viernes, 4 de enero de 2013

las vacaciones de la familia Strauss


Tenía pensado iniciar la temporada 2013 con un comentario acerca de un par de ecuentros con el nombre de Borges en lugares inesperados (el último "disco" de Beck, el último "libro" de David Foster Wallace), pero me pareció un tema demasiado intrincado para el veranito que comienza. Se sabe que estas son épocas en las que los temas serios no abundan y siempre se prefiere abordar cuestiones más ligeras, aptas para leer en la playa o tomando mate en las sierras. En cualquier caso, pronto tendré que escribir sobre esas curiosas apariciones del nombre de Borges, entre otras cosas porque espero haber generado al menos un poco de intriga con esta presentación y, además, porque también deberé explicar por qué puse las palabras "disco" y "libro" entre comillas.

Pero eso, como dije, será en otra entrada.

Ahora, mejor empezar el año de una manera un poco más liviana, proponiendo algo tan antimusical y, al mismo tiempo, tan inseparablemente vinculado a la música como es un ranking.

Y es que hace poco me crucé con el ranking de las películas de James Bond elaborado por Slate, en el que no sólo se intenta ordenar jerárquicamente las películas, sino también a los actores que encarnaron a 007, a las mujeres que oficiaron de ocasional compañera (o de esposa, en ese único y extraordinario caso), a los villanos y, por supuesto, las canciones de la apertura de cada entrega. Y la verdad es que coincido en algunas de las apreciaciones de Slate, pero en otras estoy en amplio desacuerdo. Supongo que para eso están hechos los rankings.

En todo caso, no se trata aquí de ordenar las más de veinte películas de Bond en orden decreciente de calidad, sino de algo igualmente caprichoso: elaborar el ranking de los poemas sinfónicos de Richard Strauss. Del mejor al peor, con el gusto y el capricho personal como guía, aunque con un mínimo intento por justificar la elección, esperando que alguien se enoje lo suficiente como para insultar, proponer órdenes alternativos, sugerir modificaciones o iniciar una de esas intrascendentes polémicas de verano sin las cuales no habría noticias musicales entre enero y marzo. O, por qué no, elaborar su propio ranking, de este compositor o de cualquier otro.

Así que aquí va el tan innecesario como placentero ejercicio de elaborar el top ten de los poemas sinfónicos de Ricardo II:

1. Eine Alpensinfonie, op. 64 (1915): alabar el trabajo de orquestación en esta obra es un lugar común; lo mismo ocurre con esa capacidad casi "cinematográfica" de describir las situaciones (algo que, en su momento, fue esgrimido como una falla antes que como un logro). Pero independientemente de esos ya reconocidos méritos, en un plano más personal reconozco que en esta obra están algunos de los motivos más logrados de Strauss o, al menos, algunos de los que más me gustan: el del ascenso, el de la calma antes de la tormenta, el de la noche y el de la extática contemplación del paisaje desde la cima, en la que de una manera única no se alude al silencio del protagonista con el silencio de la orquesta, sino con una paradójica e irresistible representación musical de ese silencio. El título original de la obra iba a ser El Anticristo, casi como una respuesta (yo diría "prolongación", aunque sobre esto tendré que abundar en otra entrada, me temo) al Parsifal de Wagner. La sensación es que Strauss quería filmar una película al estilo de Terrence Malick. "No tenemos cámaras", le dijo un amigo. "¿Tenemos orquesta?", preguntó Strauss. "Sí", le respondieron. "Entonces no hay problema".

2. Don Quixote, op. 35 (1898): alguna vez dijo Herbert von Karajan que este era su poema sinfónico preferido. Motivos no le faltan: formalmente, la idea de un "tema con variaciones" se adapta de manera única a un personaje que va sufriendo una serie de aventuras que lo van transformando a los golpes, hasta la última y definitiva conversión en Alonso Quijano. Pero, una vez más, el mérito de Strauss no puede ubicarse únicamente del lado formal del asunto, sino en su capacidad para que, como en todas las verdaderas obras maestras, la forma resulte inseparable del contenido. Don Quixote tiene muchos efectos casi "exhibicionistas" (eso que despectivamente se llama "pirotecnia"), desde la dificultad de la parte del violoncello solista que interpreta al caballero, hasta las representaciones de algunas de las situaciones que atraviesa el protagonista. Lo increíble es que, a diferencia de otros poemas sinfónicos de Strauss, estos efectos logran generar una conexión con la obra ausente en otros casos, cuyo exhibicionismo suele expulsar al oyente antes que involucrarlo con la obra (ver, para eso, los últimos puestos del ranking). Una joya.

