 por protagonizar una protesta contra una función filo-fascista en el Colón -y si alguno se apresura a señalar la coincidencia entre el efervescente pasado y el tumultuoso presente del Colón, me apresuro yo mismo a señalar, también, la diferencia entre aquellos manifestantes y los de la actualidad, para ser justos-, o también a Sandra Russo, para poner el ojo en la curiosa ambigüedad de las heroínas de las óperas del siglo XIX -y que conste que eran épocas en las que 6-7-8 ni siquiera era un embrión de idea en las mentes de los responsables de la TV pública.

Digo que me siento particularmente orgulloso porque, aunque módico, un mínimo escandalete se suscitó a partir del aparente "zurdaje" que había aterrizado en las exclusivas páginas de la revista del Colón, con tanta publicidad de Rolex dando vuelta. Años más tarde, ya en el Teatro Argentino de La Plata, la intención es más o menos la misma: generar aunque sea un mínimo de incomodidad en un discurso tradicionalmente chato -con las excepciones del caso, desde ya- como es el de la crítica musical en la Argentina. Y no: no es que el título 51-9-10 aluda a algún tipo de producto derivado de 6-7-8. De hecho, ya no escribe Sandra Russo, no lo entrevistamos a Víctor Hugo y a la señora Legrand la revista le parece "excelente". Ja.

Pero bueno, algo de incomodidad siempre se genera, y allí está la reciente publicación de Gustavo Otero en MundoClásico.com para dar cuenta de ello. Transcribo solamente el párrafo dedicado a la revista:

Quizás uno de los puntos negativos sea la escasa diversidad de opiniones con que cuenta la Revista del Teatro y dentro de ella el jalón más bajo se da en las adolescentes notas de su editor, denostando en cada número al público tradicional de ópera, a los críticos y, cuando puede, a los abogados.

Al respecto, un par de precisiones:

- la "escasa diversidad de opiniones" a la que se alude es lo que los periodistas suelen llamar "línea editorial": la Revista es concebida como una unidad con una relativa coherencia, lo cual automáticamente excluye ciertas miradas para privilegiar otras -esas otras, dicho sea de paso, tienen sus propios canales para ser expresadas: la diversidad no nos prescribe a todos opinar todo, sino a cada uno opinar lo suyo;

- la crítica al público tradicional de ópera, a los críticos y a los abogados no es producto de una inquina personal. De hecho, que el propio Otero pueda caer ocasionalmente en las tres categorías es, supongo, pura coincidencia. Por caso, la última nota publicada con mi firma en la revista repasa el caso, comentado aquí, de Donald Rosenberg: o sea, un crítico expulsado del medio en el que escribía por un conflicto de intereses. Un tema que, tal como sugería la nota, pretendía ser el disparador de una discusión acerca de las prácticas actuales de la crítica musical. Si un lector, que además trabaja como crítico, extrae como única conclusión del asunto que el que firma la nota tiene un problema con los abogados... bueno, la discusión se posterga hasta nuevo aviso;

- esta va gratis, consejo de editor a una pluma poco entrenada: el ninguneo es un arte sutil, y se practica con ciertas reglas. Por lo general, el medio de menor prestigio es el que debe elegir al de mayor trayectoria para, como se suele decir en estos casos, "agrandarse" midiéndose con quien ostenta el cartel más vistoso. Así, podría haberse esperado que una revista nueva y de escasa tirada como 51-9-10 critique a la tradicional Revista Teatro Colón, en la que escribe Otero. El movimiento inverso está contraindicado: le da visibilidad a quien, en principio, no la tiene, o la tiene en menor grado. A menos que, como ya señalaba Tomás de Aquino en su Summa Theologiae, se trate de un caso de invidia: ahí si, contrario a lo que suele creerse, es el que está más arriba el que se siente amenazado por el que sube. Una rápida comparación entre las dos revistas, en cualquier caso, podría aclarar este dilema...

- lo mismo vale para la supuesta batalla generacional que sugiere el vocablo "adolescente": usualmente, son las generaciones más jóvenes las que necesitan atacar a sus mayores, como una afirmación de su propia identidad. Por otra parte, la batalla generacional suelen ganarla los más jóvenes, casi por una cuestión cronológica: aunque en casos particulares pueda suceder a la inversa, por lo general los más viejos mueren primero. Si, por el contrario, son los mayores los que se lanzan a criticar a los adolescentes, sencillamente quedan encasillados en la categoría de "carcamanes", por utilizar un vocablo ligero, casi paternalista.

Me quedo con Tom Waits, entonces: si 51-9-10 es una revista adolescente, I don't wanna grow up.