jueves, 30 de septiembre de 2010

los camellos


Entiendo que esta entrada llega un poco tarde, habida cuenta de los más recientes sucesos en el Teatro Colón, pero no quería dejar pasar la oportunidad de señalar algo que, cuando lo leí por primera vez, me llamó un poco la atención. Así que sepan disculpar si esto ya fue dicho en otra parte, pero después de casi veinte horas de viaje es lógico que las neuronas tarden en reacomodarse. Jet-lag y esas cosas.

Pero dije que leí algo digno de mención. Y lo que leí son las palabras de Pedro Pablo García Caffi acerca de su reciente puesta de Kátia Kabanová. Dice el director del Colón en el programa de mano y en el último número de la Revista TC: "es necesario recrear cada uno de los roles, generar un espacio escénico y estructurar los detalles de las acciones de los distintos personajes como esqueleto de la continuidad narrativa. Cada frase musical, cada parte cantada, cada gesto corporal de esta ópera supone implicaciones psicológicas, pero básicamente me he centrado en el lirismo para acentuar los valores de esta narración".

Yo no sé ustedes, pero para mí esta cita es, palabras más, palabras menos, la descripción del trabajo del régisseur. Y no estoy hablando del régisseur de Kátia Kabanová, sino del creador de cualquier puesta en escena, para cualquier ópera. Al parecer, estaban todos tan distraídos criticando al pobre director por sus escasos antecedentes en el rubro, que nadie reparó en que aquí, de su puño y letra, él aseguraba que su intención era, ni más ni menos, hacer lo que cualquier régisseur haría: "generar un espacio escénico" en aras de una "continuidad narrativa", etc.

Claro que, como los camellos que Borges echaba de menos en el Corán, sólo alguien que no es régisseur dice que hará el trabajo del régisseur. Los que lo son, van y hacen su trabajo. Podrán explicar -aunque no deberían, pero esa es otra discusión- por qué instalaron el Castel Sant'Angelo en Plaza San Martín, o por qué les exigieron a los cantantes entrar y salir de escena en silla de ruedas. Pero, en todo caso, explican por qué hacen lo que no deberían hacer. El resto es lo que se espera de ellos.

Aunque acaso lo de García Caffi haya sido una velada crítica al estado de cosas. Hoy en día, cuando nadie parece hacer lo que debe y la pornografía lírica parece haber copado los teatros, no está mal que alguien nos recuerde en qué consiste el noble arte de poner en escena una ópera. Bien por él.

O tal vez, simplemente, esta vez se le escapó el camello.

jueves, 23 de septiembre de 2010

ojos bien cerrados


Uno de los lugares comunes de la así llamada "música clásica" es su alto grado de espiritualidad, abstracción, pureza u otros etéreos sustantivos por el estilo. Ya se ha escrito bastante sobre el tema, de modo que no voy a abundar aquí en detalles. En todo caso, me interesa reparar en que probablemente allí resida la motivación de otro lugar común de la música "culta" (y este nombre es peor que el de "clásica") que es el de la ventaja de escucharla con los ojos cerrados, como si así pudiera cancelarse la existencia de ese mundo exterior, demasiado terrenal para la búsqueda de lo absoluto a la que invitan las fugas de Bach, el Ave verum mozartiano, el acorde de Tristán.

Patrañas. En primer lugar porque la pretendida epojé debería cancelar también esos sonidos que, además de ingresar por el oído, suelen llegar, en más de una oportunidad, a conmover al cuerpo, tanto como lo hacen con el alma, cuya existencia la crítica musical jamás ha puesto en duda (¿y qué música escuchará Stephen Hawking? Se me ocurre que Kraftwerk, pero vaya uno a saber...). Pero también porque hay piezas supuestamente "absolutas" de cuyo aspecto visual no puede hacerse abstracción, así sin más. Y no hace falta entrar en el campo de la ópera: cualquiera que haya asistido a la función de la Octava sinfonía de Mahler hace unos días en La Plata habrá advertido hasta qué punto no sólo los sonidos, sino fundamentalmente la espacialidad del sonido es lo que produce ese efecto de pretendida "elevación": no es sólo lo "eterno-femenino" lo que nos guía hacia lo alto.

