martes, 17 de marzo de 2009

it's alright, ma (sólo huelo mal)

Inesperadas derivaciones de la discusión del post anterior: tanto hablar de las ediciones de papeles póstumos y grabaciones alternativas, tanto preguntarse por el morbo del público que quiere acceder a la intimidad de sus artistas favoritos y, prácticamente, analizar los contenidos de sus tachos de basura en busca de dudosos souvenirs... para que, de un solo golpe, todas esas preguntas queden en la nada y se desintegren. O se descompongan, para ser más exactos. Y entonces los vecinos llaman y se quejan por el olor.

Los vecinos de Bob Dylan, al menos. Que seguramente disfrutan con las emanaciones del genio de su ilustre vecino, pero que no están dispuestos a tolerar las emanaciones del baño instalado en el parque de su casa de Malibú. Es que, la verdad sea dicha, lo más probable es que pocas veces haga uso de ese baño el bueno de Bob, todo el año de gira, no direction home, like a rolling stone y todo eso, y sean los empleados de seguridad de la casa californiana los que tengan que hacer uso (y abuso, evidentemente) de las instalaciones.

Nada de eso opaca la noticia del inminente lanzamiento de Together through life, nuevo disco de Dylan, previsto para el 28 de abril. Al respecto, el propio Dylan cuenta que antes

...no parecía eistir un consenso entre mi público. Algunos preferían las canciones de mi primera época. Otros, los de la segunda. Algunos, los de mi período cristiano. Otros, los de mi época post-colombina. Otros, los de la pre-rafaelista. Y algunos prefieren mis canciones de los noventa. Creo que ahora a mi audiencia no le preocupa de qué período son las canciones. Sienten el estilo y la sustancia de un modo más visceral, y eso es todo. Las imágenes ya no los trastornan como antes. Por ejemplo, si en alguna de mis canciones hablo de un astrólogo con prontuario, ya nadie se va a preguntar si la humanidad está condenada. Las imágenes son tomadas en sentido literal, y eso, de algún modo, me liberó.

Esas palabras me recordaron cierto comentario que alguna vez leí en algún artículo de Rodrigo Fresán, señalando ese verso extraordinario y, sí, mercurial que estalla en una de las estrofas de "Visions of Johanna",

the ghost of electricity hangs in the bones of her face

considerado por varios fanáticos célebres y profesores autodidactas como el más representativo de todo el corpus dylanita. Y pensé en que, es cierto, hace algunos años podían escribirse libros enteros acerca de qué era lo que había querido decir con eso "la voz de una generación", mientras que ahora podemos escuchar una y otra vez ese verso extraordinario y entender que lo que allí se dice es exactamente eso que allí se dice.

Lo cual no quiere decir que "eso que allí se dice" se agote únicamente en esas palabras. Porque, claro, también está aquello de "cómo es que se lo dice", y ahí sí que Dylan tiene para ofrecer toda esa proverbial variedad de recursos expresivos que sólo pueden ignorar los fundamentalistas de las voces-inmaculadas-que-sólo-sirven-para-cantar.

Y entonces sí, volvemos a lo de la entrada anterior. ¿Por qué privarnos de escuchar lo que el artista en cuestión decidió dejar afuera de la versión final del disco? Ahí están, por ejemplo, las dos versiones de "Idiot wind": la primera, grabada en Nueva York, una de las canciones más tristes que se hayan escuchado (pero que no habríamos escuchado si nos contentáramos únicamente con la edición oficial del disco); la segunda, grabada en Minneapolis, la que finalmente quedó en Blood on the tracks, mucho más amarga, con una violencia apenas contenida.

Eyolf Østrem, comentando las versiones de "Can't wait" -la que finalmente fue incluída en la edición de Time out of mind y la anterior versión que hace poco fue editada en el volumen 8 de las Bootleg series- arriesga que la diferencia en las versiones tiene que ver con las diversas etapas que el narrador atraviesa en un proceso de separación. La primera versión es todavía una canción de amor -dolorosa, pero canción de amor al fin-, mientras que la segunda es una canción acerca de la pérdida. Y allí donde la primera podía sonar casi desesperada, la segunda ya es decididamente apocalíptica. Algo así pasa también con las versiones de "Idiot wind", y el caso es que, si no existiera esa moderna compulsión por conocer de un artista incluso las versiones que quedaron afuera de los discos, nos habríamos perdido muchísimas grandes canciones, o enormes versiones de canciones que ya conocíamos, pero que de golpe pueden transformarse en algo más.

Otra interesante derivación de este nuevo Dylan, cuyas imágenes poéticas pueden ser tomadas en sentido literal -y que, según parece, se aplica retrospectivamente a todas sus canciones, pasadas, presentes y futuras- es aquella célebre respuesta a un periodista británico que le preguntó qué clase de artista era. "I'm a song and dance man", dijo Dylan, y los que lo vimos en Rosario el año pasado podemos dar fe de que esa frase fue pensada en un sentido estrictamente literal. Miren, si no, los pasitos de baile que arriesga Dylan mientras homenajea a Johnny Cash con una de esas famosas "canciones de trenes".

Y el tren puede ser lento, pero llega.

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