Breve paréntesis. The New Yorker acaba de publicar en su edición de septiembre un par de poemas juveniles de Bob Dylan. Acá les dejo una versión en español de uno de ellos, aunque incluso si no leen en inglés les recomendaría detenerse en algunos sonidos maravillosos de la versión original, como ese "hovered over", un verdadero hallazgo: la aliteración da cuenta, de alguna manera, de esa capacidad que tienen los fantasmas de dejar un rastro sutil, como un eco, o como ondas apenas perceptibles sobre la superficie del agua de una piscina vacía. A mí me recordó a Rodrigo Fresán (otro eminente dylanita) y su chica-que-cayó-en-la-piscina-aquella-noche.
la muerte silenció su piscina
el día en que murió
suspendida sobre
sus perritos de juguete
pero no dejó rastros
de sí
en su
funeral
Y a modo de complemento, o de yang para un yin (tonic), vaya este video de Allen Ginsberg interpretando su Father Death Blues, o la canción del cisne de un poeta genial e insoportable. Ginsberg debería ser un personaje de Bolaño, aullando aquello de "he visto a las mejores mentes de mi generación destruídas por la locura, hambrientas histéricas desnudas" justo antes de viajar a Cuba y declararles a todos esos jóvenes barbudos en su español festivo y decadente: "Vengo a chingar al Comandante Guevara". Me lo imagino cantando esta canción sencillísima y perfecta en el DF, ante las grabadoras desvencijadas y ya casi sin baterías de Arturo Belano y Ulises Lima, que detrás de cámara se pasan la botella de mezcal Los Suicidas e intercambian miradas que pueden ser de incredulidad o de devoción o de miedo.
Y como post scriptum, aquí van también unos minutos de Ginsberg y Dylan junto a la tumba de Kerouac, tal como se los ve en el librito de Desire. Allá atrás, si miran bien, se puede ver otra tumba, abandonada.
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