Pero escribo todo esto porque ya van dos veces en pocas semanas que leo en Clarín opiniones que me parecen, cuando menos, discutibles. Digo "discutibles" para diferenciarlas de otras opiniones vertidas en otro matutino que, lejos de poder discutirse, mueven a una risa incómoda. Pero estas otras, decía, me animo a discutirlas porque provienen de dos personas que aprecio y respeto como Federico Monjeau y Sandra de la Fuente. Uno, al hablar de la Aída que dirigió Barenboim en versión de concierto en el Teatro Colón, y otra en la reciente crítica de la Kátia Kabanová de Jánacek. En ambos casos, se sugería que determinadas óperas no sufren cuando se les sustrae el elemento teatral. Y eso es lo que me parece discutible.

No se trata, desde ya, de prohibir las versiones de concierto o de favorecer el mercado del dvd por sobre el del cd o los viejos y queridos vinilos. De hecho, uno puede conmoverse hasta las lágrimas escuchando algunas óperas en disco, del mismo modo en que uno disfruta la lectura de Shakespeare, Molière o Ibsen. Pero decir que la obra no pierde nada en el camino me parece un poco exagerado. Es cierto que algunas puestas en escena funcionan mejor en radio o cd, pero quitarle el componente escénico a una obra (incluso a Erwartung de Schönberg, por poner un caso extremo) es quitarle parte de su sentido. La obra, aunque sea en grado ínfimo, se resiente.

Entiendo que, dado lo difícil que resulta encontrar puestas completamente satisfactorias, uno sienta la necesidad de "refugiarse" en la intimidad del disco, un poco como sugería Brahms, que, ante la escasa calidad de algunos músicos, prefería quedarse en su casa leyendo partituras. En su cabeza, decía, los sonidos eran mucho más exactos que en las filas de muchas orquestas de Alemania. Y mejor ni pensar en las cosas que Brahms habrá hecho, en su imaginación, con Clara Schumann.

Y ahora que lo pienso, ¿será por eso que Brahms nunca escribió una ópera?

martes, 21 de septiembre de 2010

hasta la vista, baby


Me pregunta Diego F. cuándo estará terminado un libro sobre el Teatro Colón que viene un tanto retrasado... Se me ocurre que seguramente estará listo para entrar a imprenta cuando reciba mi primera amenaza de muerte. ¿Notaron que Luis Majul, Federico Andahazi y hasta Alfredo Leuco recibieron amenazas justo en el momento en el que tenían que promocionar sus nuevos trabajos? Evidentemente, los malvivientes quieren aprovechar el pico de mayor euforia popular por los susodichos. A ellos, vaya dedicada esta bonita melodía.

PS: acabo de recibir una amenaza: "Terminá el libro o vas a cobrar". No, perdón, leí mal: "Terminá el libro o NO vas a cobrar". Ahí está.

lunes, 20 de septiembre de 2010

chequear al checo


La página oficial del Teatro Colón informa que, recuperando una tradición largamente olvidada, la ópera Kátia Kabanová de Leos Janácek será dirigida por el propio compositor, desde el paraíso.

PS: Mediodía. La página del Teatro anuncia que el M° Janácek cancela su visita.

jueves, 16 de septiembre de 2010

se acabó lo que se daba


Este es un blog (o pretende serlo, al menos) dedicado fundamentalmente a la música.

Es un blog bastante modesto. Un microemprendimiento, diría yo.

Pero este blog (¡gracias totales!) recibe unas trescientas visitas semanales.

Trescientas personas, ¿se dan cuenta? Es un peligro.

La recomendación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires es suspender la habilitación de este blog.

lunes, 13 de septiembre de 2010

un caso curioso

Por estos días, blogósfera, twittósfera y facebookósfera argentinas están revolucionadas por el anunciado regreso de Sir Paul McCartney. Hasta la pogósfera se ha movilizado, si es cierto que el escenario previsto será el recientemente analizado Monumental de Núñez.