3. Tod und Verklärung, op. 24 (1891): en muchos casos, Strauss naufraga cuando desea escribir obras "profundas", sea por la naturaleza misma de las referencias extramusicales, sea por el tratamiento concedido a esas referencias. Hay cierto componente lúdico en las mejores obras de Strauss que es innegable. Y no quiero decir con esto que Strauss sea un compositor "ligero", sino que cuando incorpora una cierta distancia con su composición Strauss es capaz de transmitir esa profundidad que no se logra con una mueca de pretendida gravedad, sino con una media sonrisa. O (ver puesto Nº 4) con una carcajada. En cualquier caso, este parece ser un caso en el que Strauss aborda un tema "serio", sin resquicio para la ironía o el jugueteo, y sale airoso. Una obra extrañamente concentrada, menos expansiva que cualquiera de los otros integrantes de este ranking, pero por momentos mucho más intensa.

4. Also sprach Zarathustra, op. 30 (1896): una obra riesgosa, al borde de esa "profundidad" afectada en la que pueden caer los proyectos ambiciosos, pero que en este caso parece salvarse por la propia cuota de irreverencia contenida en la obra que Strauss toma como punto de partida. Probablemente ya no podamos escuchar nunca más ese comienzo de una manera "inocente", pero no sería justo criticar una obra (sean esas críticas positivas o negativas) por sus primeros dos minutos. Pasan muchas cosas en esta partitura, que incluye algunos de los momentos más logrados de su autor (personalmente, en la sección de "las alegrías y las penas").

5. (ex aequo) Till Eulenspiegels lustige Streiche, op. 28 (1895) y Don Juan, op. 20 (1889): difícil ubicar uno de estos dos poemas sinfónicos sobre el otro. Aquí sí que entran a jugar motivos personales, caprichos, gustos, pequeños detalles, o la simpatía que uno pueda sentir por uno u otro protagonista. Las obras son muy similares: ascenso y caída de un personaje "con capacidades morales diferentes", para usar un eufemismo. Las versiones cómica y trágica de una misma historia. Las dos obras son, además, las más breves del grupo, e igualmente encantadoras.

7. Aus Italien, op. 16 (1886): una obra de juventud, que muchos eligen no incluir en el canon de poemas sinfónicos. Hay motivos para defender esa decisión (los cuatro movimientos cerrados en vez de la continuidad del discurso presente en los poemas sinfónicos propiamente dichos), pero en todo caso, tampoco faltan las razones para incluirla en la lista. Es una obra rarísima, una de esas tantas composiciones en las que artistas alemanes manifiestan su absoluta fascinación con todo lo que sea italiano. Acaso lo más comentado de Aus Italien sea la inclusión de "Funiculì, funiculà" en el cuarto movimiento ("Escenas de la vida napolitana"), que le valió al jovencísimo Strauss perder un juicio por plagio, pero a mí siempre me llamó más la atención el segundo ("Ruinas de Roma"), en la que Strauss deja entrever que, antes de convertirse en el heredero de Wagner, podría haberse convertido con igual maestría en el heredero de Brahms.

8. Sinfonia domestica, op. 53 (1904): es muy difícil encontrar gente que hable bien de esta obra. Fue la última que escuché de Strauss, entre otras cosas por esas críticas casi universales a la idea misma que subyace a la composición: la vida del Sr. y la Sra. Strauss, sus peleas, sus sesiones de amor en el lecho matrimonial, y el baño de su pequeño hijito a las 7 de la mañana. Después descubrí que Martha Argerich había interpretado una versión para dos pianos y mis prejuicios se conmovieron (poco, pero se conmovieron). Y decidí darle una oportunidad. La verdad es que hoy en día no debería sorprendernos semejante nivel de autorreferencialidad, sobre todo cuando estamos acostumbrados a una literatura que prácticamente consiste en el inventario de las vivencias de los narradores en primera persona (¡y estoy escribiendo esto en un blog!). Acaso en eso, en el culto a la personalidad que hoy nosotros damos por sentado, Strauss haya sido un adelantado. Y también aquí, como en otros casos, el modelo a seguir parece haber sido Wagner, el mismo que escribió su Idilio de Sigfrido para el cumpleaños de su esposa, después del nacimiento de su hijo. Personalmente, encuentro mucho más inspirada la vida doméstica de Wagner que la de Strauss, pero aún así la Sinfonia domestica no es lo peor de su autor (ver, para eso, el puesto Nº 10).

9. Macbeth, op. 23 (1888): por distintas razones que en el caso anterior, también es difícil encontrar gente que hable bien de esta obra. Es igualmente difícil encontrar gente que hable mal de ella. Es, sencillamente, una obra de la que no hay mucho para decir. Para los que no consideran Aus Italien un poema sinfónico, este es el primer intento de un joven Richard Strauss por abordar la forma. Tenía 24 años. En Macbeth, se nota.

10. Ein Heldenleben, op. 40 (1899): personalmente, la obra más insoportable de Strauss. No por la megalomanía que implica (al fin de cuentas, la historia de la música sería muy distinta sin la megalomanía de algunos artistas), sino sencillamente por lo aburridísima que resulta. Temas horribles, un programa absurdo, una vacuidad sorprendente que, si fue escrita con seriedad, mueve a risa. Y si fue escrita como una broma, se trata de la broma más larga de la historia. Una obra sin gracia.

No hay comentarios: