Cuando se anunció la inminente edición de Shadows in the Night, 36º lanzamiento discográfico oficial de Bob Dylan, dedicado a standards grabados por Frank Sinatra entre fines de los '50 y comienzos de los '60, la reacción inmediata fue un temblor. De emoción, para algunos; de temor para otros. Un periodista norteamericano lo resumió en pocas palabras: "es un proyecto que puede salir mal de demasiadas maneras". La calidad del primer simple colgado en el sitio oficial de Dylan, sin embargo, –una versión contenida y extraordinaria de "Full Moon and Empty Arms"– parecía despejar esas primeras dudas.
La salida del disco, finalmente, fue recibida con una admiración casi unánime, no sólo por la elección de los temas –una suerte de recorrido nocturno por todas las variantes posibles de describir un corazón roto–, sino también por la interpretación vocal de Dylan y, muy especialmente, por los arreglos, casi todos de una sutileza capaz de convertir al más escéptico: apenas la habitual banda de las etapas recientes del Never Ending Tour (con un Charlie "Boyhood" Sexton en estado de gracia) y muy ocasionales vientos. "Sin piano", enfatizó Dylan en la entrevista que acompañó el lanzamiento.
Y originalmente la idea era hacer un breve comentario del disco, pero se pueden encontrar varios (como este, por ejemplo), así que para qué insistir. Baste señalar que, entre los puntos más altos de un disco breve y rotundo, destacaría personalmente la ya mencionada "Full Moon and Empty Arms", el track que da título a esta entrada y, muy especialmente, "What'll I do", en la que hasta la respiración de Dylan entre los últimos versos es de antología.
Pero hay algo más: a juzgar por el extraordinario show que Dylan ofreció en Bamberg el último 23 de junio –y supongo que todos los otros shows de la gira europea, pero hablo de ese porque fue el que pude ver y escuchar sin poder creer lo que veía y escuchaba–, Shadows in the Night parece estar cumpliendo en el indetenible itinerario musical de Dylan lo mismo que, veinte años (!) atrás, cumplieron esas otras dos joyas en las que una mirada retrospectiva a la música ajena del pasado anticipaba y transformaba la mirada de las obras propias por venir. Dicho de otro modo: ya casi nadie duda de que la última transformación de Dylan, esa que produjo obras perfectas como Time Out Of Mind, "Love and Theft" y Tempest, tuvo su periodo de gestación en el combo Good as I Been to You y Wolrd Gone Wrong. Shadows in the Night, entonces, puede ser el punto de inflexión para una nueva transformación, que retoma las características de la etapa anterior y las lleva a un nuevo nivel.
Me explico. De 2008 a la fecha, las sucesivas encarnaciones del Never Ending Tour –con pocas modificaciones en la formación de la banda, que en los últimos años parece haber alcanzado su alineación definitiva– cambiaban día a día la lista de temas, pero mantenían un mismo formato: unas quince canciones más dos o tres bises ("Like a Rolling Stone", "All Along the Watchtower", "Blowin' in the Wind"), con apenas un lacónico saludo final de Dylan presentando a los músicos de "su" banda. En ocasiones, algún músico invitado (Mark Knopfler en 2011, por ejemplo, como se comentó aquí), en un formato visualmente sobrio, que concentraba todo el interés en la constante rotación y transformación de las canciones, a veces alterando algún que otro verso clave (alguna vez habría que compilar todas las encarnaciones de "Tangled up in Blue" de 1975 hasta la fecha), "declamando" las palabras en ese ya clásico registro que hace sonar a Tom Waits como uno de los niños cantores de Viena.
Ya no más: los shows de estos últimos meses –insisto, a juzgar por el único show que pude ver, más la lectura de las críticas de otros shows del mismo tramo de la gira– son una experiencia completamente distinta. Por lo pronto, son recitales de más de dos horas, organizados en dos grandes arcos con un intervalo. Al final de la primera parte, con un set list invariable y que inevitablemente termina con alguna de las canciones de Shadows in the Night, Dylan se acerca al micrófono para lanzar un "gracias amigos, enseguida volvemos". Cuando, avanzada la segunda parte, vuelve a sonar uno de los arreglos de Shadows in the night, se sospecha que la velada llega a su fin. La banda saluda pero, a los pocos minutos, vuelve para los bises. Ya no más "Like a Rolling Stone" –la estadística la señala como la más tocada por Dylan, después de "All Along the Watchtower"–: la noche termina con una versión incendiaria de "Love Sick", como si las canciones de esta gira, como las de Shadows in the Night, fueran una suerte de Winterreise del siglo XXI.
Pero el cambio principal, desde ya, no es del marco del espectáculo, sino que se advierte en el modo en que se (re)interpretan las canciones. A diferencia de las versiones "declamadas" de los últimos años, Dylan parece haber recuperado esa faceta de crooner que probó en algún momento, a fines de los 60, en la época de Nashville Skyline y Self Portrait –época no casualmente revisitada hace poco con la edición del volumen 10 de las Bootleg Series–. Dylan canta, aunque ese verbo aplicado a ese nombre le parezca sorprendente a más de uno. Alternando entre el piano (ya no más Korg), la armónica y el micrófono en el centro del escenario, las canciones más recientes y las canciones de siempre se reencarnan ahora en un registro nuevo, al que le cabe la descripción de ese verso de "Feel a Change Comin' on":
Algunas personas me dicen
que tengo la sangre de la tierra en mi voz.
Ojalá esta nueva encarnación del tour pase por Buenos Aires, o por cualquier lugar en el que ustedes estén para verla o volver a verla.
Un último comentario, a título de posdata, acerca de la inminente presentación de Dylan en San Sebastián, con Andrés Calamaro como artista soporte. Creo que ya dije aquí que fue gracias a Calamaro que finalmente pude apreciar el periodo "ochentoso" de Dylan, el último en ser aceptado en mi discoteca personal y todavía con alguna que otra reticencia. A su vez, parece bastante fácil encontrar en el periodo calamaresco de las grabaciones encontradas y El salmón la resonancia de las Bootleg series dylanianas (ya hablé de la relación AC/BD aquí, sin ir más lejos; y aquí y ahora lo hace el proprio AC). Pero hay algo más, que no es ni copia, ni homenaje sino algo más profundo: desde la época de El cantante, Calamaro viene proponiendo una búsqueda de las raíces de su herencia musical –el rock y el blues, pero también el tango, el folklore argentino, el flamenco y hasta la cumbia– que dio forma a sus mejores discos de los últimos años, y que se resume en las discusiones que se entablan en Twitter acerca de si la letra de "Tantas veces" es o no de Calamaro. Lo es, en el mismo sentido en que lo son las canciones de Dylan en las que cita versos enteros de los blues del Delta del Mississippi o pasajes de El gran Gatsby, Confesiones de un yakuza o la Biblia. Las canciones de Calamaro son inconfudiblemente suyas, aunque resuenen en ellas versos de José Larralde o de Homero Expósito. Él es también toda esa música que escuchó.
No es muy distinto el proceso de "intertextualidad" (ahora que está nuevamente de moda la palabra) en uno y otro caso. Se trata de artistas lo suficientemente originales como para dejar que a través de ellos fluyan años, décadas, acaso siglos de tradiciones musicales. También, como Dylan, Calamaro toca cada vez menos y canta cada vez más, dejando que se luzcan los músicos de su banda. Y tal vez a Dylan le quepan esos versos de la canción más dylaniana de Calamaro (al menos desde "Algunos hombres buenos"):
Buen día extraños asuntos de nariz y garganta.
(...)
Buen día, voy a seguir escribiendo canciones.
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