... una cosa más: sobrevoló también el Filba el espectro de Mario Santiago, y la verdad es que el tema me tiene levemente preocupado (levemente, porque hay cosas mucho más preocupantes que la lectura solitaria de un poeta muerto). Me pasa con él lo que con muchos otros poetas, utilizada esta palabra en su sentido amplio: me gusta menos de lo que querría que me gustara. Probablemente todo el mundo haya experimentado alguna vez esa sensación, que no por difundida se hace menos ingrata. Me tranquiliza pensar que se ha publicado (y eso en forma muy, demasiado tardía, como bien señaló Villoro el domingo pasado) menos del 10% de la producción poética de Mario Santiago (para los que no lo saben, el hombre que inspiró el personaje de Ulises Lima en Los detectives salvajes), así que me consuelo imaginando que la resaca que los editores consideraron indigna de publicación esconde los tesoros que leyeron sus amigos, en alguna noche de insomnio en los bares del DF. Hay, sí, un poemita de Santiago que me resultó encantador, y que después me heló la sangre, o al menos me la enfrió un poquito. Se llama "Juan Ramírez Ruiz Dixit" y dixe:
La poesía es mi mujer
Le he dado todo
No me puede fallar
Ocurre que Juan Ramírez Ruiz murió el año pasado, en un accidente automovilístico... igual que Mario Santiago, muerto en 1998 en el momento exacto en el que Bolaño ponía el punto final a Los detectives salvajes. La anécdota la cuenta el propio Bolaño, que también cuenta algunas historias geniales de aquellos años de infrarrealismo mexicano:
Mario Santiago fue mi mejor amigo, mi mejor amigo de lejos. Era un ser rarísimo. En realidad, parecía haber bajado de un ovni hacía un par de días. Era un lector empedernido y hacía cosas tan extrañas como meterse en la ducha y seguir leyendo. Y lo peor es que lo que leía eran mis libros. Siempre veía mis libros mojados y no sabia qué había ocurrido. Yo decía: ¿es que ha llovido? Porque, claro, el DF es muy grande: puede llover en una zona de la ciudad y en otra no. Es raro, pero se puede dar ese caso; realmente es un fenómeno curioso de la naturaleza, pero se puede dar. Hasta que una vez lo sorprendí leyendo en la ducha, y yo lo que tenía que haber hecho era ponerme de rodillas a rezar, a rezar ante el milagro que había presenciado. Pero no lo hice, más bien lo reté.
Igualmente deliciosa era la pintada anti-infrarrealista que podía leerse en las paredes del DF, a modo de amenaza, pero de amenaza poética, que en el universo de las amenazas es la menos peligrosa pero también la más contundente:
Que Bolaño se vaya a Santiago y que Santiago también.
Y una cosa más: entre charla y charla en el Filba, alguien mencionó al pasar a Enrique Lihn. Y entonces recordé una serie de poemas que quedaron sepultados en una vieja computadora en una oficina del Teatro Colón. Es que es difícil encontrar ediciones de poesía chilena en Buenos Aires, e Internet ofrece breves muestras gratis en sitios tristísimos. Y entonces hay que atesorarlas, como se pueda. Y rezar para que alguien las encuentre. Uno de sus poemas se llama "Si se ha de escribir correctamente poesía", y entre otras cosas dice:
Quienes insisten en llamar a las cosas por sus nombres
como si fueran claras y sencillas
las llenan simplemente de nuevos ornamentos.
No las expresan, giran en torno al diccionario,
inutilizan más y más el lenguaje,
las llaman por sus nombres y ellas responden por sus nombres
pero se nos desnudan en los parajes oscuros.
Discursos, oraciones, juegos de sobremesa,
todas estas cositas por las que vamos tirando.
Sólo una cosa más, a modo de colofón intrascendente, y para conectar los recientes momentos de este blog (a saber, el Momento Kagel y el Momento Bolaño): mi primera impresión cuando conocí en persona a Mauricio Kagel, caminando por Cerrito hacia el Teatro Colón, fue de sorpresa, y también de familiaridad. Una familiaridad extraña, y una sorpresa más extraña todavía.
Así, exactamente así, hasta el detalle del acento alemán, había imaginado a Benno von Archimboldi.
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