Hoy se celebra el bicentenario wagneriano y este blog no podía dejar pasar la oportunidad de celebrarlo. Basta con teclear "Wagner" en el buscador para advertir que el suyo es uno de los nombres más evocados en estudio de noche, casi al nivel de Roberto Bolaño o, por mencionar a otro artista que cumple años esta semana, Bob Dylan.
No me voy a extender demasiado, para no contribuir a la profusión de textos alusivos que se multiplican en las publicaciones de todo el mundo. Textos como este o este otro. Si todo va bien, espero terminar a tiempo la crónica de una peregrinación por el viejo continente para celebrar el aniversario wagneriano, en la mejor compañía posible, asistiendo en una semana a presentaciones de la primera y la última de las óperas de RW: el alfa y el omega de todo el asunto, de Die Feen (1833) a Parsifal (1882).
Mientras, los curiosos pueden darle un vistazo a Wagner & Me, el hermoso documental de Stephen Fry sobre la problemática convivencia entre su herencia judía y su pasión por el antisemita más famoso de la historia de la música. O, desde ya, aprovechar la excusa que ofrece el calendario y volver a escuchar alguna curiosidad que tengan olvidada en la discoteca, como esta. O acercarse al piano más cercano y tocar el acorde de Tristán, una especie de compulsión personal a la que someto todo teclado con el que me cruzo.
En fin... No se me ocurre, como homenaje, nada mejor que repetir aquí las palabras de Robert Walser, escritas para referirse a la música en general, pero que parecen dedicadas específicamente a la música de ese otro que comparte sus iniciales:
Me falta algo cuando no escucho música, y si escucho música, entonces empieza realmente a faltarme algo.
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