Decía, entonces, que me encontré con el nombre de Borges en un par de lugares inesperados. Cierto, no tan inesperado como el tantas veces comentado encuentro en Borges y Mick Jagger, pero al menos lo suficientemente interesante como para obligar a comentar algunos detalles de esos cruces.
El primero involucra a Song Reader, el más reciente proyecto de Beck: una colección de canciones ofrecidas al público en formato de... partitura. Es decir: Beck escribió un puñado de canciones y decidió que, en vez de grabarlas, las publicaría en papel, para que quien quisiera obtuviera una copia y decidiera darles forma y vida (aquí puede leerse el prefacio a la edición de McSweeney's, en el que Beck cuenta cómo todo surgió cuando vio uno de esos libros en los que las canciones de un disco exitoso son transcriptas para voz y piano o guitarra; y cómo, a partir de esa experiencia, pensó en hacer el camino inverso).
Lo que a primera vista parece una excentricidad más del bueno de Beck -y, para algunos, apenas un ejercicio de nostalgia por las viejas épocas en las que las partituras de las canciones populares se vendían de a millones- es en realidad una demostración de hasta qué punto la música continúa siendo, como siempre, una experiencia física, emocional y, al fin de cuentas, colectiva. Basta darse una vuelta por la página oficial del proyecto para ver literalmente cientos de versiones de esas canciones, interpretadas por personas de todas partes del mundo, algunas de las cuales colaboran entre sí para hacerse llegar diversas piezas que luego son ensambladas y subidas a la web. Como comenta el propio Beck en su prólogo, para escuchar cómo suenan estas canciones hay que tocarlas. O, en todo caso, escuchar cómo las tocan otros, cada uno a su modo, configurando una suerte de disco potencialmente infinito.
Pero, ¿dónde está Borges en todo esto? En una entrevista publicada en el propio sitio de la editorial McSweeney's, Beck cuenta cómo se inspiró, para el diseño de cada una de las partituras, en las viejas publicaciones de música popular que se vendían en la primera mitad del siglo pasado (para nosotros, la referencia más cercana es seguramente la del tango). En ellas, cada espacio de la hoja era aprovechado. Si la canción terminaba una página antes del último pliego, la contratapa se utilizaba para promocionar otras canciones de los mismos editores, a veces con una imagen, una breve descripción, o incluso un fragmento de esa pieza. Así es que varias de las canciones de Song Reader terminan con fragmentos de otras canciones, deliberadamente inconclusos, en un juego que el propio Beck define como "borgesiano":
Me atraía la idea de que, con todos estos fragmentos de canciones, existía una suerte de aspecto borgesiano ["Borgesian"] para todo el asunto, en el sentido de que uno se pregunta si esas canciones existen realmente. Uno podría imaginar que, más allá de esos fragmentos, podía existir algo milagroso, aunque probablemente se haya perdido.
A propósito, uno de esos fragmentos posee una versión interpretada por este humilde servidor. La pueden encontrar mientras rastrean las diversas canciones subidas en el sitio de Song Reader, o pueden ir directamente a este link y escuchar (¡y descargar!) los menos de dos minutos de la borgesiana "There's a sarcophagus in Egypt with your name on it". Algo supuestamente divertido que probablemente vuelva a hacer.
Y así llegamos entonces a la segunda referencia "borgesiana".
El "libro" en cuestión, con las comillas del caso, es The Pale King de David Foster Wallace. Ante todo, dos aclaraciones: voy recién por la mitad de sus más de 700 páginas (gracias, de paso, a mi hermana por semejante regalo). Pero al ser esto apenas una serie de observaciones y no una crítica o un comentario más o menos extenso, basta con aclarar que lo que se diga a continuación acerca de The Pale King vale, al menos, para esas primeras 337 páginas. La otra aclaración tiene que ver con las propias características del libro, publicado póstumamente y que exigió de parte de los editores un trabajo con el material disperso de DFW no muy distinto al que los editores de Roberto Bolaño debieron realizar con 2666, otra novela póstuma y total.
En el caso de The Pale King, el nombre de Borges aparece ya en el epígrafe de la novela. Que no es una cita de Borges, sino de "Borges and I" de Frank Bidart, una suerte de meta-reflexión sobre "Borges y yo" del propio Borges. Un juego de espejos que, deliberadamente, pone todo el complejo universo de la novela póstuma de David Foster Wallace bajo la órbita de la de Borges. Pero no como un satélite cercano, sino más bien como esas galaxias muy muy lejanas que parecen muy similares a la nuestra, pero con pequeños e imperceptibles cambios.
Porque, en rigor, The Pale King no es una novela "borgesiana". Si hubiera que buscarle un antecedente, yo arriesgaría Moby Dick. No tanto por la desmesurada longitud que comparten ambos libros, sino fundamentalmente por el intento por capturar, hasta el último y exasperante detalle, un universo particularísimo, con sus propias reglas. Así como la novela de Melville incluye extensas explicaciones acerca de los diversos tipos de nudos marineros, técnicas para utilizar el arpón y otros aspectos del universo marino, toda The Pale King está construida alrededor del funcionamiento de una de las instituciones emblemáticas de los Estados Unidos, como es la agencia impositiva (IRS). ¿Se imaginan una novela de aliento épico acerca de la ANSES?
En serio: ¿se la imaginan?
...
Exacto.
Lo increíble de la novela póstuma de DFW es que nos sumerge en un universo completamente ajeno y, a la vez, indisolublemente viculado a nuestras vidas. La lectura de The Pale King es una experiencia que lo deja a uno perplejo precisamente por estar leyendo una extensa descripción de los diversos formularios que pueden llenarse en una declaración impositiva y sentir que allí está latiendo el corazón de la literatura. Cómo logra eso DFW es algo que no estoy aún en condiciones de explicar. Y no creo que la lecura de las páginas que aún me faltan logre despejar ese interrogante (a propósito, ya hablé en esta entrada acerca de esos "momentos-Wallace" en los que se produce una epifanía de este tipo).
Lo que sí me parece que puede asegurarse es que, en efecto, la sombra de Borges aparece cada tanto en sus páginas. La del texto "Borges y yo" lo hace indudablemente en esos capítulos en los que el autor aparece en primera persona, saludando a sus lectores y desdoblando su figura como lo hacen el Borges del breve texto de El hacedor y el Frank Bidart que escribe un texto que no se llama "Frank Bidart and I" sino, al modo de Pierre Menard, "Borges and I".
Aparece también en ese extraordinario capítulo #22, en el que un personaje sin nombre nos cuenta, durante más de cien páginas, cómo fue que llegó a trabajar en la IRS. En ese capítulo nos enteramos de una extraña afección, una suerte de variante del mal de Funes, por la cual este pobre hombre, en una etapa de su vida, descubrió que, para él, "leer" implicaba contar la cantidad exacta de palabras de cada discurso, incluyendo el propio. Así, cada acción de este hombre (a veces bajo el efecto de alguna droga) viene acompañada la propia percepción de esa acción, en una suerte de duplicación potencialmente infinita, como potencialmente infinitas son las planillas que los personajes de The Pale King deben llenar en sus declaraciones impositivas.
Como en Moby Dick, no hay aquí simbología posible. No se trata de crear un relato alegórico, sino un análisis microscópico de un universo, precisamente para ir en busca de un sentido, con la constante (y consciente) amenaza de que no exista ningún sentido en absoluto.
Dicho de otro modo, The Pale King podría ser ese libro escrito en las manchas de un tigre.
Y todavía no lo terminé.
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