(Actualización del post anterior.)
Mientras en Buenos Aires continúa la primavera electoral previa al invierno de nuestro descontento, aquí, en el hemisferio norte (en Düsseldorf, más exactamente), el otoño hace eso que mejor sabe hacer: cubrir las calles con un colchón de hojas secas para incrementar la sensación de melancolía (y si creen que exagero, escuchen esa joya de Schubert llamada "Otoño", que algunos cantantes incluyen, más que merecidamente, en el corazón del no-ciclo Schwanengesang).
Pero no es de Schubert que quiero hablar aquí, sino de otras canciones otoñales, esas que Dylan grabó en el ya comentado Shadows in the night y que ocupan el centro de la escena en el tramo actual del Never Ending Tour. Y si el post anterior giró en torno a la transformación que las propias canciones de Dylan sufrieron después de haber pasado por la experiencia de arreglar e interpretar esas canciones grabadas por Sinatra en los '50 y '60, el tramo actual de la gira interminable (digamos, el tramo de otoño), introduce una inesperada variante respecto de los shows del último verano. Las canciones de Dylan, sencillamente, pasan a un inequívoco segundo plano. No sólo son menos, con casi la mitad del show cubierta ahora con covers. Dylan acentúa su costado crooner y se mantiene, salvo contadas excepciones, en el centro del escenario, moviéndose, intentando unos chaplinescos pasos de comedia para representar las situaciones que describen las canciones, casi todas variaciones sobre el tema de los corazones rotos, los bolsillos vacíos y las botellas llenas. Y el otoño.
Dylan se permite incluso ofrecer un par de standards que no forman parte de Shadows in the night, pero que habrían merecido acompañar esas joyas que son "I'm a fool to want you", "Why try to change me now", "The night we called it a day", "Autumn leaves" (obviamente) y (lo dije en el post anterior pero lo repito aquí) "What'll I do". Las nuevas incorporaciones son "Melancholy mood" y "All or nothing at all" y, como en las versiones de Shadows in the night, como cada noche de la gira interminable, la banda se luce en arreglos pensados para músicos que se conocen de memoria: Charlie "Boyhood" Sexton sigue robándose los aplausos cuando Dylan se mantiene en segundo plano, Donnie Herron toca cualquier instrumento que le pongan adelante, Stu Kimball es el encargado de arrancar cada una de las secciones del show, entrando guitarra en mano como músico callejero, y la base de siempre, más sólida que nunca: George Receli en batería y Tony Garnier en bajo.
Es raro asistir a un show de un artista que escribió casi 1000 canciones, muchas de las cuales cambiaron el curso de la música popular en el último medio siglo, y encontrarse con que la mitad del show está dedicada a canciones de otros. Pero eso es también Dylan, el tipo que desde su programa de radio o desde las pocas entrevistas que concede se dedica a recordar que alguna vez, cuando era apenas un chico de Minnesota, escuchaba esas canciones en la radio, y gracias a ellas decidió convertirse en Bob Dylan.
Como todas esas personalidades que desfilan en I'm not there de Todd Haynes, no importa cuánto se acerque uno a Dylan. Cuando cree que está a punto de entenderlo, ya no está allí.
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