martes, 21 de julio de 2009

Ítaca revisited


Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Poseidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Poseidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.

Ítaca ya fue, alguna vez, tema de comentario en este blog. En esa ocasión, no mencioné a Kavafis, que algo sabía decir al respecto, como lo prueban esos primeros versos de su poema. Sí mencioné, entonces, la ópera de Monteverdi que en estos días se presenta en el Teatro Avenida. Son dos visiones muy diversas de una misma ciudad, de un mismo destino, entendido este último como el punto de llegada de un extenso viaje, no necesariamente determinado de antemano.
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El Ulises de Monteverdi no es en absoluto el mismo que partió a la guerra con Troya. Ese Ulises, el de las muchas mañas, el ideólogo de todo el asunto del caballo, el guerrero inescrupuloso, el Don Nadie que supo engañar a Polifemo, asoma fugazmente en el baño de sangre del final del segundo acto. Pero es apenas una ráfaga, el último destello de una furia demasiado antigua y, al decir verdad, agotada. El tercer acto es una alabanza a la fidelidad conyugal, una escena conmovedoramente doméstica, muy alejada de los tonos heroicos del primer acto, de las discusiones de los dioses y sus pactos demasiado humanos.
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Es rara la ópera de Monteverdi. A diferencia del Orfeo, cuyos personajes son relativamente unidimensionales –su profundidad, en todo caso, está dada por la perfección con la explotan una única gama de expresiones–, los personajes del Il ritorno d’Ulisse in patria tienen varios rostros. De todos ellos, Telémaco probablemente sea el que más se parece a los anteriores personajes de Monteverdi, los de la corte de Mantua. Ulises, Penélope y hasta los mismos pretendientes son, en ese sentido, más “venecianos”. El manejo de la tensión dramática, por caso, es ejemplar. Uno a uno, los nudos se van desatando (algunos más violentamente que otros), hasta que finalmente queda, como único lazo, el que une a los dos protagonistas, que terminan cantando al unísono.
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Pero Ulises y Penélope no se parecen a otros matrimonios. Leonora y Florestán, otra célebre pareja operística de cónyuges fieles, no pasan del trazo grueso, a pesar de la extraordinaria música de Beethoven. Con igual falta de sutileza, Jude the obscure de Thomas Hardy es poco más que un panfleto incendiario contra la institución matrimonial. El Ulises que, disfrazado, escruta los designios de los pretendientes y las respuestas de su esposa se parece bastante al Wakefield de Nathaniel Hawthorne. Y en el tercer acto, la desconfianza de Penélope acerca de la identidad de su marido se parece mucho a la de Laurel Sommersby en la película de Jon Amiel con Jodie Foster y Richard Gere. Como Sommersby, como Mambrú, Ulises también se fue a la guerra y cuando volvió ya no era el mismo.
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Un último comentario respecto de la versión del Ulisse que se puede ver por estos días en Buenos Aires. Lo de Víctor Torres es, como podía imaginarse, extraordinario. Lo mismo vale para el Telémaco de Franco Fagioli. Evelyn Ramírez, como Penélope, sorprende por la profundidad que logra transmitirle a su personaje. Pero hablar sólo de las voces sería injusto para una orquesta de lujo, con Manfredo Kraemer a la cabeza y dirigida por Juan Manuel Quintana con una riqueza expresiva deslumbrante. Es difícil imaginar mejores intérpretes para esta ópera. Y si parecen demasiados elogios, créanme que son pocos. Es la primera vez que esta ópera se presenta en Buenos Aires, y teniendo en cuenta que no se cumple ningún aniversario (de su autor o de su estreno), la propuesta es doblemente elogiosa en una ciudad que, de un tiempo a esta parte, fue perdiendo gran parte de su potencial creativo. Ya saben, el Colón sigue cerrado, pero tenemos jefe de policía.
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Y hablando de policía, yo sé de algunos que, si escucharan esta versión de la sinfonia de Il retorno d’Ulisse in patria por Il Giardino Armonico, no dudarían en pedir prisión preventiva para Giovanni Antonini y su banda milanesa.
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"Señor Montonero Antonini, RENUNCIE!"

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