La historia es conocida: atrapados por una tormenta inclemente que duró varios días, Percy Shelley, su mujer Mary Wollstonecraft, Claire Clarmont, Lord Byron y su médico y asistente John W. Polidori se entretenían leyendo cuentos de terror en una mansión cerca de Ginebra. Byron propuso que cada uno escribiera un relato de fantasmas, aunque él mismo fue el primero en abandonar el proyecto, apenas salió el sol. Percy Shelley escribió un cuento breve, Mary comenzó su Prometeo moderno, más tarde conocido como Frankenstein, y Polidori terminaría lo que su amo había dejado inconcluso: la historia de un vampiro, Lord Ruthven, sospechosamente parecido al propio Byron.
La historia, de hecho, fue publicada en 1819 con el nombre de Byron, aunque el poeta se apresuró a aclarar que no era el verdadero autor, y que el crédito le correspondía a Polidori. Unas décadas más tarde, la estrella del Lord Ruthven de Polidori sería eclipsada por la aparición del Drácula (1897) de Bram Stoker, que a partir de entonces fue la referencia ineludible para toda historia de vampiros.
Desde ya, Polidori no es el inventor del relato de vampiros, pero sin duda es el responsable de darle al monstruo el perfil que llegó a nuestros días: un personaje aristocrático, de modales refinados y una insaciable sed de sangre, preferentemente de jovencitas núbiles. Antes, los vampiros eran los protagonistas de cuentos populares de extracción rural, y rara vez frecuentaban los salones de baile de la nobleza europea. Y mejor ni hablar de los pálidos vampiros adolescentes de hoy en día, aburridísimos y grises en comparación de un Nosferatu y, si me apuran un poco, hasta de un Lestat.
El protagonista de la versión de Polidori, Aubrey, se pone al servicio del misterioso Lord Ruthven. Aunque tempranamente recibe pruebas del poder maligno de su amo, nunca las toma en serio. Llega incluso a burlarse de una familia de campesinos griegos que cree en los seres sobrenaturales (un guiño a la tradición rural de las historias de vampiros, a las que el "civilizado" Aubrey considera mera superstición), aún a pesar de las advertencias de la joven y hermosa Ianthe, que intenta convencerlo casi al borde de las lágrimas:
... she begged of him to believe her, for it had been remarked, that those who had dared to question their existence, always had some proof given, which obliged them, with grief and heartbreaking, to confess it was true.
En ese pedido de la pobre Ianthe late el corazón de la historia. Aubrey irá perdiendo amigos, amada y hermana a manos de Ruthven y sólo al final, convertido en un despojo, acabará por reconocer que su amo era un vampiro. No es difícil imaginar en ese Aubrey destruido al final de la historia al futuro Renfield del Dracula de Stoker.
En cualquier caso, la inminente llegada del invierno invita a releer El vampiro de Polidori. Existe también una hermosa adaptación del relato, cortesía de Heinrich Marschner: Der Vampyr (1828) fue una ópera increíblemente popular en su tiempo, precursora del teatro musical alemán de inspiración fantástica, de La flauta mágica de Mozart al Freischütz de Weber, que acabaría de tomar forma con las grandes obras de Richard Wagner.
Así que aquí tienen: un poco de música de vampiros, ideal para una noche de tormenta.
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