Como los preparativos para el último programa del año me tienen un poquitín nervioso, decidí despejarme un poco y acercarme a la inauguración de la más que recomendable muestra Inspiracionales en la Gachi Prieto Gallery, Uriarte 1976, pleno corazón de Palermo. Allí pueden verse unas obras geniales de Nicolás Arispe (lector de este blog, pero más lector del blog de Alberto Laiseca, y lo bien que hace), y otras, igualmente geniales, de Nelson Luty y Sebastián Barreiro.
A propósito de estos muchachos... fíjense qué curioso. Yo llegué allí por invitación de Nicolás, y sin conocer a los otros dos artistas involucrados en la muestra. Muchos otros había, como yo, que llegaban por sus lazos con alguno de los tres, pero sin conocer a los otros dos, con lo cual, acaso inspirado por los generosos vasitos de cerveza bien helada con los que uno podía acompañar la degustación visual de las obras en cuestión, se me ocurrió inmiscuírme en los diversos grupos de amigos, haciéndome pasar por cualquiera de los dos artistas que no era el artista al que ese grupo conocía. Para ser claro: cuando me entrometía en el grupo de seguidores de Nelson, decía que era Sebastián o Nicolás. Cuando estaba entre los fans de Sebastián, usurpaba la identidad de Nicolás o Nelson. Y cuando estaba entre los amigos de Nicolás... bueno, muchos de ellos son también mis amigos, así que ahí el fraude era más complicado. Pero no imposible, porque gracias a la complicidad de algunos inescrupulosos pude recibir algunas inmerecidas felicitaciones por esas maravillosas obras que había visto apenas un rato antes.
Lo cual nos sugirió a todos una idea interesante, sobre todo teniendo en cuenta que las inauguraciones cuentan, las más de las veces, con un servicio de catering bastante hospitalario. La propuesta, entonces, sería recorrer muestras y otras tertulias simulando ser uno de los artistas agasajados. La idea funciona mejor en eventos grupales, porque la atención se reparte en varios centros de gravedad, a diferencia de los unipersonales, en donde todas las miradas convergen en un único punto. A menos, claro está, que el artista en cuestión sea uno de esos genios torturados con fobia social que no aparece en sus muestras, en cuyo caso es más sencillo tomar su lugar ante las cámaras. No sería extraño que, si es verdaderamente fóbico, el artista en cuestión respire aliviado al mirar en sus cuatro televisores cómo un alma caritativa se encarga de ponerles el cuerpo a todos esos horripilantes flashes. Es más, no habría que descartar la posibilidad de usurpar el lugar de los más variados artistas ante las desesperadas y fugaces cámaras de los jóvenes y cada vez más numerosos (o numerosos y cada vez más jóvenes) movileros, personajes que la mayoría de las veces no saben quiénes son las personas que tienen que entrevistar. En esos casos lo más sencillo es acercarse a un movilero con cara de despistado (o sea, cualquiera), poner cara de circunstancia (o sea, cualquiera) y esperar a que, inevitablemente, lance la pregunta:"Perdón, ¿sabe Ud. quién es el artista X (o sea, cualquiera)?"
Entonces, sonreír entre socarrón y paternal, agitar un poco la copita de champán, bajar levemente los anteojos negros (¿hace falta aclarar que siempre hay que llevar anteojos negros?), clavar la mirada en el/la aterrada/o movileru/i y espetarle, con mucho glamour y sin mayor hesitación:
"Semuá".
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