domingo, 28 de abril de 2013

mejor leer


Hace poco más de un año, en noviembre de 2011, viajábamos con A. de Hannover a Milán, siguiendo la ruta del Never Ending Tour de Bob Dylan. Los largos viajes en tren por Europa invitan a la lectura, y entre algunos libros relacionados con nuestra práctica profesional de la filosofía medieval llevábamos también algunos diarios: el Süddeutsche Zeitung de Baviera y La Repubblica italiana (personalmente, me gustaba leer en Italia Il Fatto Quotidiano, pero su circulación no es muy grande, y se limita a algunas grandes ciudades). En La Repubblica, entre las noticias relacionadas con la reciente dimisión de Berlusconi, se anunciaba el comienzo de una nueva sección a cargo de Alessandro Baricco: una vez por semana, a lo largo de todo un año, el escritor turinés dedicaría una columna a un libro. Podía ser un libro cualquiera: no tenía por qué ser una novedad editorial, y ni siquiera tenía que ser un título literario. Libros de ensayo, de historia, filosofía, periodísticos, además de novelas de todas las épocas y latitudes, la única consigna era la de hablar de libros que hubieran afectado al columnista en los últimos diez años.

A todas luces, la vaguedad de la consigna no era sino un modo de justificar, al menos someramente, la verdadera intención del autor: hablar de los libros que se le antojaran. El primer título elegido, además de la presentación de la columna y la explicitación de esos límites autoimpuestos, tenían ese tono entre polémico y burlón, siempre estimulante, propio de los ensayos de Baricco, de El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin a Los bárbaros. Las columnas en La Repubblica comenzaban con un comentario de Open, la "autobiografía" (así, entre comillas, porque en realidad se trataba de la obra de un aplicado ghost writer) de Andre Agassi. No era, desde ya, lo mejor que había salido de la pluma de Baricco, pero no estaba mal, y su lectura era ideal para un viaje: inmediatamente uno podía discutir con el texto, imaginar qué títulos serían invocados en las próximas columnas, o incluso recordar qué libros lo habían afectado a uno en los últimos años, cómo respondería uno mismo al desafío planteado por Baricco. Al fin de cuentas, como sucede con la música, la literatura también ofrece uno de sus mayores placeres en la conversación, con uno mismo o con otros, acerca de los modos en los que nos afecta.

Hace poco, haciendo nuevamente el viaje de Alemania hacia Italia en tren, antes de tomar el vuelo que me trajo de regreso a Buenos Aires, me detuve a elegir algunos libros. Y además de algún título relacionado con la filosofía medieval, me encontré con dos volúmenes de la serie económica de la Feltrinelli que me hicieron recordar aquella experiencia del 2011: uno era La voce di Bob Dylan. Una spiegazione dell'America de Alessandro Carrera, originalmente publicado en 2001, y corregido y ampliado para esta nueva versión de 2011. El otro era Una certa idea di mondo de Alessandro Baricco; y cuando lo hojeé un poco para ver de qué se trataba me encontré con un texto ya conocido: una introducción que hablaba de una mudanza y de una biblioteca, y un comentario entretenido y polémico acerca de Open, la "autobiografía" de Andre Agassi. Lo que tenía en mis manos no era otra cosa que la colección, en formato de libro, de todas las columnas en las que Baricco había hablado de otros libros: los títulos que lo habían afectado en los últimos diez años.

Le di un vistazo al índice y repasé los nombres de los cincuenta libros que, durante todo un año, Baricco había comentado en sus columnas de La Repubblica. Con sólo mencionar algunos comprenderán porqué compré Una certa idea di mondo y comencé de inmediato su lectura: ahí estaban Roberto Bolaño, Javier Cercas, Christa Wolf, Descartes (?), Pierre Hadot, William Faulkner, Truman Capote, Paolo Villaggio y Charles Darwin, entre tantos otros, a merced de la mirada siempre fascinante -aunque muchas veces la fascinación se transforme en deseos de pelea a muerte- de Baricco. Empecé la lectura en el tren, la seguí en el aeropuerto, continué leyendo en el avión, y una inesperada niebla que mantuvo cerrado Ezeiza durante varias horas y nos obligó a desviarnos hacia Montevideo, me permitió terminar el libro con tranquilidad esa misma mañana, antes de llegar a Buenos Aires y retomar las obligaciones acumuladas en estas semanas de ausencia.

Y no sé si Una certa idea di mondo se editará en la Argentina (Mr. Gwyn, el último libro de Baricco publicado en nuestro país, llegó un año más tarde de su aparición en Italia). En todo caso, algunas de las columnas pueden rastrearse en el sitio de La Repubblica. No voy a repetir que los libros que reúnen artículos que hablan de otros libros son una debilidad personal. O sí: lo voy a repetir. Entre paréntesis de Bolaño ante todo, el modelo con el cual comparar todos los demás (a propósito: cuenta Baricco hablando de Bolaño que un escritor amigo, después de leer 2666, le escribió el siguiente SMS: "Leí a Bolaño. Cambio de profesión"). Después: No leer de Alejandro Zambra, De eso se trata de Juan Villoro, Temas lentos de Alan Pauls (estos tres últimos editados por la Universidad Diego Portales de Chile), El hombre que fue viernes de Juan Forn y, en el campo de los escritos sobre música, Escrito sobre música de Diego Fischerman. Y para cuándo, me pregunto, los prólogos con un prólogo de prólogos (no crean que me olvidé de Borges) de Rodrigo Fresán…

Del libro de Baricco, entonces, basta decir que le dan a uno ganas de leer los libros que todavía no leyó, de releer los que ya leyó, y de discutir la idea de literatura que se esconde detrás de ciertas elecciones, de ciertas frases contundentes y provocadoras. Y de revisar, por extensión, esa cierta idea del mundo detrás de todo, mencionada en el título, y que la literatura apenas si alcanza a sugerir, como ese Virgilio que nos acompaña hasta las puertas del Paraíso, sin poder atravesar la última frontera. Como apunta Baricco en la columna dedicada a La luchadora de sombras de Inka Parei: "puedo equivocarme, pero hoy en día, quien tiene mucho talento para escribir un libro, tiene también la capacidad suficiente para comprender que no vale tanto la pena".

Leer, recomendaba Bolaño. Siempre mejor leer.

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