La visita de McCartney (68) se suma al anuncio del lanzamiento de nuevos discos de Robert Plant (62) y Bob Dylan (69) -aunque, claro, el disco de Dylan es en rigor una edición de los célebres y hasta ahora piratas Witmark Demos de los años 1962 a '64 cuando el joven Zimmerman contaba apenas 21 primaveras-, lo cual lleva a pensar que, OK, el rock no ha muerto, pero cada vez está más arrugado. Hasta la estrella rocker más relevante de los últimos años, Jack White, es un jovencito de 35 años con un espíritu de, digamos, 80.

El rock necesita con urgencia a su Benjamin Button.

jueves, 9 de septiembre de 2010

rock 'n pro (nennnneeenn)

No hice la conexión hasta que no vi la foto esta mañana, en el diario. Yo que me preguntaba cuánto faltaba para ver trasladada a los teatros la práctica del "público pintado" que implementaron los dirigentes futboleros de Italia... Y resulta que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ya dio el primer paso, convocando a "pogueros profesionales" (sic) en la cancha de River.

Y confieso que hace ya varios días que venía discutiendo con amigos acerca de la estupidez de la convocatoria. No porque no crea necesario realizar estudios ambientales (esa sería otra discusión), sino porque lo que me molestaba particularmente era la onda canchera que la gestión PRO intenta darle a este tipo de iniciativas en las que se pretende interpelar a la juventud, divino tesoro.


Hasta ahí, nada tan grave. Apenas un twitteo intrascendente de un ministro del Gobierno de la Ciudad Autónoma. Lo que no me imaginaba era que la cosa venía con remeras especialmente estampadas para la ocasión (en el amarillo de rigor) y $100 en concepto de honorarios.

Sería demasiado fácil, casi populista diría yo, mencionar la contemporaneidad de las tomas de escuelas en Buenos Aires. Baste con señalar que la juventud poguera, incorregiblemente chavista a pesar de los cien pesos en el bolsillo, saltó al compás de cantitos como "Macri, basura / vos sos la dictadura" y "El que no salta es del PRO".

Inevitable, con un Jefe de Gobierno que parece una cruza de Pomelo con Micky Vainilla.

lunes, 6 de septiembre de 2010

fasullo


Los italianos tienen una palabra maravillosa, una suerte de equivalente a nuestro "trucho" pero con un sonido más hermoso: fasullo. Se utiliza, por lo general, para señalar un simulacro, algo que pretende ser otra cosa, pero que no pasa de una mera imitación, por lo general bastante deslucida. Baste, como ejemplo casi extremo, la decisión del club Triestina, recientemente descendido a la serie C del Calcio: cubrir la tribuna con un lienzo en el que los tifosi están, literalmente, pintados. Es cierto: difícilmente se registren disturbios en esa platea, pero aún así, uno no puede dejar de preguntarse si no será demasiado...

... Y me respondo que no. Al fin de cuentas, como señala el cronista de La Repubblica, no sorprende tratándose de un fútbol que "ha vendido su alma (y, también, esa parte del cuerpo que se encuentra debajo de la cintura, vista desde atrás) a la TV y, por lo tanto, a la virtualidad." Y recuerdo aquella vez en que, mientras restauraban la fachada de la Casa de Gobierno, cada vez que uno pasaba por Plaza de Mayo se encontraba con una gigantografía del "modelo terminado". Hablando de vender el alma y otras partes de la anatomía: corrían los años '90 y entonces temíamos que, una vez retirado el lienzo, se descubriera que atrás ya no había nada.

Todo esto viene a cuento porque ya van varias funciones en teatros oficiales (el Colón en Buenos Aires, el Argentino en La Plata) en las que varias localidades reservadas a funcionarios o invitados VIP de diverso pelaje quedan vacías. ¿Cuánto falta para que esas butacas sean ocupadas por los imitadores televisivos de los respectivos ocupantes? ¿O por sus hologramas? ¿O sus cartones troquelados tamaño natural?

El mismo artículo de La Repubblica cuenta que, en varios partidos del último mundial, el ruido de las vuvuzelas estaba amplificado por los parlantes del estadio. Otra idea para los teatros oficiales: aplausos amplificados, abucheos ecualizados para que suenen como vítores. En todo caso, yo me contentaría con que, en una platea dibujada como la de la Triestina, algunos tifosi tengan globitos de historieta con calaveras, viboritas, signos de exclamación y otros de esos hermosos y habituales simbolitos de puteadas.